Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

viernes, 27 de julio de 2012

Mamandurrias


En aquellas calurosas tardes de verano el plan más barato era ir al Candilejas a ver una sesión doble con el bocata llevado de casa. Si acaso unas grasientas patatas fritas o un rico bombón helado que vendía un mozo entre sesión y sesión. Ahora no. Ya no. El cine, después de la última subida del IVA se ha convertido en artículo de lujo impensable para una familia de cuatro o cinco miembros. Las salas sobreviven gracias a las palomitas y los refrescos. La palomitera es también taquillera y acomodadora. Ya no hay quien limpie las salas entre sesión y sesión.

Apenas hay salas en las ciudades. Gracias a la especulación los viejos cines son ahora bancos arruinados o tiendas de ropa a precio de saldo con la música a tope. Ahora el cine es apéndice del centro comercial que se puede mantener abierto 24 horas al día para no se sabe bien qué, porque no tenemos posibilidad de consumir. Como dice el ministro Montoro, “no hay dinero”.

En realidad tampoco habrá películas porque nuestro país protege a la Iglesia católica y a los toros pero no a la industria cultural. Las mamandurrias de Esperanza Aguirre son eso: curas y toros mientras quita la vacuna de la meningitis a los niños, mientras las personas celiacas no pueden gastar en unos productos sin gluten porque el IVA de estos alimentos se dispara al 21 por ciento al no estar incluidos en el registro sanitario de productos dietéticos. En muchos países de Europa están subvencionados pero aquí, eso, serían más mamandurrias de las de Esperanza Aguirre.

Nos van a volver locos. Pobres, incultos, enfermos y locos.

lunes, 16 de julio de 2012

No estoy de vacaciones...

A ver. Que no. Que no estoy de vacaciones. Estoy como todo el mundo. Superado por Rajoy. Estoy... eso... Lo que dice la contundencia de la foto de Fran Lorente para Madrid Sindical:






sábado, 7 de julio de 2012

La mina, siempre la mina


En enero de 1990, trabajaba yo en Mundo Obrero. En aquellos días, los accidentes en la mina se sucedían uno tras otro. Y me fui a Oviedo, entrevisté a Gerardo Iglesias, como rememoré en esta entrada; y bajé a la mina, al Pozo Samuño, En Langreo. A Samuño le conocían como El Rojillo. De unos ochocientos trabajadores, más de quinientos pertenecían a CCOO y alrededor de doscientos a UGT. Resulta imposible narrar con suficiente elocuencia lo que supone enfrentarse cada día a la mina, “más o menos, siempre sale alguien esgonciau”. He respetado el reportaje (salvo algún giro que con los años veo desfasado), un reportaje, como tantos que pude realizar gracias a la confianza que me daba de mi jefa Ángela Bautista. Gracias a ella aprendí mucho y viví inolvidables experiencias. Pude hacer el último periodismo que se hacía yendo a los sitios y con máquina de escribir.

(¡Ah!, en esta ocasión las fotos son mías. Salvo una, en la que salgo)

Cuando baja el primer turno, el Sol no se ha atrevido a saludar. La oscuridad se mezcla con la niebla y la niebla con los humos de una zona que siempre supera los índices permitidos de contaminación. Al fondo, siluetas al contraluz de farolas que iluminan lo suficiente como para crear un tétrico clima.

La cantina es otra cosa, es el refugio de un buscado buen humor. Los carajillos calientan el cuerpo y el ánimo. Antonio, Bocanegra, saluda de su particular modo a los compañeros. Esto es, mezcla de puñetazos con expresiones no excesivamente sensibles. De ahí su apodo, “me lo pusieron varios, entre ellos el cabrón éste de José Luis”.

Bocanegra y José Luis son los encargados de guiar los pasos del visitante. El primero no para quieto un instante. Echa toda la carne en el asador de su vocabulario al saludar a los compañeros del SOMA-UGT. José Luis es más calmado. Al percatarse de que para un madrileño a veces es difícil comprender determinadas expresiones, reconoce que no hablan ni en castellano ni en bable, “tengo dos guajes que están aprendiendo bable en la escuela y no nos entendemos, y cuando fui a Madrid por el entierro de Pasionaria tampoco nos entendían”.

Un cigarrillo tras otro y comienzan los preparativos para bajar al pozo. Firmar en libros y la frase mil veces repetida: “no se puede bajar con cámara de fotos ni con nada que sea eléctrico”.

