Hace más de veinte años que conocí al autor de la exposición que hasta el 15 de octubre puede verse en la galería de arte SAOBA, en el 69 de la madrileña calle de Hermosilla. Desde el primer, o los primeros momentos, me pareció un tipo simpático, listo e inteligente; táctico y estratega. No sabemos a dónde habría llegado si se se hubiera podido dedicar a su más profunda vocación: el fútbol. Entretanto; entre los buenos momentos y los desgarradores manotazos que da la vida; de tiempo en tiempo, da rienda suelta a otra vocación: la pintura.
Y sus pinturas, en esta ocasión grandes murales, son como la vida misma, donde conviven las contradicciones del color más llamativo con esencia de Kandinsky, y los trazos negros y trágicos. El conjunto es una obra contundente, cuando no inquietante y llamativa, sin la más mínima concesión a los espacios vacios, haciendo del horror vacuii un leit motiv.
Hará un par de lustros que nuestro protagonista no exponía, que llegó a hacerlo en Lisboa, y quizá tres que descubrió la pintura. Un tiempo en que el tipo simpático se convirtió en amigo y, desde mi perspectiva, en hermano, hermano mayor que hacía y deshacía, que invitaba al baloncesto, o al fútbol. No se me olvidará que la última vez que compartimos asiento en el Bernabeu, allá por el 97 o el 98, me dio la bronca porque iba yo con una americana (chaqueta, no mujer): "¡Cómo se te ocurre ir al fútbol con chaqueta!" y yo iba con chaqueta porque hacía fresco y venía o iba a algún sitio en el que era mejor ir con chaqueta. Hace ya bastante que la sensación es la de que el hermano marchó a un país lejano y aparece, o aparezco, de tarde en tarde, con alguna llamada telefónica: "¿qué tal? / Bien/ ¿y tú?/ Bien"
Modestamente pienso que el caos ordenado de la pintura de Ángel mantiene la hiperactividad de su autor: "¿es que no puedes andar y mascar chicle a la vez?", me espetaba cuando endosaba algún marrón al que era casi imposible negarse (a algunos sí me negué). No sé si es virtud o defecto, pero todo el mundo estará de acuerdo en que este hombre, encerrado una hora con un movil era capaz de montar una revolución armada (quizá ahora también).
Y mientras escribo estas líneas añoro esas largas peroratas de capitán tan o abuelo cebolleta. Tanto, que cuando me he querido dar cuenta levaba 25 folios que lógicamente he tirado porque nada tenían que ver con Ángel Campos, pintor. Un tipo listo e inteligente; táctico y estratega. Un centrocampista de la vida, capaz de meter un gol con la mano pero con todo el arte del mundo.
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Y sus pinturas, en esta ocasión grandes murales, son como la vida misma, donde conviven las contradicciones del color más llamativo con esencia de Kandinsky, y los trazos negros y trágicos. El conjunto es una obra contundente, cuando no inquietante y llamativa, sin la más mínima concesión a los espacios vacios, haciendo del horror vacuii un leit motiv.
Hará un par de lustros que nuestro protagonista no exponía, que llegó a hacerlo en Lisboa, y quizá tres que descubrió la pintura. Un tiempo en que el tipo simpático se convirtió en amigo y, desde mi perspectiva, en hermano, hermano mayor que hacía y deshacía, que invitaba al baloncesto, o al fútbol. No se me olvidará que la última vez que compartimos asiento en el Bernabeu, allá por el 97 o el 98, me dio la bronca porque iba yo con una americana (chaqueta, no mujer): "¡Cómo se te ocurre ir al fútbol con chaqueta!" y yo iba con chaqueta porque hacía fresco y venía o iba a algún sitio en el que era mejor ir con chaqueta. Hace ya bastante que la sensación es la de que el hermano marchó a un país lejano y aparece, o aparezco, de tarde en tarde, con alguna llamada telefónica: "¿qué tal? / Bien/ ¿y tú?/ Bien"
Modestamente pienso que el caos ordenado de la pintura de Ángel mantiene la hiperactividad de su autor: "¿es que no puedes andar y mascar chicle a la vez?", me espetaba cuando endosaba algún marrón al que era casi imposible negarse (a algunos sí me negué). No sé si es virtud o defecto, pero todo el mundo estará de acuerdo en que este hombre, encerrado una hora con un movil era capaz de montar una revolución armada (quizá ahora también).
Y mientras escribo estas líneas añoro esas largas peroratas de capitán tan o abuelo cebolleta. Tanto, que cuando me he querido dar cuenta levaba 25 folios que lógicamente he tirado porque nada tenían que ver con Ángel Campos, pintor. Un tipo listo e inteligente; táctico y estratega. Un centrocampista de la vida, capaz de meter un gol con la mano pero con todo el arte del mundo.
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Llamativo sin duda. En lo referente a ese Dios al que veíamos este fin de semana restregar su panza por el cesped mojado... me tranquiliza saber que ahora anda por los campos de futbol en lugar de andar por ahí dejando caer plagas de esas genocidas que tanto le han molado desde siempre ;-)
ResponderEliminarGran artículo, me ha llenado.
ResponderEliminarGracias por el comentario.
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