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martes, 11 de febrero de 2014

El francotirador paciente de Arturo Pérez-Reverte, adrenalina y spray


Como no podía ser de otra manera he leído El francotirador paciente de Arturo-Pérez Reverte. Quien siga esta vida desde el lago ya habrá visto que he realizado una guía musical de la novela al estilo El tango de la Guardia vieja. Me atrevería a calificar a El francotirador paciente como una novela menor. Con muchas características Reverte, pero menor.

No puedo criticar que la novela no sea elocuente, que lo es, pero no veo yo esa estructura sólida de otras ocasiones. La historia está narrada en primer persona por una mujer lesbiana. Como los personajes dejan de ser de los autores para ser de los lectores, debo decir que Lex, la narradora de la historia me parecía poco creíble. A veces hasta me imaginaba al propio Reverte, quizá por utilizar la técnica de la entrevista, quizá porque la personalidad del autor es demasiado fuerte.

Adrenalina y olor a spray.
Es cierto que quien ha hecho algún pinito grafitero sabe lo que es la adrenalina mezclada con olor a spray. En la primera página aparece el maestro “Muelle”, a quien más quien menos intentamos copiar con rotuladores, bolígrafos, con algo que pintara. Muelle en mi adolescencia estaba en todas partes. Era un espectáculo. Inventó el grafiti madrileño basado en la firma. Algunos quieren que la última firma que de él queda se preserve como Bien de Interés Cultural. En ese ajo andaba Fernando Figueroa.

Con esta novela, Reverte nos muestra ese mundo de camaradería, de lealtades, de “reputación”, de códigos éticos que tanto le gustan. Y todo ello con la ley de la calle. Esa calle que nos quieren robar: “… Las calles son el arte… El arte sólo existe ya para despertarnos los sentidos y la inteligencia y para lanzarnos un desafío. Si yo soy un artista y estoy en la calle, cualquier cosa que haga o incite a hacer será arte. El arte no es un producto, sino una actividad. Un paseo por la calle es más excitante que cualquier obra maestra”.

El francotirador paciente es todo un ensayo de filosofía grafitera, activista: “Existe gente que sueña y se queda quieta, y gente que sueña y hace realidad lo que sueña, o lo intenta. Eso es todo… Luego, la vida hace girar su ruleta rusa. Nadie es responsable de nada”.

Buena colección de grafiti madrileño.
Y no puede Reverte lanzar un dardo al periodismo televisivo, que por eso a veces le veía a él en vez de a la narradora de la historia: “Tras aquellas imágenes, con una sonrisa mecánica que parecía parte del maquillaje, la presentadora cambiaba de escenario. Y ahora – la misma sonrisa, reavivada- nos vamos a Afganistan. Bomba de los talibán. En directo. Quince muertos y cuarenta y ocho heridos. Etcétera…”

Además nos hace viajar por Madrid y por . Más allá de los guerrilleros urbanos aparecen personajes interesantes, como el taxista conde Onorato, digno de Almodovar. Y, además de llevarnos a bombardear desde ese mundo clandestino, la novela critica ferozmente el mundo del arte. Ese arte al uso que ahora ha visto rebajado el IVA.
Nápoles

El final, pues…, es sorprendente, vale. Pero a mí me dejó…, digamos…, insatisfecho. Hay gente pá tó.

Personalmente muchos grafitis me conmueven. En la historia del francotirador hay uno que me gusta especialmente: “Un cerdo que no vuela sólo es un cerdo”.



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