El conflicto catalán y la clase trabajadora (y 3)
Creo que es buena noticia que la independencia de Cataluña, o Catalunya no se me enfade nadie, haya descendido al cuarto problema para los españoles, según indica el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas). Ese relajo hace que estas píldoras -de ayer y anteayer- sobre el acto El conflicto catalán y la clase trabajadora, realizado hace unos días, se puede leer del mismo modo que transcurrió el evento: sin visceralidad.
Laura Pinyol y Montserrat Muñoz fueron las encargadas de cerrar las intervenciones. La primera, que se autodefinió como “catalana de nacimiento, madrileña de adopción, sindicalista de vocación y feminista”, es veterana de CCOO. Un bagaje que le hizo asegurar que con el asunto de la secesión “a las trabajadoras y los trabajadores nos va como el culo”.
En opinión de Pinyol “el exceso de días históricos ha hecho que hayamos vivido en un magma emocional”. Con ojos muy críticos explicó cómo el independentismo quiere dar respuesta local a un problema global, lo cual ha llevado que “el conflicto social haya desaparecido frente al conflicto territorial”, lo cual implica un “peligro para el sindicalismo confederal”.
A juicio de Pinyol, el independentismo ha creado un relato muy bien montado, en el que la batalla por los recortes ha desaparecido y que mientras afirmaba falsamente que “España nos roba, se evita el debate fiscal”.
En este relato destacó la actuación de las asociaciones independentistas ANC y Omnium Cultural, “que ha utilizado a los sindicatos y lo han conseguido”. E insistió Pinyol sobre los sindicatos, “han sido primero condescendientes y después, seguidistas”. En esta línea, criticó la aparición de un corriente independentista en el interior de CCOO, que ha dado lugar a otra, “más endeble”, federalista. Alabó, eso sí, que las Comisiones Obreras no se sumaran a la huelga general convocada por un sindicato minoritario e independentista.
Considera la sindicalista que se ha roto el contrato social y que se ha buscado dinamitar puentes, en lugar de aportar serenidad y paciencia. Y, de cara al inmediato futuro, no se mostró optimista, “las elecciones no van a ser la solución”, proclamó, y continuó, “el independentismo es como una religión, basado en la fe y la fe es ciega”.
“Más política”
En esta línea fue también la intervención de Montserrat Muñoz, para quien “en este proceso se ha hablado de todo menos de política”. Muñoz se mostró especialmente crítica con la izquierda, con un PSOE que no hablaba y con el “infantilismo de Podemos”, empeñado en un referéndum pactado. Mientras, “el independentismo ha ido a lo suyo”, sin preocuparse “ni por la corrupción, ni por los asesinatos de mujeres, porque todo el mundo estaba en un debate que realmente no existía”.
En definitiva, algo que calificó de “disparate”, basado fundamentalmente en los sentimientos y las emociones. Y es que Muñoz abogó por el racionalismo frente a los sentimiento y las emociones, “igual que la Constitución de 1978 se hizo hablando de política, no de sentimientos; si se reforma, habrá que hablar de política.
Y esa política, Muñoz la basó en unos ejes fundamentales en los que debe centrarse la política: las personas, las condiciones laborales y los servicios públicos. Precisamente, consideró que ese renacer del “nacionalismo rancio y españolista surge por no hablar de política”, porque “la política es útil en la vida”. Concluyó Montserrat Muñoz considerando que quizá sea un buen momento para reformar la Constitución y ser parte activa en esa reforma.
Y yo concluyo esperando que nadie se haya molestado con lo que he venido contando en esta trilogía, basada en un evento que no ha tenido ninguna repercusión, ni en los medios al uso, ni en las redes sociales. Al fin y al cabo pueden venir bien estas reflexiones en estos días previos a unas elecciones en que, esperemos, no renazca la visceralidad. Esperemos que frente a las emotivadades, se haga hueco la razón.
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