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Madrid sigue siendo, en muchos casos, un villorrío. Como no puede ser de otra manera, las personas dedicadas al tradicional y pequeño comercio de barrio no se fían del alcalde, de los servicios que debe ofrecer el Ayuntamiento gracias a los impuestos de la ciudadanía.
Lo bueno de esto es que las mañanas de los barrios nos recuerdan a pequeños pueblos, en los que las gentes, normalmente las vecinas, salen al portal a barrer y fregar los portales, que el servicio municipal de limpiezas no existe.
Las calles se llenan de barullo, poco a poco se van desperezando, cobrando vida a ritmo de escobazo.
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