Otros personajes pasaron por casa: unos, palillo en boca; otros, sólo viendo dificultades; otros, redondeando partidas y presupuestos, sin plazos concretos de inicio y fin. En ese desfilar de ñapas surgió Borromini: emprendedor, con iniciativa con un “plan de actuazione” de ocho semanas (estamos en la uno). Veremos.
Como madrileños que somos conocemos profundamente lo que significa hacer obras. En nuestra ciudad hay dos tipos de obras: primero, las tremendas inacabables. Son aquellas en las que parece que se hace todo a la vez, como la M-30, y aunque los túneles se construyeron (más allá de inundaciones cuando llueve), sigue media ciudad empantanada. O el Metro de Espe, con ampliaciones hasta el infinito y más allá.
Luego están las chapuzas inacabables. Esto es, la misma acera se abre un mínimo de cuatro veces al año, después de haber construido un aparcamiento para residentes, para meter cables de luz, o gas, o teléfono; para revisar el alcantarillado, para cambiar los adoquines, o sólo sabe Dios por qué. Nuestra obra no tenía que parecerse a nada de esto. Y Borromini era el encargado de coordinar todo: desde el traslado de todos los enseres a un trastero, hasta la limpieza de antes de reentrar a vivir.
El lío iba a ser muy grande. Tanto, que teníamos que abandonar la casa y, durante las ocho semanas dictadas por el Plan de actuazione de Borromini, trasladarnos a otra vivienda. De hecho, esto lo escribo desde El apartamento, que aunque no llega a ser un zulo con balcón, tengo un pie en el sofá cama, un codo en el fregadero y otro en la ducha. Y, para más inri, sin saber si tendré conexión a Internet con suficiente potencia. Que esto es un sindiós.
Antes del traslado al apartamento hubo que preparar la mudanza: cajas y cajas y cajas con cosas y cosas y cosas. Semana y pico recogiendo trastos o tirándolos. Especialmente esos recuerdos que termina uno por no saber qué recuerdan, con lo que dejan de cumplir su función de recuerdo: Un souvenir de Gandía, unos cantos rodados, una camiseta de IU, otra del 70 aniversario del PSOE de Fuenlabrada, un Pravda, un curso de ruso, un llavero de AP, revistas de historia, comics, revistas del año la pera: un Interviú con Victoria Vera en la portada, un Play Boy con las "fotos secretas de Marylin Monroe"…, tiempos en que los centros de depilación no se comían un saci; una caja llena de cajas de cerillas, cintas de VHS, cintas de VHS, cintas de VHS, disquetes de ordenadores antediluvianos, la última cajetilla de tabaco, Chesterfield, con una fecha en boli: “octubre 1994”, cintas de cassete y, ¡ay madre!, los discos de vinilo.
Entre amigos, amigas, contenedores de reciclaje, puntos limpios y el trastero pudimos vaciar la casa. Que no pensaba que yo tenía un síndrome de Diógenes tan acentuado. Es más. Siempre me pareció todo bastante minimalista.
Y en medio de todo este trajín, una sospechosa caja de zapatos. La anual caja de zapatos en cuyo interior se encontraba la cosecha de este año de gusanos de seda. Imposible embalarlos, regalarlos, reutilizarlos, secuestrarlos en el zulo… Así que, experimento científico y a ver si aguantan las inclemencias atmosféricas del balcón del patio interior.
Parece que fue ayer y hace sólo unos días. Y lo que te rondaré morena. Que me salen por las orejas los catálogos de azulejos, baldosines, retretes, baños, encimeras, puertas, aaaaaaaaaaagh. Pero eso es otra historia.
Por cierto, las fotos corresponden al techo del baño y, abajo, a una vista general de la cocina. Pero mantengo la fe en Borromini.
Fe. Imprescindible en este follón en el que te has metido, amigo Alf. Fe, un poco de esperanza y mucha caridad, porque la que tendrás que ejercer cuando Borromini te pase la cuenta. Olé qué valor!
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