El encargado de proporcionar el equipo, con una barba valleinclanesca, adopta una actitud casi paternal. Mono, camiseta, calzoncillos, calcetines, botas, guantes. Y un descolorido aunque limpio pañuelito. Su utilidad es bien sencilla, “es por si te mancas, si te haces un corte viene muy bien para hacer un torniquete. Aprovéchalo para envolver la llave de la taquilla”. Luego el casco y la lámpara.

La luz del día comienza tímidamente a aparecer. Unos minutos de espera antes de entrar en la jaula. Los cigarros se devoran, luego son muchas horas sin poder fumar. El gesto de los mineros expresa su odio a lo que les espera abajo. Aparece un vigilante canoso y uniformado, encargado de que los que tienen coche aparquen correctamente. Como si de un comandante en plaza se tratara, abronca a Bocanegra, porque “has movido un bidón para meter tu coche”, y el supuesto infractor…, “habla mucho que no te escucho”.

Hasta la octava planta son 500 metros de vertiginoso descenso. Es adentrarse en las entrañas de la tierra en eso, en una jaula. Por fin, la galería. José Luis, “¿verdad qué impresiona la primera vez que entras en la jaula?” Uno, que lo más profundo que ha bajado ha sido a la línea 6 del Metro de Madrid, intenta envalentonarse, pero “sí que impresiona sí”.

“¡Camarada!”

Agua, barro, vagonetas, polvo y una profunda oscuridad desvirgada exclusivamente por el círculo de luz que produce la lámpara. En un mínimo espacio seco, unos mineros toman el bocadillo. “En estas condiciones no puede aprovechar el bocata”. Y Bocanegra, “lo que más presta en la mina es el bocadillo y un trago de vino. Aquí abajo el vino sabe diferente”.

Un rato de camino y comienza el descenso por la “rampla”. La “rampla” es el taller, la explotación donde están trabajando los picadores. La rampla es indescriptible, hay que tumbarse, “rotar”, colgarse…Todo el cuerpo y todos los sentidos están en funcionamiento. Y ahí, haciendo malabarismos, los picadores. Un “martillu” de siete kilos lucha desesperadamente con el carbón. Aquello es la locura, saber que el salario es en función del mineral extraído enloquece a picadores, a posteadores, a maquinistas, a barreneros, a artilleros… Esta locura hace que a veces ocurra lo que ocurre. El temido derrame, el pie que se pone en mal sitio…

Y Bocanegra, dicharachero, saluda: “¡hola camarada!” Y suena bien. Ocurre como con el vino, la palabra camarada a quinientos metros de profundidad suena diferente. Como el carbón que se le roba a la tierra; a base de pelear con postes, entrantes, salientes..., se desemboca en otra galería. En ésta, una máquina que intenta realizar el trabajo de los picadores, “la rozadera”.

En el sentido opuesto, los barreneros, hombres-músculo que levantan los “cuadros” como si de plumas se trataran. Los “cuadros” son grandes vigas con algo más de veinte kilos por metro. Y los barreneros inyectan la barrena para preparar el terreno a los artilleros. El ruido que generan se introduce por todo el cuerpo haciéndose insoportable. Y las paredes, como si lloraran, responden con una espesa capa de miles de partículas de agua.

Aquí, el ambiente es especialmente irrespirable. La humedad y el sudor inundan los cuerpos. La ventilación se realiza artificialmente.

Retroceder nuevamente por el barrizal que es la galería.

Chapoteos y tropezones, “para aprender a moverse mínimamente por la mina, se necesitan unos tres meses”. Un vigilante cargando carbón en una vagoneta. Bocanegra: “lo que había que hacer era meter ayudantes en vez de reducir plantilla. ¡A quién se le diga! Un vigilante cargando…” Y luego, por supuesto, una larga lista de improperios contra Hunosa, los patrones, el Gobierno…

De nuevo en la jaula. A través de la rejilla del suelo se observa cómo el fondo va convirtiéndose en un minúsculo agujerito.

Y luego el costoso trabajo de quitarse el polvo negro mezclado con sudor. El polvo está por todo el cuerpo. En lo más profundo de las orejas, en las pestañas, entre las uñas… Los músculos se relajan y a las pocas horas duelen los miembros como si uno hubiera sido víctima de una tremenda paliza.

Sin duda hay que tener mucho valor, o al menos buscarlo para enfrentarse todos los días con la muerte, con los accidentes. Para enfrentarse con ese descenso al infierno que es la mina. Más aún cuando los responsables de la seguridad, los patronos, son “lo más ruin, explotadores y deshonestos empresarios que pueda tener ningún otro sector”.


