Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

miércoles, 18 de febrero de 2015

Toda la verdad

El País tiene que explicar sus cuentas para evitar otro golpe a la credibilidad entre sus lectores


Los dueños del periódico gastan en Bolsa y despiden trabajadores


Las cuentas internas de El País, según las cuales los dueños del periódico vienen padeciendo “ludopatía bursátil”, tal como denunciaba Enric González en un artículo censurado por Juan LuisCebrián, exigen una inmediata explicación pública por parte de la empresa editora, ya que está directamente relacionada con su línea editorial y la profesionalidad de su redacción, que desde la muerte de Polanco va a una deriva inexplicable. Hace falta, además, la lógica apertura de una investigación interna que aclare no solo las razones de los gastos de los dueños (Cebrián, por ejemplo tiene que pasar 30.000 euros mensuales de pensión a su exmujer según resolvieron los juzgados)  sino también las relaciones entre los distintos poderes y las entidades financieras con las que el periódico ha creado relaciones de dependencia.

Para un ciudadano medianamente informado es difícil evitar la percepción de que puede existir una connivencia poco clara entre los dueños del periódico y distintos grupos económicos con intereses muy concretos, va más allá de las relaciones profesionales y periodísticas  habituales;  además de un sistema poco transparente de retribución de los dueños y un uso abusivo de los recursos de la empresa (perciben, no se olvide, dinero público para su funcionamiento a través de subvenciones), que recuerda, salvando las distancias, a los dispendios desvergonzados a que tan acostumbrados nos tienen políticos y empresarios cuyos nombres vemos diariamente con cuentas en Suiza.

Hasta el momento, la respuesta oficial del periódico oscila entre lo inexistente y lo insuficiente. No es aceptable justificar el multimillonario sueldo de Cebrián en nombre de una genérica actividad profesional; la retribución de los periodistas vocacionales como Cebrián no tiene por qué ser diferente de la de cualquier trabajador. La explicación de esas cuentas alarmantes es crucial para determinar si lo que ha pasado en El País es que sus dueños se han sumado a un proceso de despilfarro irregular (similar al detectado en otras empresas) y que cuestiona el ejercicio de las responsabilidades de un medio de comunicación, o si se trata de un error coyuntural que puede ser corregido con una decisión drástica de la dirección del periódico.
En cualquier caso, las opciones están claras: o la dirección del periódico recurre a maniobras dilatorias —minusvalorar o disculpar los hechos conocidos—, o toma el camino de una explicación contundente, autocrítica y radical que depure las responsabilidades correspondientes (si ha lugar) y modifica las estructuras organizativas y de control interno.

Las lecciones de los constantes errores  y de los casos de pseudoinformaciones obtenidas  de forma dudosa (no olvidemos también aquella portada dedicada a la inexistente muerte de Hugo Chavez) deberían dar una pista a El País de que su línea editorial está bajo atento escrutinio de los ciudadanos y de los tribunales; pero lo que tendría que preocupar más al periódico es la pérdida de credibilidad de sus informaciones con titulares típicos de la prensa amarilla. El razonamiento que atribuye la corrupción y el abuso a “personas” o “grupos” que manchan el intachable comportamiento de las organizaciones solo es aplicable cuando las instituciones afectadas clarean sus cuentas, explican sus errores y demuestran que quieren corregirlos. El País tiene, todavía, esa oportunidad.


(Post sin animus imjuriandi, basado en el editorial de El País, con el mismo título, publicado el pasado 16 de febrero de 2015)

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