Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

martes, 6 de octubre de 2009

Los sueños de la edad tardía / el tiempo / la felicidad / los nombres (y II)

Contaba en la entrada de ayer las vueltas que he dado hasta que mi espíritu se ha hecho con Los juegos de la edad tardía de Luis Landero. Diré, para colmo de casuales con esta novela, que de un tiempo a esta parte he comenzado a tener cierta relación profesional con un tipo que dice llamarse Oswaldo Puente (pongo aquí su foto) y que estéticamente, a veces me recuerda a Faroni.
Pero os relato unas cuantas cosas más sobre cómo me ha llegado al alma Los juegos de la edad tardía.



Son pocos los personajes que desfilan por la novela. Sus protagonistas, fracasados, habitantes de una época absolutamente oscura. Sueños y objetivos incumplidos que tienen una forma sencilla de realizarse: a través de la imaginación, de la mentira inocente que va creciendo y creciendo. Gregorio es ya un tipo maduro, oficinista gris al que sus sueños juveniles se le han esfumado. Telefónicamente conoce a Gil, quien lejos de la gran ciudad recuerda sus años jóvenes en Madrid y todo aquello que piensa se ha perdido en la vida. Gregorio sucumbe a la necesidad de Gil de tener un héroe artista y se convierte en el hombre que quiso ser en su juventud, Faroni: ingeniero y poeta, triunfador de tertulia, culto, viajero, políglota, extravagante en el vestir, progre…

Gil decide conocer a Gregorio, pero ya no hay vuelta atrás. Estos maduros han iniciado un juego de adolescentes peligroso y sólo Faroni puede salvarlos.

La historia de Gregorio, en primera persona, con las pinceladas de su familia no tienen desperdicio (Mi padre decía: "¿Cómo se explica que en los periódicos siempre haya atropellos y en las calles no? Si quieres ser periodista, muchacho, tendrás que irte lejos").
El veloz paso del tiempo: "Una tristeza antigua le nubló la mirada. Más de veinte años habían pasado. Desde entonces no había vuelto a cantar al otoño, ni a sentir el apremio del cariño, ni a nombrar a la amada por sus nombres secretos de pájaros y flores. Ató la caja de zapatos preguntándose a cambio de qué había renunciado a todo aquello…" O sea, una severa crisis de los cuarenta. Y la receta, "así, queriendo burlar el tiempo, sólo consiguió vivirlo con una intensidad interminable". La felicidad: "a veces la felicidad es algo tan sencillo que no nos damos cuenta de su presencia, y vamos a buscarla a otra parte, muy lejos".

Landero, a lo largo de la obra insite en jugar con los nombres y los seudónimos. Su protagonista le quita cualquier importancia a tener un nombre u otro: "si te fijas, las cosas que tienen más de un nombre siempre son mágicas, y lo que hacemos los poetas es ponerles a las cosas nombres nuevos, para hacerlas más misteriosas".

Pero más allá del tema o los temas de fondo, Landero es un maestro del lenguaje a la antigua usanza: "No había luces, y nada se oía sino un apagado trajín de vajilla al otro lado de el asa, tan lejos que se confundía con la lluvia. En las paredes, una trémula perspectiva de brillos muertos definía la distancia, y por todas partes había un olor a gente ya cenada, a mondas de fruta y a limpieza ganada a pulso y exhibida con los legítimos despojos arrebatados al contrario. Olía a pulcritud en estado de sitio, a orines derrotados, a carne vieja embutida en pijama" (…)

En definitiva que el libro absorve. Un libro para pensar. Para aprender a utilizar el lenguaje. Un libro, al que, además, debo agradecer haberme hecho unas lentes progresivas.

Un libro para leer pausadamente y sin el tragín del metro o el autobús, a pesar de que se comunique con otro libro a través de túneles y laberintos:



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(Si estás en face book e original, a la dirección del blog, para ver el video de este microrelato de Landero que os recomiendo. Dura menos de dos minutos)<

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