Marcha negra
Con esta entrada quiero homenajear a esos valerosos mineros, a sus mujeres, que aman odian a las entrañas de la tierra; a esos trabajadores, ejemplo de dignidad, que pelean por salvar a sus comarcas y sus familias, bien sea en Asturias, León o Aragón. La marcha negra llega a Madrid, por Moncloa, el martes a las diez de la noche. El miércoles se manifiestan desde Colón hasta el Ministerio de Industria, a las once de la mañana.

jueves, 5 de julio de 2012

Rocío Martínez, y los tendidos eléctricos de alta tensión

Rocío se encuentra en la frontera de los 41 años y es considerada la única mujer que dedicada a los tendidos eléctricos de alta tensión, sin duda lo es en su empresa; casi seguro en Madrid; probablemente en España; y quizá en Europa.
El pasado mes de enero se reincorporó a su trabajo tras una baja maternal. Nadira es el nombre de la niña, que ya va a una guardería. Y ahí empieza el lío. Rocío, que vive en el madrileño barrio de Usera, deja a Nadira en la guarde a primera hora de la mañana. De plaza Elíptica, en autobús va a Getafe, donde está ubicado el almacen; y del almacen, la cuadrilla marcha a donde está la obra, ahora, desde que se ha reincorporado, a Villamayor de Santos, en Cuenca, a 120 kilómetros. Por la tarde, la vuelta a Usera es entre las siete y siete y media, con  lo que la conciliación es algo bastante difícil. Por la tarde, unos días el abuelo y otros una vecina, recogen a Nadira. Es cierto que “el padre también colabora preparando cenas y tal”, pero su horario es prácticamente el mismo que el de Rocío.

(La foto, la hizo Fran Lorente con su móvil)

Rocío es una mujer que está en forma física y además luce una piel bronceada, pero no, no es ni de gimnasio ni de rayos UVA. El bronceado es porque está todo el día en el campo y la forma física es, según explica porque “el trabajo requiere mucha fuerza física a la vez de ser muy metódico”. Ahora anda el día de arriba abajo en torres de alta tensión aunque piensa que es más duro el tendido de cable subterráneo.
Sin duda, el trabajo que realiza Rocío es duro, muy duro. Y peligroso. “Por mucha manta aislante que usemos, siempre existe el riesgo de descarga eléctrica, la carga que tenemos que acarrear es exagerada, te puedes caer de la torre o…, se te puede caer la torre encima”, explica, y rememora cómo en una ocasión algo así le ocurrió accidentándose ligeramente en un costado. Rocío es delegada de CCOO y estos días anda precisamente con lío a cuento del accidente de un compañero que la empresa se niega a reconocer como tal.

Son ya doce años los que Rocío lleva tirando cable en distintas empresas. Después de instalar líneas telefónicas domésticas, repoblar montes y trabajar en un bar fue a una prueba que ella pensaba que era “para poner enchufes”. La empresa, Cobra, mostró un video a los candidatos y a la candidata para mostrarles en lo que consistía el trabajo. Después de verlo no se apuntaba nadie, pero Rocío se animó. Allí le dijeron que era la primera mujer en tirar línea de Europa. A partir de ahí, hasta un psicólogo hablo con los futuros compañeros para prepararles  y explicar que llegaba una mujer y que “no pasaba nada”. Los jóvenes lo llevaron muy bien, “pero los más mayores ya era otra cosa, eran mucho más cerrados”.

El caso es que de Cobra se fue tras casi cinco años por “un mal rollo” con el jefe. Se afilió a Comisiones Obreras, fue fichada por Isolux, una empresa que tuvo que denunciar en distintas ocasiones por las condiciones de trabajo que allí se daban ; y ahora, desde hace cinco años trabaja para Elecnor.

Sí llama la atención cómo su empresa actual, al quedar embarazada, le dio rápidamente la baja y sin embargo el médico de la mutua no hacía más que poner pegas. La explicación es que en la mutua no son conscientes del peligro porque no hay mujeres y no están acogidos los riesgos.

Entre las COES y la Legión

En Málaga, que era donde comenzó Rocío a trabajar, no pensaban que una mujer pudiera subir a la torre. Los encargados no querían ir con ella, “pero luego ven que subes y he terminado ganándome el respeto de todos”.

Y sí reconoce Rocío que en ocasiones no ha sido bien tratada. Recuerda cómo la hacían cargar hierro en una brigada, mientras a los hombres los tenían sin cargar, aunque al final… “no querían que me fuera”. El truco y consejo de Rocío para posibles mujeres es: “mucha paciencias, muchos ovarios y no achantarse”, que este trabajo “está a medio camino entre las COES y la Legión”.

