Antes de nacer, ella ya había caído en la trampa del sometimiento. Aún en la barriga de su madre ya era poseedora de una fina mantilla para cristianar niñas y un precioso ajuar color rosa con borlas a tono.
Todavía sin capacidad para comprender se dormía cada noche con cuentos de príncipes y princesas locamente enamoradas. Con esas historias de amor romántico que durante un par de siglos daban vueltas en el subconsciente colectivo.
En sus canciones infantiles describía con alegría como Juan Carabina había matado a su mujer, la había metido en un saco y la había puesto a moler.
Su primer príncipe la morreó y la magreó por amor, hasta que un día él se cansó de ella. Ella humillándose le pidió más amor. Él la golpeó y nunca quiso volver a saber de ella. Son las cosas del amor.
También su madre esperaba que algún día esa hija la cuidara en su vejez. Su madre, su tía, su abuela…, la recomendaban un buen marido, con dinero. Un príncipe azul que resolviera su vida. A cambio sólo tendría que dar amor. Ella lo encontró, la pasión sólo duró unos meses, pero ella siguió dando todo su amor. Y engendró una hija por amor.
Y de cuando en cuando él la golpeaba, por amor. Cada semana, cada noche más golpes…
También su madre esperaba que algún día esa hija la cuidara en su vejez. Su madre, su tía, su abuela…, la recomendaban un buen marido, con dinero. Un príncipe azul que resolviera su vida. A cambio sólo tendría que dar amor. Ella lo encontró, la pasión sólo duró unos meses, pero ella siguió dando todo su amor. Y engendró una hija por amor.
Y de cuando en cuando él la golpeaba, por amor. Cada semana, cada noche más golpes…
La única moneda de cambio que ella conocía era el amor sin vuelta. Sin siquiera propina. Su silencio ante los golpes era por amor. Ella no lo sabía. Pero eso no era amor. Era apego enfermizo. El amor se murió con la pasión y ni siquiera ocupó su puesto el cariño. Sólo ese apego enfermizo.
Aquella noche, mientras la hija miraba con terror en los ojos y pánico en el alma, él golpeaba, golpeaba y golpeaba; por amor; hasta la muerte.
Otra muerte por amor. La mató porque era suya. La hija se juró que desde ese instante sólo se amaría a sí misma. Y fue libre.
A esa niña sólo le digo que siga amándose. Que sea libre.
Me ha encantado el relato, esa forma tan neutra de contarlo y el "aparente" aspecto de normalidad que le das a casos como esos. Casos que han existido siempre, pero a los que afortunadamente se les está echando cuenta. Aún falta un largo camino para que pasen a convertirse en delitos muchas de las agresiones y malos tratos que ahora son simplemente condenados como faltas, pero algo se ha avanzado.
ResponderEliminarÉchale un vistazo a esto y verás. Corresponde a parte del material que postearé en una próxima entrada:
http://www.youtube.com/watch?v=lZRyH9qvJCw&feature=related
Permíteme una nota de humor, y déjame destacar la reflexión final de tu historia ;-) Joder!... entre todos estáis poniendo muy de moda a las niñas, los niños y los chuches :-D