Decía el domingo pasado que andaba en campaña particular desbaratando tabúes. En esta campaña incluí la lectura de Caín, de Saramago. He ido un poco más allá y he devorado Zonas húmedas, de Charlotte Roche. ¡Caray! Nunca pensé que un par de viajes en taxi me llevaran a estas lecturas.
No sé si lo habrás leído o si habrás oído hablar del libro. Sí sé que desde la primera línea (“desde que tengo uso de razón sufro de almorranas”), Zonas húmedas no deja indiferente. No soy yo crítico de nada y menos juez de literatura, por lo tanto no entro en esos escabrosos asuntos, a veces sometidos a las modas, de si está bien o mal escrito. Que yo pienso que la literatura no es ciencia. Tampoco entro en los intereses publicitarios o editoriales que haya o deje de haber detrás de la edición de un libro.
Durante la lectura de Zonas húmedas me he reído, he sentido asco y lástima, me ha atrapado el morbo, he visto sufrimiento y dolor… No sé si el personaje (Helen), la autora, o las dos, me han provocado. Nadie puede negar que la novela navega entre el erotismo y la buena pornografía, a veces escatológica, desde la mirada de una mujer, una joven de dieciocho años, que nos ayuda a romper tabúes sexuales. Una joven que se explora el cuerpo, sus orificios, sus jugos, y nos lo cuenta sin ningún pudor. Nos lo cuenta en primera persona y, me ha llamado la atención, utilizando también con frecuencia la segunda persona. Algo, que una vez me dijo la sita Esperanza, mi profesora de latín en el cole que también escribe, que es una técnica interesante.
Guarrilla y provocadora es (no la sita Esperanza, sino la protagonista de la novela), que ella misma lo reconoce en alguna ocasión, buscando la canalla complicidad del lector. O lectora: “He recorrido un largo camino y he desconcertado en él por lo menos a tres personas con actos antihigiénicos. Un día bueno”. (Página 136).
El tema en principio es sencillo. Helen, hija de padres separados, busca que ambos se vuelvan a unir en la habitación del hospital en el que la han operado de una fisura en el ano. La fisura es producto de una depilación un tanto salvaje al no haber tenido demasiado en cuenta un racimo de almorranas. Es, por tanto un libro también de traumas infantiles, que canta contra la desestructuración familiar, lo cual también lleva su dosis de provocación.
Muchas personas tildan la obra de “nuevo feminismo”, fundamentalmente por ese reconocimiento desinhibido del cuerpo femenino y por las fantasías sexuales que narra. No sé, desde esta perspectiva, cómo interpretar las visitas que nuestra protagonista hace a los prostíbulos para tener relaciones lésbicas, aunque ella tiene más conocimiento que las prostitutas, de muchas técnicas de sexo.
En realidad es una joven que no quiere conformarse, no quiere ser como su madre, con quien tiene una espantosa relación: “Con mi madre hago otro tanto. Pero no le pregunto por su profesión porque ya me la sé: hipócrita”. (Página 200). Al padre, sin embargo, le disculpa: “Papá me hiere muchas veces. Pero nunca se da cuenta”. (Página 200).
Al igual que se refiere a la madre, critica la hipocresía de la mujer, de esa mujer que vive bajo los tabúes. Así, habla de las masajistas que “parecen indignadas” cuando dan masajes a hombres. Es otra historia, que quizá algún día te cuente, pero coincido con Helen, nuestra protagonista, cuando se refiere a las masajistas: “¡Cómo no se le va a poner dura a un hombre si una mujer le está sobando el muslo cerca del paquete” Yo también me pongo húmeda cuando me hacen eso. Sólo que a las mujeres la excitación no se nos nota”.
Vamos, que yo me lo he pasado de vicio leyendo Zonas húmedas. Y reconozco que en el Metro, el otro día, me daba corte que la señora sentada a mi derecha echara el ojo a mi lectura.
Y, bueno, ya iba siendo que las mujeres hablaran de su cuerpo. No sólo los hombres, como hizo, con ojos de hombre, Neruda:
No sé si lo habrás leído o si habrás oído hablar del libro. Sí sé que desde la primera línea (“desde que tengo uso de razón sufro de almorranas”), Zonas húmedas no deja indiferente. No soy yo crítico de nada y menos juez de literatura, por lo tanto no entro en esos escabrosos asuntos, a veces sometidos a las modas, de si está bien o mal escrito. Que yo pienso que la literatura no es ciencia. Tampoco entro en los intereses publicitarios o editoriales que haya o deje de haber detrás de la edición de un libro.
