Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

domingo, 27 de abril de 2014

75 años de la quema de libros fascista en Madrid


Hace 75 años, después de tres de resistencia, el golpe de Estado de Franco triunfaba y España retrocedía hasta la España de Torquemada. Todo el mundo conoce la quema de libros que los nazis llevaron a cabo el 10 de mayo de 1933, bautizado como bibliocausto. La prensa internacional se hizo eco de ese capítulo que hacía prever la que se avecinaba. Sin embargo, el franquismo consiguió que su bibliofobia pasara desapercibida en la historia. Incluso el auto de fe organizado por Falange el 30 de abril de 1939 en la Universidad Central de Madrid es un episodio, como tantos, apenas conocido. Era la forma fascista de celebrar el Día del libro.


En aquel auto de fe, aparte de Antonio Luna García, delegado provincial de FET de la JONS en Madrid y secretario nacional de la Jefatura de Educación, estuvieron presentes Salvador Lisarrague Novoa, secretario provincial de dicha Jefatura de Educación y de la delegación provincial madrileña de Falange, así como David Jato, jefe provincial del Sindicato Español Universitario (SEU).

La profesora Ana Martínez Rus, de la Universidad Complutense de Madrid; nos recuerda en  Represura, Revista de Historia Contemporánea española en torno a la represión y la censura aplicadas al libro; que Antonio Luna fue el primer juez instructor nombrado de la Comisión Superior Dictaminadora para depurar el profesorado de la Universidad de Madrid al acabar la guerra. Asimismo, el profesor Salvador Lisarrague, acabó siendo el primer responsable del Ateneo de Madrid intervenido.

De aquella jornada, el periódico Ya, reseñaba en su edición del 2 de mayo: “el Sindicato Español Universitario celebró el domingo la Fiesta del Libro con un simbólico y ejemplar auto de fe. En el viejo huerto de la Universidad Central –huerto desolado y yermo por la incuria y la barbarie de tres años de oprobio y suciedad –se alzó una humilde tribuna, custodiada por dos grandes banderas victoriosas. Frente a ella, sobre la tierra reseca y áspera, un montón de libros torpes y envenenados (…) Y en torno a aquella podredumbre, cara a las banderas y a la palabra sabia de las Jerarquías, formaron las milicias universitarias, entre grupos de muchachas cuyos rostros y mantillas prendían en el conjunto viril y austero una suave flor de belleza y simpatía”.

“Prendido el fuego al sucio montón de papeles, mientras las llamas subían al cielo con alegre y purificador chisporroteo, la juventud universitaria, brazo en alto, cantó con ardimiento y valentía el himno Cara al sol”, concluía.

El odio a los libros por los fascistas en España comenzó en paralelo al golpe de Estado. El periódico Arriba España, órgano de Falange, en su primer número de 1 de agosto de 1936, incitaba a la destrucción de libros: “¡Camarada! Tienes obligación de perseguir al judaísmo, a la masonería, al marxismo y al separatismo. Destruye y quema sus periódicos, sus libros, sus revistas, sus propagandas. ¡Camarada! ¡Por Dios y por la patria!”.

Su director fue el clérigo falangista, Fermín Yzurdiaga, que acabó siendo Jefe Nacional de Prensa y Propaganda. se fundó tras asaltar miembros de Falange, durante los primeros días de la Guerra Civil, la sede del Partido Nacionalista Vasco, requisar la rotativa que se encontraba en ese lugar, donde el PNV editaba el periódico nacionalista vasco La Voz de Navarra y detener al hasta entonces director del diario, José Agerre. Posteriormente, el Arriba España de Pamplona se convirtió en el Arriba y pasó a tirarse en Madrid.

Las quemas públicas franquistas de libros fueron habituales. Martínez Rus recoge que en La Coruña también fueron habituales, frente al edificio del Real Club Náutico, en el muelle, según recogió el periódico, El Ideal Gallego, en agosto de 1936: “A orillas del mar, para que el mar se lleve los restos de tanta podredumbre y de tanta miseria, la Falange está quemando montones de libros y folletos de criminal propaganda comunista y antiespañola y de repugnante literatura pornográfica”.

La quema de libros es una obsesión de regímenes totalitarios. Desde la biblioteca de Alejandría hasta la reciente quema de la biblioteca de Egipto, pasando por la Inquisición es una forma de violencia contra el enemigo.  La libertad de expresión no gusta a los dictadores. La cultura, las Humanidades…, tampoco.

Letras de humo

Uno de los primeros actos organizados por Falange una vez acabada la guerra civil fue una quema pública de libros. En la Universidad Central de Madrid, el 30 de abril de 1939 se celebró lo que se llamaron “auto de fe” para condenar al fuego a los “enemigos de España”, y allí ardieron libros de Sabino Arana, Gorki, Freud, Lamartine, Karl Marx, Rousseau, Voltaire y muchos otros, en una mezcla en la que se quería significar la condena a los liberales, los marxistas, los modernistas, los separatistas y todos los que el franquismo exaltado del momento podía considerar sus enemigos.

Significativamente, la quema de libros se concibió también como un ejercicio educativo y en él participó el secretario nacional de Educación, Antonio Luna. El diario falangista Arriba del 2 de mayo glosaba el acto en un comentario titulado Letras de humo en el que decía: “Con esta quema de libros también contribuimos al edificio de la España, Una, Grande y Libre. Condenamos al fuego a los libros separatistas, liberales, marxistas; a los de la leyenda negra, anticatólicos; a los del romanticismo enfermizo, a los pesimistas, a los del modernismo extravagante, a los cursis, a los cobardes, a los seudocientíficos, a los textos malos, a los periódicos chabacanos”. 

Apelando a los “filósofos y poetas, novelistas y dramaturgos, ensayistas y pensadores de un mundo a la deriva”, el periódico les decía: “En España los hombres jóvenes tienen el valor de quemar vuestros libros y, sobre todo, de quemarlos sin un gesto de aflicción”

[Extraído del libro Todo Franco. El franquismo de la A a la Z. De Justino Sinova y Joaquín Bardavio editado por Plaza y Janés en 2000.]

4 comentarios :

  1. Bravo Alfonso!!! es importante recordar estos episodios para que no se repitan. Estamos en unos momentos en los que en España se agrede a la cultura y a la educación sin contemplaciones. Es cierto que ahora no se queman los libros en las plazas públicas, basta con silenciarlos, condenarlos al olvido por todos los medios posibles, como pasa con tantos que se dejan de editar o de recomendar su lectura en los medios de comunicación o en los centros educativos de forma calculada.
    Me ha gustado mucho esta entrada, hace pensar, besitos y a seguir

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    1. Muchas gracias, Carmen. Es verdad que se pueden quemar libros sin fuego, como ya está ocurriendo; y películas y teatro... Eso. ¡A pensar! Más besos.

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