Nunca imaginé que bajar la bolsa de basura al contenedor entrañara peligros similares. Tras la espectacular tormenta de ayer, la calorina que estaba instalada en la vivienda era tremenda. Un pantalón corto, una camiseta, y unas chanclas eran toda mi ropa. Intentaba alejar la pestilente bolsa de mi nariz mientras hacía el descenso por el ascensor. Para desgracia propia, el contenedor de la tapa naranja estaba más alejado de lo normal, entre charcos causados por la reciente tormenta.
Por fin alcancé el objetivo. Las gafas se quedaron en casa, así que al abrir la tapa del cubo, el agua allí acumulada se derramó sobre camiseta, pantalón, piernas. Me empapé. En el suelo una bolsa. Mi arraigado civismo hizo que la recogiera para tirarla al cubo. En ese instante: un helicóptero con reflector, cuatro coches de la policía nacional, dos coches de la policía local, dos jóvenes con aspecto descuidado pero con pistolas y sendas placas de policía me inmovilizan sobre un coche allí aparcado y: "a ver, documentación".
Yo nunca bajo la basura, pero cuando la bajo, no me llevo el carné. El trayecto es realmente corto y no es obligatorio presentarlo al entrar o salir del ascensor. Ni siquiera si el recorrido se realiza a pie, por las escaleras.
"No llevo carné", murmuré desconcertado al policía de paisano. "¡Un sin papeles!", gritó. Al tiempo que me exigía que le mostrara el contenido de la bolsa que iba a tirar al cubo. "La he cogido para tirarla…" Pero cortó y me exigió que la abriera. Así lo hice. Y ahí aparecieron cuatro hermosas bolsas de polvos de talco, pero sin marca.
"¡Lo tenemos, lo tenemos y con las manos en la masa!", gritó el otro paisano mientras me colocaba con las manos apoyadas sobre la pared de mi casa y con las piernas separadas. Me cachearon, pero lo único que encontraron fueron mis testículos a la altura de la garganta.
Por lo visto, el contenido de la bolsa no eran polvos de talco, sino cocaína, con lo que la cosa se complicaba por segundos. El helicóptero, detenido en el cielo, me enfocaba; las luces de los coches patrulla centelleaban y la vecina del primero, asomada como siempre a la ventana, con sus eternos rulos, sus mil años y sus doscientos kilos de grasa, carne y sudor sonreía mientras gritaba: "¡pero que sinvergüenza!, ¡pero que sinvergüenza!" Después de quince años no me había perdonado que, sin querer, le manchara con unas gotitas de pintura negra unas sábanas que tenía tendidas. Yo pintaba la barandilla de mi balcón y sus sábanas, más abajo, querían secarse.
Todo ocurría a una velocidad inusitada. Así que empecé a gritar: "¡Nihil osbstat, nihil obstat!". Los policías se miraban algo perplejos y me ignoraban. "Esto es un atropello. Nihil osbtat!" Ahora pienso en la sita Esperanza, que fuera mi profesora de latín. Supongo que de asistir al espectáculo, encima, me hubiera dado una colleja por decir "nihil obstat", en vez de "habeas corpus", que es lo que había visto yo en alguna película que hay que decir cuando te detienen no sé muy bien para qué. Yo creo que es como decir "crucis" en los juegos infantiles. Que se interrumpen las reglas del juego hasta que otro dice "descrucis".
En definitiva, aunque sin reloj, calculo que en diez minutos me estaban metiendo en un calabozo espantoso, en el sótano de donde me tire horas haciendo cola para renovarme el DNI. Ese DNI que reposaba tranquilamente en casa. Un tipo muy grande y muy desagradable ocupaba también la celda. Y yo rogué a todos los santos para que me respetara entero y verdadero. No se me iba de la cabeza las escenas de los novatos que ingresan en las cárceles y el peligro que tiene que se les caiga el jabón en la ducha. Por suerte allí no había ducha. Sí había un retrete, un lavabo y una bandeja de plástico tipo catering, vacía.
No sé cuanto tiempo después me sacaron para pedirme declaración. Por lo visto me acusaban de tráfico de droga. Nada menos que me habían pillado con tres kilos de coca. Un kilo por bolsa. En realidad había cuatro, pero no iba yo a aumentar la desgracia. No sé qué pasaría con la cuarta bolsa. Se les debió perder con el trajín.
Me dejaron hacer una llamada. Por suerte me acordaba del teléfono de un abogado que me representó cuando me dieron el golpe en el coche. No sé cómo lo hizo el letrado que, después de destrozarme el coche unos borrachos que iban como locos en un Porsche, perdí el juicio. Eso sí, le adelanté 3.000 euros, que todavía me debía. Le llamé y me lo cogió una mujer. La noticia es que el abogado se había muerto la semana anterior. Le reventó el corazón por una sobredosis de, curiosamente, cocaína. Por lo visto se metió dos fabadas y unos cuantos tiros de coca. Ahora estaba sin abogado, sin 3.000 euros, acusado de tráfico de drogas, con un pantalón corto, una camiseta, unas chanclas y con un tipo esperándome en un oscuro calabozo.
