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miércoles, 7 de julio de 2010

Un magistral cabezazo (II)

Esa nefasta jornada convive conmigo como una nebulosa. En aquel partido, en aquella jugada sé que yo estaba más adelantado de lo normal. Recuerdo la portería gritando al balón para que entrara. Recuerdo el magistral cabezazo de Toño y recuerdo que a pesar del dolor no se retiró hasta el pitido final.

A los dos años, nadie sabía nada de la familia y la vida continuó, aunque para mí sin fútbol, incluso sin deportes de equipo. El tiempo pasaba con tranquilidad, con alegrías. El silencio sobre Toño se apoderó de todos nosotros, casi a modo de una extraña omertà. De los juegos infantiles pasamos a los juegos de adolescencia, y de éstos a las preocupaciones adultas. La relación de amigos de infancia y adolescencia se fue diluyendo, hasta prácticamente desaparecer.

En distintos momentos de mi vida, el magistral cabezazo de Toño me ha asaltado y la frialdad de la muerte en su rostro, también. Y esta mañana, más que nunca…

Hace algo más de un par de lustros que me casé. Al año y pico nació Manuel, y a los tres años y pico Lucía. A pesar de algunos fallidos intentos familiares, Manuel es Manuel. No es Lolín, ni Lolo, ni siquiera Manolo. Manuel empezó a tontear con pelotas en la guardería, como todos los críos de su edad. Y aunque yo jamás le he comprado un balón, gracias a mi suegro ahora posee cerca de un millar, la mitad de reglamento. Manuel juega al fútbol constantemente y, naturalmente, en el equipo del cole. Aunque siempre he intentado que las actividades extraescolares las encaminara a otros deportes, Manuel necesita el fútbol. Adora jugar al fútbol. Y yo, odio el fútbol y odio esos balones que inundan la casa y esos pelotazos secos del balón en contacto con el suelo, con las botas, con las cabezas…

La casualidad, o vaya usted a saber si el destino, ha querido que en el mismo equipo de Manuel juegue Víctor, hijo de Emilio, antiguo compañero de infancia. Después de veinte años coincidimos en el patio del colegio con nuestros vástagos. Abrazos, risas, recuerdos y el histórico cómplice silencio sobre aquellos partidos de fútbol. Y después de veinte años, Emilio mantiene esa esencia de buena persona en la mirada, una mirada que los cristales de la miopía hacen pequeña pero profunda. A Emilio siempre le rebosaron algo las carnes, y ahora, en la cuarentena, un poco más. Emilio era “El Muro”, el mejor portero de nuestro equipo.
(Mañana continúa)

1 comentario:

  1. Sigo tu historia con mucho interés...yo tambien tengo un hijo y de pequeñin , no sé si por el fororismo de su abuelo ( mi padre ) o por la inercia del grupo entró en un equipo de barrio..parecia que era genial..hasta que la dureza del campo , los rozones( SIN CESPED ) y las duchas frias
    acabaron con todo su entusiasmo..Ahora es experto en video juegos..¡ la vida misma !:-)

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