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lunes, 1 de noviembre de 2010

El trapero

Cada año, cuando se acercaba lo que ahora vienen en denominar Halloween, tomaba su antología de Mariano José de Larra y releía, como si de una oración se tratara, ese magnífico artículo: Día de difuntos de 1838. Fígaro en el cementerio. Releía la melancolía del protagonista, a quien como a sus antecesores del 98, le dolía España. Y releía su visita al camposanto, repleta de ironía: "¿Qué es esto? ¡La cárcel! Aquí reposa la libertad del pensamiento. ¡Dios mío, en España, en el país más educado para instituciones libre! Con todo, me acordé de aquel célebre epitafio y añadí, involuntariamente: Aquí el pensamiento reposa / en la vida hizo otra cosa." (…)

Llegó a conocer redacciones cuya música era el teclear de las máquinas de escribir, a ritmo con el escupir de teletipos y el gritar de los teléfonos; redacciones con olor a humo, adrenalina y regüeldo a carajillo; folios pautados, papel carbón; tipómetros, cíceros y pantonarios; ilustraciones a plumilla y fotos de papel.

Llegó a conocer un tiempo en que se escribía línea a línea y entrelíneas. Un tiempo en que se sabía dónde estaba cada quien. Un tiempo en que el periodismo era un oficio cercano al de los tipógrafos y el rugir de las rotativas salpicando tinta y escupiendo páginas.

"Algo se ha mejorado, que la tecnología ha permitido que las mayúsculas tengan tildes, que en aquellas cajas de plomo, no cabían", se decía convencido.

La tecnología… Las redacciones dejaron de tener la música del teclear de las máquinas de escribir. Eso fue el principio. El tiempo empezó a volar y, de repente se vio empujado por un ejército de becarios y becarias que agotaban las comillas de sus teclados copiando y pegando declaraciones. Ya no valía preguntar, de hecho, las ruedas de prensa se hacían ¡sin permitir preguntas!

La objetividad se convirtió en sinónimo de memez al tiempo que los medios de comunicación se convertían, sin ningún pudor, en órganos, en voceros indecorosos de intereses económicos y reaccionarios. Lou Grant fue sólo un personaje de serie.

Se abrió un blog. Llegó a mantener relación en redes sociales con personas que hablaban con faltas de ortografía, pero que hacían fotos, videos, copiaban textos y que estaban en la cresta de la ola. Y se hizo trapero. Una furgoneta y un altavoz: "¡Eeeeeel tapicero!" Encontró la felicidad.
"¿Qué habría hecho Larra?", se preguntaba. La respuesta estaba escrita: Se habría metido un tiro.

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