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jueves, 19 de noviembre de 2009

Las Tres vidas de santos de Eduardo Mendoza

Si decía el otro día que ver una peli de Meryl Streep es para mí un prejuicio en positivo, lo mismo me sucede cuando leo un libro de Eduardo Mendoza. Dicho esto, la satisfacción vivida durante, y con el final, de cada uno de los tres relatos con que nos obsequia Mendoza va más allá de cualquier prejuicio.

Tres vidas de santos son tres breves relatos con el único nexo común de versar sobre tres santos, laicos, pero santos, como el propio autor explica en la introducción. En el primero, La Ballena, nos presenta, en su más puro estilo, unos hechos acaecidos en su Barcelona durante la posguerra. Y con ese surrealismo tan propio la historia de La Ballena es la historia de unos personajes, víctimas todos ellos de esa posguerra. Víctimas de la gran hipocresía, de las dobles vidas, de la anulación personal, características encarnadas por la tía Conchita. Una mujer que en realidad "no tenía ideología ni creencias. Hizo suyas la religión y la dictadura porque le proporcionaban el metodo para llevar a cabo su proyecto personal, pero de puertas para afuera no le interesaba nada y aborrecía mezclarse con cualquier manifestación pública". Una víctima de esa "España humillada, deprimida y dispuesta a hacer pagar sus frustaciones al más débil". Una guerra que desbarató los sueños de media España.

El final de Dubslav no tiene nada que ver con el relato anterior. Sin tener un final a lo O. Henry, es verdaderamente impactante. Un final que se resuelve no en una línea, sino en cuatro o cinco páginas. Este relato es la historia de un hombre absurdo. Es un canto al absurdo, ese absurdo que tan bien maneja en innumerables ocasiones a lo largo de su obra Mendoza., "todos nuestros afanes son absurdos", relata el protagonista, para felexionar breve, pero contundentemente sobre la riqueza, el éxito, la sabiduría, el valor de la ignorancia, el engaño o lo que considera el único pecado: la altivez. El trepidante desarrollo de los acontecimientos a mí me recuerda en un momento dado a la película El Premio, con Paul Newman como protagonista.

En el último relato, El malentendido, Mendoza ejerce la burla (así lo entiendo yo) hacia los escritores, al menos, hacia los que tienen éxito de ventas. Y encuentro la respuesta a una pregunta que no me respondió Germán Temprano al hilo de su última novela, Fundido en negro: "Los críticos se engañan: ven un libro acabado y creen que todos los movimientos desde el prinicipio han ido encaminados a un fin concreto. Nada más falso. Un escritor no pone los conocimientos técnicos que posee al servicio de la historia que quiere contar, sino la historia que posee al servicio al servicio de los conocimientos técnicos que quiere utilizar"… "Los lectores creen estar leyendo historias atormentadas, cargadas de significación, y sólo leen artimañas" (…)

Ahí es nada.


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