Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero
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sábado, 9 de marzo de 2013

La lengua madre con Juan Diego


Andaba yo el pasado fin de semana en una de esas escapadas por Bilbao y me encontré con el Teatro Campos Elíseos y con que Juan Diego actuaba allí con el monólogo escrito por Juan José Millás, La lengua madre. Después de una magnífica mañana de paseo por Getxo, y antes de tomar unos pintxos por el Casco Viejo, no era mal plan un teatro  de poco más de una hora.

El Arteria Teatro Campos Elíseos Antzokia, anteriormente Teatro Campos Elíseos y popularmente, El Campos y La Bombonera de Bertendona, fue inaugurado en el año 1902 y reinaugurado el 11 de marzo de 2010. El teatro se rehabilitó a medias entre el Ayuntamiento y la SGAE y veo que la gestión es de la Fundación Autor de la SGAE, así que si un día veo a la buena de Inés París le diré que en el patio de butacas hace frío. Que el personal, aún siendo del mismo Bilbao, tiene que estar con el abrigo puesto. Claro, no es cómodo tener que andar poniéndose abrigos en medio de una representación.

También es cierto que la magistral interpretación y el genial texto de Millás hacen que el frío no fuera impedimento. El tiempo pasó volado con un monólogo magnífico, en el que Juan Diego, como un maestro que es sobre las tablas, para, templa y manda. Nos hace sonreir, reir y llorar. Hace unos giros magistrales; un par de pasmosos, eternos silencios que lo dicen todo. Y todo, gracias a las palabras.

El texto, con tintes surrealistas a lo Millás, muy bien estructurado; va, viene y por el camino no se entretiene; está repleto de contenido. Imposible asimilarlo en el instante, que queda un tiempo dando vueltas en nuestra cabeza y nuestro corazón. Es el protagonista un tipo tierno, bien podría ser un profesor provinciano, que comienza a dar una conferencia sobre gramática, bien podría ser en el casino de la ciudad…

El Campos, en Bilbao.
Pero a la primera de cambio se la va el hilo y comienza a elucubrar sobre las palabras, sobre su uso y manipulación, sobre las palabras en medio de recuerdos de familiares, de la madre, del padre, del colegio, de la tía…

Es un texto imprescindible para abrir los ojos a lo que está ocurriendo. Quieren robarnos las palabras, quieren vaciarlas de contenidos, quieren marearnos. Surgen nuevos idiomas: el cospedalés, el montorés, el rajoynano, el barcenés …, repletos de giros y circunloquios incomprensibles. Ya no se privatiza, se externaliza… O como relata el monólogo, nos encontramos con un test de estrés, una hipoteca subprime, un cashflow, o una prima de riesgo…

Usamos y abusamos de las palabras. Las vaciamos de contenido. A veces, me da la impresión de que todo el mundo se quiere y recuerdo ese tema de Aute en la que repetía la palabra “amor”, apenas sin pensarla.

Hay que pelear por que las palabras no se las lleve el viento. La única certeza que tenemos son las palabras y, si me apuras, el orden del abecedario. Sigamos a Blas de Otero porque nos queda la palabra:

Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.

Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.

Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.

Y claro, si algún día andáis por alguna ciudad en la que haya recalado este monólogo, no os lo perdáis, mientras, os dejo el lugar de donde nació este monólogo:



martes, 30 de marzo de 2010

Mucho cine

Los protagonistas de la primera película de la historia eran obreros. Un mes de marzo de hace 115 años los hermanos Lumiere presentaban en París a un grupo de empresarios una peliculita, la primera de la historia, titulada Salida de los obreros de una fábrica. El tema: obreros saliendo de una fábrica, pero ¡moviéndose a 16 imágenes por segundo!

Bueno eso dicen todos los manuales. La peli la puedes ver aquí, pero yo, prácticamente, lo único que veo son mujeres. Tras la mencionada proyección, uno de los empresarios preguntó que cómo se podía explotar comercialmente el invento. Los Lumiere dijeron que eso no tenía futuro, que era sólo un proyecto científico. Pocos años después tuvieron que tragarse esas palabras. ¡En qué estarían pensando estos científicos!

De la misma época es también Llegada del tren a la ciudad que puedes ver pinchando aquí. Las pelis eran documentalitos inocentes. Hasta lo más bélico da gusto verlo, por ejemplo en esta cinta de 1896, una auténtica batalla…, pero de bolas de nieve.

Desde entonces, el cine influye en nuestras vidas de la misma manera que la vida influye en el cine. Nuestros oídos se abrieron con las sintonías de Disney, los que tenemos una edad, con esas versiones latinas de Peter Pan, Libro de la Selva, Aristogatos…, luego las del oeste con John Wayne, las bélicas y sus mil versiones de las Segunda Guerra Mundial las de romanos, los musicales…

Sin darnos cuenta fumábamos como Humphrey Bogart en Casablanca (cuántos cigarros se encendía en una sola escena); bailábamos como Fred Astaiere; envidiábamos a esa mujer activa y bella que Catherine Hepburn; decíamos adiós sin mirar atrás como la sofisticada Liza Minelli en Cabaret; nos enamoramos de Marilynes rubias de bote y Paul Newmans con camisetas de tirantes…

La crisis económica, paradójicamente, está llenando las salas. Dos horas de ocio compartido en sala oscura, con la imaginación volando, viviendo aventuras, sufrimientos, alegrías. Con palomitas o sin palomitas.

La primera película de la historia estaba protagonizada por obreros y la primera película de la historia de España, como no podía ser de otra manera, fue Salida de la misa de doce de la Iglesia del Pilar de Zaragoza, rodada por Eduardo Jimeno Correas. Es decir, el cine es reflejo, quizá espejo valleinclanesco, de la sociedad.
El cine puede divertir y puede hacernos pensar.

Desde hace ya ocho años Comisiones Obreras de Madrid organiza la Muestra de Cine y Trabajo. Este año entre el 21 y el 25 de abril, para acercarnos a la realidad laboral mundial en el entorno del 1º de mayo. Un cine denuncia imprescindible, reflejo de la realidad. Como con los Lumiere, los obreros siguen siendo protagonistas de la gran pantalla.

Y, claro, en esta entrada no podía faltar el Aute con este video: