Tras la novela negra del otro día, Doble Cero, volví a Landero y su última obra: Retrato de un hombre inmaduro, que es la historia de una vida repleta de sabiduría normal. Es decir, Landero no se traiciona, que en mi opinión es el escritor de las pequeñas cosas, las importantes, las que conforman una vida. En la vida que narra, los recuerdos van y vienen descolocados, como la memoria misma: la guerra de Irak, la adolescencia, la infancia, la madurez… Recuerdos a los que Landero pone alma con un buen listado de personajes variopintos. Y todo ello salpicado por el fino humor, la ironía, la retranca.
El protagonista habla de sí mismo a través de sus recuerdos y de intimistas autorretratos (el título lo evidencia). Al principio de la obra: “Y en fin, así soy yo. Un hombre sin virtudes, un yermo donde no crecen malas hierbas, es cierto, pero tampoco la más humilde flor” (pag. 20). O al final: “mi vida es el cuento de los que nada tienen que contar”.
Landero no se olvida de retratar los lugares en los que se suceden las historias, desde el Hotel City, a los bares, viviendas, barrios en los que va transcurriendo la acción. Pero lo que da alma a la novela es listado de personajes: el hombre de la silla de ruedas; la vecina Micaela; el señor Tur y su contrario Florentino; doña Catalina, Bertini, el fontanero; Chicoserio; Máximo Pérez, el director del periódico de barrio en el que durante diez años trabaja; Gisbert, el escritor, el obrero de las letras; Sampedro; Aquilino Lobo…
Algunos personajes me recuerdan a Juegos de la edad tardía. Así, el señor Tur, un hombre con vocación sedentaria condenado a ser nómada por su trabajo: comerciante. Y su contrario, el nómada metido por fuerza a sedentario: Florentino. Historias reales de esta vida que a la fuerza ahorca. También presta especial atención a los periodistas, no en vano el protagonista comenzó la carrera y a ello se dedicó durante bastante tiempo.
Y sí, a través de su director y del escritor a sueldo, nos habla el protagonista sobre la comunicación: las palabras, el lenguaje, el silencio, la literatura. Pero son muchos los asuntos que nos pasan en la vida. A mí me llaman la atención las reflexiones sobre el poder en dos momentos distintos de la novela. En la página 27: “Yo creo que el poder es muy fácil, que está ahí, disponible para quien no le haga ascos y quiera meter en él las manos. Hasta donde le quepan…” O poco más adelante, en la página 30: “El poder es algo mágico, sobrenatural, tanto para el que lo ejerce como para el que lo recibe, lo sufre y a veces lo disfruta…” Y ya en el tramo final de la novela: “También yo me dedico, como no, a joder al prójimo, porque en eso precisamente consiste el disfrute del poder, pero no al personal de a pie, sino a los poderosos, a los banqueros, a los bokers de Wall Street, a los especuladores, al señoritismo global…”
Otro asunto que destaco son las reflexiones sobre la pareja y relata su experiencia con el matrimonio: “A veces me pregunto si nos queremos, o mejor dicho, si nos hemos querido alguna vez. Yo creo que no, pero cómo saberlo, cómo distinguir algo en el oscuro abismo de los sentimientos…”, y ahí aparece la ternura, la rutina, el sexo desmotivado. Todo ello nada tiene que ver con el par de amores que sí ha tenido en su vida. Y es que el protagonista hace auténticos discursos sobre el amor adolescente, la felicidad…, y retrata la tristeza que deviene en depresión de manera magistral: “Allí estaba la tristeza aquella de que le hablé, la insondable, la cataclísmica, la que entra en tu vida devastándolo todo, hasta las mismas ganas de vivir”.
Por supuesto también hay un par de episodios eróticos que están en la cabeza de nuestro protagonista y a los que echa mano de vez en cuando. Sólo me queda una duda, que el propio narrador se interroga, creo yo que retóricamente. Y no pillo: “La abundancia material es hija del espíritu, como el fruto lo es de la flor y los sindicatos de la poesía. ¿Queda claro el concepto?” Yo, personalmente le preguntaría a Javier López, que es poeta y sindicalista. Y ahora que me doy cuenta, joé, “no tengo aquí las herramientas”.
Para mí, creo que alguien me lo hizo ver una vez, Landero es el narrador de las pequeñas cosas, como Serrat:
El protagonista habla de sí mismo a través de sus recuerdos y de intimistas autorretratos (el título lo evidencia). Al principio de la obra: “Y en fin, así soy yo. Un hombre sin virtudes, un yermo donde no crecen malas hierbas, es cierto, pero tampoco la más humilde flor” (pag. 20). O al final: “mi vida es el cuento de los que nada tienen que contar”.
Landero no se olvida de retratar los lugares en los que se suceden las historias, desde el Hotel City, a los bares, viviendas, barrios en los que va transcurriendo la acción. Pero lo que da alma a la novela es listado de personajes: el hombre de la silla de ruedas; la vecina Micaela; el señor Tur y su contrario Florentino; doña Catalina, Bertini, el fontanero; Chicoserio; Máximo Pérez, el director del periódico de barrio en el que durante diez años trabaja; Gisbert, el escritor, el obrero de las letras; Sampedro; Aquilino Lobo…
Algunos personajes me recuerdan a Juegos de la edad tardía. Así, el señor Tur, un hombre con vocación sedentaria condenado a ser nómada por su trabajo: comerciante. Y su contrario, el nómada metido por fuerza a sedentario: Florentino. Historias reales de esta vida que a la fuerza ahorca. También presta especial atención a los periodistas, no en vano el protagonista comenzó la carrera y a ello se dedicó durante bastante tiempo.
Y sí, a través de su director y del escritor a sueldo, nos habla el protagonista sobre la comunicación: las palabras, el lenguaje, el silencio, la literatura. Pero son muchos los asuntos que nos pasan en la vida. A mí me llaman la atención las reflexiones sobre el poder en dos momentos distintos de la novela. En la página 27: “Yo creo que el poder es muy fácil, que está ahí, disponible para quien no le haga ascos y quiera meter en él las manos. Hasta donde le quepan…” O poco más adelante, en la página 30: “El poder es algo mágico, sobrenatural, tanto para el que lo ejerce como para el que lo recibe, lo sufre y a veces lo disfruta…” Y ya en el tramo final de la novela: “También yo me dedico, como no, a joder al prójimo, porque en eso precisamente consiste el disfrute del poder, pero no al personal de a pie, sino a los poderosos, a los banqueros, a los bokers de Wall Street, a los especuladores, al señoritismo global…”
Otro asunto que destaco son las reflexiones sobre la pareja y relata su experiencia con el matrimonio: “A veces me pregunto si nos queremos, o mejor dicho, si nos hemos querido alguna vez. Yo creo que no, pero cómo saberlo, cómo distinguir algo en el oscuro abismo de los sentimientos…”, y ahí aparece la ternura, la rutina, el sexo desmotivado. Todo ello nada tiene que ver con el par de amores que sí ha tenido en su vida. Y es que el protagonista hace auténticos discursos sobre el amor adolescente, la felicidad…, y retrata la tristeza que deviene en depresión de manera magistral: “Allí estaba la tristeza aquella de que le hablé, la insondable, la cataclísmica, la que entra en tu vida devastándolo todo, hasta las mismas ganas de vivir”.
Por supuesto también hay un par de episodios eróticos que están en la cabeza de nuestro protagonista y a los que echa mano de vez en cuando. Sólo me queda una duda, que el propio narrador se interroga, creo yo que retóricamente. Y no pillo: “La abundancia material es hija del espíritu, como el fruto lo es de la flor y los sindicatos de la poesía. ¿Queda claro el concepto?” Yo, personalmente le preguntaría a Javier López, que es poeta y sindicalista. Y ahora que me doy cuenta, joé, “no tengo aquí las herramientas”.
Para mí, creo que alguien me lo hizo ver una vez, Landero es el narrador de las pequeñas cosas, como Serrat:
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