En el ajedrez la figura más preciada es la reina, que también se denomina dama. Una pieza que se desenvuelve por el tablero de arriba abajo, de abajo arriba, en horizontal y en diagonal. Es la figura más poderosa, aunque para ganar la partida, lo que hay que hacer es matar al rey.
En el juego de damas todas las fichas tienen el mismo valor. Todas son peones salvo cuando llegan a la retaguardia enemiga. Entonces se convierten en damas con un poder tremendo sobre el tablero. Pueden comer varias fichas contrarias de una atacada yendo de arriba abajo y al revés. Aquí no hay reyes. Sólo peones y damas.
En el tablero político internacional existen las "primeras damas". Veo que un manifiesto de mujeres pide a éstas, a las primeras damas, que no acudan a la reunión del G-8, en protesta por la forma en que Berlusconi trata a las mujeres. El problema no es hacer una protesta coyuntural. Lo inexplicable es qué sentido tiene una primera dama más allá de un elemento florero, glamuroso, de prensa rosa, que, gracias a Carla Bruni parece que está de moda.
Por otra parte, nunca habla nadie de los primeros damos,bien porque la jefa de Estado o Gobierno de turno sea mujer, bien porque el jefe de Estado o Gobierno e truno sea gay. Y parece que nadie se plantea la posibilidad de que un jefe de Estado o Gobierno sea soltero. El tablero político internacional debería ser como el juego de damas, sin figuras absurdas y trasnochadas, herederas de la más rancia tradición monárquica. Sin consortes. En caso contrario habría que contemplar en los convenios colectivos que las mujeres y maridos tengan el deber de acompañar al trabajo a sus respectivas parejas. ¡Vaya lío!
Y aquí, mientras tanto, el Parlamento quiere cargarse el Ministerio de Igualdad. No digo yo que la ministra sea un dechado de virtudes, pero el Ministerio acaba de nacer por decisión del presidente del Gobierno. El presidente del Gobierno tiene en su tejado el tablero del juego al que quiere jugar. Las damas, no las primeras damas, observan atentas.
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