Sí parece que hay brigadas de mujeres en Valencia, pero no para alta tensión. Rocío explica como se sube “a brazo” a las torres, y su relación con los compañeros, “en estos doce años he ido pillando cómo es el cerebro masculino”.

martes, 3 de julio de 2012

El sacamuelas. En manos de don Mariano

Durante ocho años estuve visitándole una vez a la semana como media, parecido a mis hermanas. El error que cometí fue no hacerme una fotografía el día en que me dijo que ya habíamos terminado. Cuarenta y ocho horas después, cada pieza dental se fue a donde le dio la gana. No digo
yo que fuera una estafa en toda regla, pero aquel hombre con aspecto de relaciones públicas de discoteca se lo estuvo llevando religiosamente: estábamos en sus manos.

Gracias a él, eso sí, mantengo una obsesiva prevención dentro de mis posibilidades: cepillado exhaustivo, cepillos interdentales, hilo dental… Con todo, treinta años después, colegas de…, llamémosle don Mariano, me dicen que si la mordida no sé qué, que si le tengo que sacar las del juicio, que si no se qué, que si no sé cú. Que tenía que haber acudido antes. ¡Pero si empecé a ir con ocho años!

En Madrid, en esos tiempos, los dentistas empezaron a estar en la cresta de la ola. Ya no eran barberos dentistas, eran “señores dentistas” a pesar de meter sus narices en malolientes bocas y tener que vérselas con trozos de ternera putrefactos que habían encontrado acomodo entre muelas.

Se llevaban el dinero a paladas. Dinero que repartían entre coches de lujo y viajes, que Hacienda no somos todos. De hecho, no sé yo si don Mariano fue el inventor de los paraísos fiscales. Don Mariano me fue cargando con el tiempo. De considerarle un tipo simpaticón y dicharachero a mis ocho años; pasé a considerarle un tipo con mirada rara a partir de los 15. Charlatán socialmente prestigiado, de permanente sonrisa mostrando su dentadura artificiosa. Un liante con pulseras de oro, algo de pluma, ramalazos de nuevo rico y donativos a la Iglesia.

Su cacareado sólido matrimonio hacía aguas en el recibidor de su lujosa consulta. Aquella joven recepcionista, abría la puerta, apuntaba citas y cobraba a toca teja. Además de recepcionista evidenciaba una relación intensa con don Mariano. Un tipo que tenía la masculinidad y el poder en la cartera. Bueno, y en la información que manejaba de algunos pacientes. Y algunas pacientes.

Una clienta también me narró en la salita de espera la extraña sensación que tenía cuando don Mariano introducía los dedos en su boca. Una sensación bastante desagradable…

¡Vive dios que no es esto un ataque a tan necesaria profesión!, y menos ahora que la cosa se va reconduciendo. Quizá queden dentistas en provincias al estilo don Mariano, con tres o cuatro empleados o…, empleadas. Consultas entre lujosas y horteras donde el dinero legal se oscurece y escapa a la cosa de los impuestos. Al fin y al cabo, junto a traficantes de droga y armas ahora, gracias al PP del otro don Mariano, tienen la posibilidad de ponerse al día gracias a la amnistía fiscal. Quizá fuera de la gran urbe ser dentista sea cosa de elite, pero por  aquí la cosa ha cambiado.

Las aseguradoras con grandes clínicas te enganchan igual que siempre, y como siempre, te presupuestan una cosa y te cobran otra, eso sí, con factura, como si fueras el coche en el taller porque van saliendo pequeñas averías. O resulta que “el molar queda descolocado si colocamos el premolar como lo estamos haciendo, pero…, no se preocupe que con los quinientos euros de más, le regalamos un blanqueamiento”.

Ahora los dentistas, y las dentistas, se organizan en cooperativas y hacen descuentos a afiliados a sindicatos. Quién te ha visto y quién te ve. Hay  dentistas que se han dado cuenta de que son trabajadores. Y se han dado cuenta del privilegio que esa profesión ha tenido por no estar incluida en la Seguridad Social. Que conozco alemanes menores de edad, con doble nacionalidad, que les sale más a cuenta pagar el avión y tener el dentista en Alemania, que en España.

Y ese es el miedo de la privatización de la sanidad: “Resulta que no era gripe, son quinientos euros más por la bronquitis, pero le regalamos una operación de apendice”.

Vale. Ayer fui al dentista. Supongo que lo mismo que le ocurrió a quien subió el video que enlazo AQUÏ

Este tiene más humor:
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