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sábado, 18 de febrero de 2017

El Monumental, la calle Atocha, nuestros abogados…

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Mi infancia son recuerdos del cine Monumental como fábrica de sueños. En aquella inmensa pantalla recuerdo el jazz de Los Aristogatos, los puñetazos de Le llamaban Trinidad, la testarudez y dignidad de El puente sobre el río Kwait. El Monumental, en la calle Atocha, espejo de la plazuela de Antón Martín, era también una especie de meeting point aquellos días en que los grises del franquismo tomaban el centro de Madrid. En días de miedo, mi padre, con un olfato excelente, iba a buscarme por las tardes al colegio, en Atocha 45 desde casa, en Atocha 96. Allí la policía pedía documentaciones y luego la vida seguía: pan con chocolate o bocadillo de chorizo; jugar a las chapas y pegar cromos de El porqué de las cosas;  hacer los deberes; cenar; el Telediario de “la normal” (que no La 1) y luego, desde la cama, el murmullo lejano de la Ser o Radio Nacional.

La escultura de El Abrazo, fotografiada por @frlorente.
El Monumental Cinema nació con la idea de ser cine y teatro. En Madrid, patio de butacas, narra Nieves González Torreblanca cómo el 2 de junio de 1935 se fundó el Frente Popular. En realidad allí empezó a nacer el Frente Popular gracias al PCE, que hizo su primera aparición pública tras los hechos de octubre de 1934. Aquel día, en el Monumental, hubo un acto que fue de “gran importancia política por el momento en que se celebraba y por las cuestiones en él planteadas, los trabajadores madrileños expresaron su adhesión a la política y a la conducta del Partido”. (Historia del PCE). Aquel día el Monumental fue testigo de uno de los principales discursos de José Díaz clamando por la unidad de todos los partidos de izquierdas contra el fascismo.

Leo también en el magnífico libro de Leonardo Cohen, (Madrid 1936-1939. Una guía de la capital en guerra) que durante la guerra civil se realizaron importantes mítines. En uno de las Juventudes Socialistas Unificadas, celebrado en el Monumental, el joven Santiago Carrillo llamó “milicianos de cabaret” a esos hombres ajenos a la disciplina militar que paseaban por la ciudad luciendo sus armas y que apenas aportaban nada a la defensa de la ciudad.

Lógicamente en mi infancia no sabía lo luchador que fue el Monumental. Un cine que vi transformarse en Teatro cuando llegué a la adolescencia. En él desembarcó aquel exitoso musical que finalizaba repartiendo dinero falso: El diluvio que viene. Llegó el 11 de marzo de 1977 y allí estuvo hasta 1980. Un tiempo clave en la historia de este país.

Tres meses antes del estreno de El diluvio que viene eran asesinados, en el ecuador geográfico entre mi colegio y el Monumental, los Abogados de Atocha en su despacho laboralista del número 55. Aquellos días los recuerdo con miedo en casa y electricidad en mi calle. En Atocha. Mi madre, que padeció lo indecible en la madrileña guerra civil y su postguerra, era el detector principal del miedo. Bajaba a la tienda de ultramarinos y compraba latas. Latas de leche condensada, latas de sardinas, tabletas de chocolate, botellas de aceite… “por si acaso, que yo sé lo que es pasar hambre”, decía. A mí padre se le cambiaba el gesto, le aparecían tics por la cara y parecía mantener charlas consigo mismo.

Aquella noche del 24 de enero el ruido de sirenas en la calle de Atocha no se apagaba nunca. Recuerdo levantarme de la cama y preguntar a mis padres, que estaban en el salón si sabían qué pasaba. Me dijeron que no. A la mañana siguiente fui al colegio, “porque había que ir”, dijo mi padre. Lo cierto es que faltaron muchos compañeros y no hubo clase normal. Recuerdo el gesto de algunos profesores como don Antonio Santos, que algún comentario valiente hizo. El día siguiente, el 26 de enero, jornada del entierro, no fui al colegio porque mi padre decretó luto y “no había que ir” en un ambiente de miedo y silencio desagradable. Recuerdo una calle Atocha deshabitada.

Después, pasando los días con mis ojos preadolescentes, en un lento desperezar fue volviendo el jolgorio a la calle Atocha. Siguieron las manifestaciones, los botes de humo, los grises, los miedos en casa con los consejos maternales desatendidos: “no os asoméis a ver si va a entrar una bala perdida”. Vi los tiros que metían señores de traje y la sangre de cabezas rotas en el portal de casa. Porque evidentemente yo me asomaba… y con medio cuerpo por fuera de la ventana, hasta que un día se nos llenó la vivienda de humo de un bote policial. Bronca en la calle y bronca en casa.

Y en aquella semana santa de El diluvio que viene recién estrenado, las banderas rojas y centenares de coches tocando el claxon. El Mundo Obrero entró en casa a las claras con formato tabloide y un montón de secciones y, aunque mi madre siguió teniendo momentos de latas de sardinas y leche condensada, todo fue diferente. Tras El diluvio que viene, en el Monumental creo yo que algo estrenó Nacha Guevara. Curiosamente no recuerdo qué. Sólo recuerdo unas piernas que me parecieron inacabables en unas medias de negras. Aún guardo el autógrafo…

El pasado miércoles acudí al Teatro Monumental. Comisiones Obreras organizó un emotivo acto de homenaje en el cuarenta aniversario de los asesinatos fascistas. Allí estaba Alejandro Ruiz-Huerta, el último superviviente del atentado; Joaquín Navarro, el sindicalista de CCOO por el que preguntaron los asesinos; Manuela Carmena, la hoy alcaldesa abogada laboralista de Atocha 55. Allí estaba Sartorius, el Patri, y tantos…, allí estaba la historia viva de las Comisiones Obreras y del PCE de entonces.  Un merecidamente homenajeado Juan Genovés, autor del cuadro El Abrazo y el conjunto escultórico que luce frente al Monumental.

Las emociones se mezclaron: mi padre conmigo de una mano y el DNI en la otra esperando órdenes de los grises, las latas de leche condensada del miedo de mi madre, las sirenas del 24 de enero… Por mi mente y mis ojos desfilaron la buena gente de siempre y también los “milicianos de cabaret”, que decía Carrillo, y que siguen paseando su repulsivo postureo. Volvieron a mi corazón y mis recuerdos El Diluvio que viene y la conquistada libertad con la cara piernas de Nacha Guevara. Una libertad que este país ganó a golpe de muerte, bote de humo y mucho miedo.

No. La Transición no fue un pacto de salón entre las élites. La calle Atocha es testigo de excepción.


SOBRE EL DISCURSO DE JOSÉ DÍAZ EN EL MONUMENTAL, PINCHA AQUÍ.



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