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lunes, 5 de octubre de 2009

Luis Landero, Juegos de la edad tardía y mi presbicia (I)

Hay que ver las vueltas que a veces da un libro a nuestro alrededor hasta que finalmente lo leemos. Recuerdo perfectamente que en enero de 1991 adquirí en la Cuesta de Moyano la novela de Luis Landero, Juegos de la edad tardía. Un gran éxito de un gran autor. El primer gran éxito de una producción bastante breve. En aquellos días, cuando aún verdeaba la caída del Muro de Berlín o la revuelta de Tian'anmen, pasaban muchas cosas y muy rápido y tenía yo la intención de evitar que el capitalismo salvaje (no yo una economía mixta) se apoderara del mundo… Evidentemente, mi influencia, como era de esperar, fue nula. En esa época yo aún no usaba lentes correctoras, que dice el carnet de conducir.

No sé si perdí mucho tiempo y energías en aquellos años, pero relegué la lectura de los Juegos de la edad tardía hacia el futuro. Incluso su temática me animó a que sus páginas y mi espíritu adquirieran más solera.

Años después, ya con la marca de las gafas en el puente nasal, cogí nuevamente la novela y me di cuenta de que tenía que hacerme una revisión urgente de la vista. No podía. Después de cinco páginas se me amontonaban las letras, las líneas y los espacios. Abandoné por incapacidad física. Me cambié de gafas, pero los Juegos de la edad tardía perdieron su puesto en la mesilla a la espera de ser leído.

El tiempo pasaba y pasaba y allá por 2005 devoré otro libro de Landero, Cómo le corto el pelo caballero, lo cual me pareció una epecie de traición a Juegos de la edad tardía. Así pues, recorrí toda la casa buscando el volumen de Tusquets. No lo encontraba. Esta búsqueda me produjo una tremenda ansiedad y terminé por comprarlo nuevamente en una librería de viejo. Cuando lo así entre las manos ¡Dios mío!, pero qué tamaño tiene esta letra. No pude hacerme de nuevo con él por incapacidad física.

Tomé mi nueva adquisición y fui a colocarlo en la estantería, en el que debía ser su sitio: autores españoles e hispanoaméricanos. Llegué a la "L" de Landero y… ¡Aaaaghh!, ahí estaba el volumen que compré en enero de 1991 a pesar de un par de mudanzas. Así las cosas fui a la óptica y les comenté mi problema. Les aburrieron bastante mis aventuras y desventuras con el libro de Landero, pero, efectivamente me diagnosticaron presbicia, "vamos, vista cansada". La presbicia (del griego, anciano) unida al astigmatismo y la hipermetropía dieron como resultado la necesidad de unas gafas progresivas. Un pastón y un lío a la hora de enfocar.

Tuve que visitar la óptica varias para que me recolocaran un poco todo (las patillas, el puente…), con tanto infortunio que me rompieron las gafas al manipularlas. Y los Juegos de la edad tardía esperando. Y el tipo de la portada del libro mirándome con esa cara tan particular… Así que llegó el verano y recorrí lecturas con letras de mayor cuerpo. Y ahora sí, terminado el verano cogí nuevamente la novela de Landero (más de dieciocho años después) y, gracias a las gafas, me introduje en sus trescientas y pico páginas. Disfrutándolas pausadamente. Creo que, ya con presbicia, se saborea mejor esta novela. Creo que los hados no me han permitido leerla hasta ahora, con más solera en sus páginas y mi espíritu.
Me he pasado. Mañana sigo.

2 comentarios:

  1. Pues ánimo Alfonso, yo lo leí con 16 y pospuse entonces el Quijote, que me lo acabo de terminar a mis 35 años. Y es que dejar correr el tiempo es tan fácil como el grifo...Por cierto, que no me arrepiento de nada, porque fue la novela que más me ha marcado en la vida (conocí a Landero entonces, y hace pocos años le conté esto mismo y no me hizo ni puto caso)

    F. Javier

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