Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

jueves, 5 de noviembre de 2009

Las estafillas del restaurante Roots

El subconsciente colectivo de años de represión marcó en el cerebro de los españoles miedos variopintos, como el miedo a ejercer los derechos, a veces más básicos, como consumidores. El no ejercicio de esos derechos se ha convertido casi en dejadez. Dejadez a la hora de repasar las facturas de las compras en el centro comercial, dejadez a la hora de comprobar las facturas en los restaurantes, incluso dejadez, por temor o timidez, a preguntar el precio de bienes o servicios cuando no está claramente especificado.

Aprovechando la cosa de la crisis durante este año estoy siendo mucho más estricto y a final de año creo que repasar facturas, quejarme, pedir información…, me va a suponer un ahorro de más de 120 euros.

A nadie se le escapa que este país es proclive a la corrupción, que en el escalafón más cotidiano se convierte en corruptelas con las que convivimos tranquilamente. Lo mismo ocurre con las estafas y las estafillas.

Una de estas estafillas la viví con desconcierto y, al final enfado controlado, por lo cutres que somos en esta España. El lugar fue el restaurante Roots de la calle Virgen de los Peligros. Un restaurante perteneciente al Grupo Vips. El local es bastante acogedor pero le cogí manía cuando, al poco de inaugurarlo, se empeñaron en cobrarme una barra de pan que ni solicité ni comí.

Pero bueno, vimos la carta presentada en la calle y entramos. La carta, que vemos en la foto, dejaba claro que el menú costaba 13,50 euros, IVA incluido y, gracias a un asterisco también acaraba que la bebida no estaba incluida salvo que tuvieras una tarjeta, que yo no tenía, denominada "Lunch".

Pues vale. Nos sentamos y preguntamos al camarero amablemente que cuánto costaba la copa de vino del menú y que qué vino era, que no teníamos la tarjeta y que no lo especificaba por ninguna parte. Nos miró como a bichos raros y respondió que no tenía ni idea, que creía que la copa valía unos 3 euros (o sea, 6 euros si eran dos. ¡Coño! Mil pelas por dos copas de un vino desconocido de una botella abierta). La cosa no estaba muy clara, pero la situación era tan estrafalaria que el camarero, motu propio, nos dijo que nos daba la famosa Tarjeta Lunch y por lo tanto nos incluía el vino. Aceptamos el negocio. No perdíamos nada. Sólo la posibilidad de que el vino fuera peleón. Y, sin ser una cosa para tirar cohetes, no fue el caso.

Comimos bien, normalito. En línea con lo esperado y, a la hora de pedir la cuenta nos meten 5 euros por el vino, a pesar de que nos dieron la tarjeta prometida. Evidentemente aclaramos que no era eso lo que nos habían asegurado.

Comienzan los protocolos: viene el encargado y nos explica que la tarjeta empieza a servir a partir del próximo día que vayamos. Reclamamos al camarero que nos aseguró que el vino era gratis. No lo traen. Y el encargado que lo siente, que ha debido explicarse mal el camarero, que repentinamentehabía desaparecido. Y yo,"pues que se hubiese explicado bien". Habría sido tan sencillo como decirnos el vino que era y su precio cuando solicitamos la información. Una información que no aparece por ninguna parte. Y seguro que habríamos pagado.

Y él que lo sentía pero que ¡no podía hacer nada! Mirada profunda y: "sí. Sí puede hacer. Simplemente no cobrarnos nada por el vino tal como nos habían explicado al principio". ¡Qué manía de engañar! ¡Qué manía de que paguemos a ciegas! Al final, a pesar del aspecto de tragedia griega del encargado, no pagamos los 5 euros.

Así las cosas no vuelvo. O quizá sí... Evidentemente me quedo en el bar del Rambo. Creo que ya puse este video, pero es de los importantes. De los que marcan. Con los altavoces a tope:


1 comentario :

  1. Amigo, Alfon. Es una verdadera lástima pero el que no llora, no mama. A cuenta de la caradura de muchas empresas, me he convertido en una macarra reclamante. Reclamo siempre y, lo peor, es que me dan la razón todas las veces! Por tanto, si no reclamo estoy permitiendo que me estafen!! Un asco, amigo, un asco...

    Por cierto, al menos el vino no era peleón....

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