Durante la lectura de Zonas húmedas me he reído, he sentido asco y lástima, me ha atrapado el morbo, he visto sufrimiento y dolor… No sé si el personaje (Helen), la autora, o las dos, me han provocado. Nadie puede negar que la novela navega entre el erotismo y la buena pornografía, a veces escatológica, desde la mirada de una mujer, una joven de dieciocho años, que nos ayuda a romper tabúes sexuales. Una joven que se explora el cuerpo, sus orificios, sus jugos, y nos lo cuenta sin ningún pudor. Nos lo cuenta en primera persona y, me ha llamado la atención, utilizando también con frecuencia la segunda persona. Algo, que una vez me dijo la sita Esperanza, mi profesora de latín en el cole que también escribe, que es una técnica interesante.
Guarrilla y provocadora es (no la sita Esperanza, sino la protagonista de la novela), que ella misma lo reconoce en alguna ocasión, buscando la canalla complicidad del lector. O lectora: “He recorrido un largo camino y he desconcertado en él por lo menos a tres personas con actos antihigiénicos. Un día bueno”. (Página 136).
El tema en principio es sencillo. Helen, hija de padres separados, busca que ambos se vuelvan a unir en la habitación del hospital en el que la han operado de una fisura en el ano. La fisura es producto de una depilación un tanto salvaje al no haber tenido demasiado en cuenta un racimo de almorranas. Es, por tanto un libro también de traumas infantiles, que canta contra la desestructuración familiar, lo cual también lleva su dosis de provocación.
Muchas personas tildan la obra de “nuevo feminismo”, fundamentalmente por ese reconocimiento desinhibido del cuerpo femenino y por las fantasías sexuales que narra. No sé, desde esta perspectiva, cómo interpretar las visitas que nuestra protagonista hace a los prostíbulos para tener relaciones lésbicas, aunque ella tiene más conocimiento que las prostitutas, de muchas técnicas de sexo.
En realidad es una joven que no quiere conformarse, no quiere ser como su madre, con quien tiene una espantosa relación: “Con mi madre hago otro tanto. Pero no le pregunto por su profesión porque ya me la sé: hipócrita”. (Página 200). Al padre, sin embargo, le disculpa: “Papá me hiere muchas veces. Pero nunca se da cuenta”. (Página 200).
Al igual que se refiere a la madre, critica la hipocresía de la mujer, de esa mujer que vive bajo los tabúes. Así, habla de las masajistas que “parecen indignadas” cuando dan masajes a hombres. Es otra historia, que quizá algún día te cuente, pero coincido con Helen, nuestra protagonista, cuando se refiere a las masajistas: “¡Cómo no se le va a poner dura a un hombre si una mujer le está sobando el muslo cerca del paquete” Yo también me pongo húmeda cuando me hacen eso. Sólo que a las mujeres la excitación no se nos nota”.
Vamos, que yo me lo he pasado de vicio leyendo Zonas húmedas. Y reconozco que en el Metro, el otro día, me daba corte que la señora sentada a mi derecha echara el ojo a mi lectura.
Y, bueno, ya iba siendo que las mujeres hablaran de su cuerpo. No sólo los hombres, como hizo, con ojos de hombre, Neruda:
Ay, Alfonso, el detalle de la depilación que provoca la fisura... me ha desanimado!! Lo mismo me pierdo una lectura genial pero, por ahora, me conformo con pasear con tu locuaz relato. Un abrazo.
ResponderEliminarEl librito se las trae. Es bestial, esa es la palabra, bestial. No se si será nuevo feminismo, puede. Pero, en todo caso, todas las mujeres deberían leerlo, obligatoriamente. La lectura lleva a la reflexión. A ese tipo de reflexión que nace sola, sin querer, cuando vas andando, cuando pones la mesa, cuando estás en el tren, en cualquier momento, incluso en otros que yo, no me atrevo a citar... Pues las mujeres no somos tan libres cuando se trata de hablar de nuestro cuerpo y nuestras intimidades, pero Charlotte Roche, nos enseña por donde empezar.
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