Las fiestas navideñas en España son como un círculo vicioso inacabable: comes, bebes, te empachas; comes, bebes, te empachas. Y las personas más pequeñas de las familias en interminables vacaciones… Estas fechas hicieron que, como ya me ocurrió en verano, me diera un atracón de cine apto, familiar, de comedieta romántica, o pseudomusical.
Cuando el año pasado vi la infantil Alvin y las ardillas, juré que no asistiría a la inevitable segunda parte. La vi, y más o menos lo superé. Sólo me quedó el remordimiento por incumplir mi palabra.
Mayores expectativas puse en Dos canguros muy maduros, que John Travolta, desde que aterrizó con Tarantino me gusta (qué grandes escenas con Uma Turman, como esta) y me encantó como madre obesa en Hairspray; también confieso mi querencia por el coprotagonista, Robin Williams, un tipo que no suele gustar mucho a los cinéfilos, pero al que tomé cariño en El club de los poetas muertos. Efectivamente, esta comedia "familiar" me pareció muy inconexa, seguramente porque me dormí a ratos. Que no había forma de que me riera. Alomejor me pilló con uno de los empachos de las fechas.
Luego, me dediqué a las comedias románticas, que se decía antes y que nada tienen que ver con las de toda la vida de Catherine Hepburn, Spencer Tracy o Cary Grant. Pero bueno. Parece que está de moda que las parejas divorciadas retomen la rota relación. Eso es lo que ocurre en ¿Qué fue de los Morgan? y en No es tan fácil. La primera, protagonizada por Hugh Grant, que no es el mismo sin Julia Roberts, algo envejecido a sus 50, pero más en forma física que hace 20 años, y Sarah Jessica Parker, neoyorquina en su estilo de serie de TV. Vale. Sonreí con alguna escena.
En No es tan fácil, Meryl Streep toma las riendas de una peli sosilla que finalmente es mucho más feminista de lo que apunta. Un personaje femenino, mucho más fuerte que su contraparte masculina, capaz de controlar emociones, que no pasiones. Como suele ocurrir en la vida real.
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