Así las cosas, tiré por el camino de en medio: "de drogas no. Yo me acuso de que me cae fatal Esperanza Aguirre. Lo he dicho, lo he escrito y lo reconozco". Los polis que me tomaban declaración me miraban con gesto interrogante. Así que confesé lo peor: "He pecado de pensamiento, y recalqué, de pen-sa-mien-to contra el fichaje de Cristiano Ronaldo. Yo soy del Madrí, hice la mili con Pardeza; no soporto a los ultrasur, pero sí. He pecado de pensamiento contra un gasto tan inmoral, con la que está cayendo. Y he pecado porque también he pensado que es injusto que Caja Madrid conceda un crédito a mi equipo para que haga dispendios así. Yo, que el otro día les pedí un crédito de dos mil euros para un portátil, porque estoy enganchado al facebook y me dijeron que nasti de plasti"…
El que tenía aspecto de mandar más, mandó callar y telefoneó a un tal Agustín por la línea interior. Al rato apareció ¡Agustín!, mi excuñado el médico. Un tipo magnífico con el que había corrido mil y una aventuras. Se divorció de mi hermana gracias a mí. Le abrí los ojos. Le cambié la vida. Estaba estupendo. Nos abrazamos emotivamente, al tiempo de que se sorprendió de verme allí. Los polis le contaron su versión. Yo, la mía, incluido la desaparición de una de las bolsas de cocaína…
En media hora estaba en mi casa, que me acercó Agustín en coche. La vecina del primero allí estaba de guardia, mirándome con odio. Llamé al portero automático y mi mujer me dio la bronca porque se me había enfriado la cena. Evidentemente no le conté la verdad porque no se la habría creído. Le dije que una rubia inglesa de 20 años, una becaria de Erasmus, no encontraba una dirección. Que la acompañé, que me invitó a una cerveza y que cuando la cosa parecía que podía ir a mayores me asusté y me volví. Creo que tampoco me creyó la historia, pero sí era más verosímil.
Y ahora tengo insomnio porque he confesado en una comisaría que he pecado de pensamiento contra el fichaje de Cristiano Ronaldo. Aunque la policía ya no es lo que era. Es más, yo creo que el que mandaba era más de ballet que de fútbol. Como debe ser. Y con tanta policía, me voy a recrear con este video del Sabina…
Por fin alcancé el objetivo. Las gafas se quedaron en casa, así que al abrir la tapa del cubo, el agua allí acumulada se derramó sobre camiseta, pantalón, piernas. Me empapé. En el suelo una bolsa. Mi arraigado civismo hizo que la recogiera para tirarla al cubo. En ese instante: un helicóptero con reflector, cuatro coches de la policía nacional, dos coches de la policía local, dos jóvenes con aspecto descuidado pero con pistolas y sendas placas de policía me inmovilizan sobre un coche allí aparcado y: "a ver, documentación".
Yo nunca bajo la basura, pero cuando la bajo, no me llevo el carné. El trayecto es realmente corto y no es obligatorio presentarlo al entrar o salir del ascensor. Ni siquiera si el recorrido se realiza a pie, por las escaleras.
"No llevo carné", murmuré desconcertado al policía de paisano. "¡Un sin papeles!", gritó. Al tiempo que me exigía que le mostrara el contenido de la bolsa que iba a tirar al cubo. "La he cogido para tirarla…" Pero cortó y me exigió que la abriera. Así lo hice. Y ahí aparecieron cuatro hermosas bolsas de polvos de talco, pero sin marca.
"¡Lo tenemos, lo tenemos y con las manos en la masa!", gritó el otro paisano mientras me colocaba con las manos apoyadas sobre la pared de mi casa y con las piernas separadas. Me cachearon, pero lo único que encontraron fueron mis testículos a la altura de la garganta.
Por lo visto, el contenido de la bolsa no eran polvos de talco, sino cocaína, con lo que la cosa se complicaba por segundos. El helicóptero, detenido en el cielo, me enfocaba; las luces de los coches patrulla centelleaban y la vecina del primero, asomada como siempre a la ventana, con sus eternos rulos, sus mil años y sus doscientos kilos de grasa, carne y sudor sonreía mientras gritaba: "¡pero que sinvergüenza!, ¡pero que sinvergüenza!" Después de quince años no me había perdonado que, sin querer, le manchara con unas gotitas de pintura negra unas sábanas que tenía tendidas. Yo pintaba la barandilla de mi balcón y sus sábanas, más abajo, querían secarse.
Todo ocurría a una velocidad inusitada. Así que empecé a gritar: "¡Nihil osbstat, nihil obstat!". Los policías se miraban algo perplejos y me ignoraban. "Esto es un atropello. Nihil osbtat!" Ahora pienso en la sita Esperanza, que fuera mi profesora de latín. Supongo que de asistir al espectáculo, encima, me hubiera dado una colleja por decir "nihil obstat", en vez de "habeas corpus", que es lo que había visto yo en alguna película que hay que decir cuando te detienen no sé muy bien para qué. Yo creo que es como decir "crucis" en los juegos infantiles. Que se interrumpen las reglas del juego hasta que otro dice "descrucis".
En definitiva, aunque sin reloj, calculo que en diez minutos me estaban metiendo en un calabozo espantoso, en el sótano de donde me tire horas haciendo cola para renovarme el DNI. Ese DNI que reposaba tranquilamente en casa. Un tipo muy grande y muy desagradable ocupaba también la celda. Y yo rogué a todos los santos para que me respetara entero y verdadero. No se me iba de la cabeza las escenas de los novatos que ingresan en las cárceles y el peligro que tiene que se les caiga el jabón en la ducha. Por suerte allí no había ducha. Sí había un retrete, un lavabo y una bandeja de plástico tipo catering, vacía.
No sé cuanto tiempo después me sacaron para pedirme declaración. Por lo visto me acusaban de tráfico de droga. Nada menos que me habían pillado con tres kilos de coca. Un kilo por bolsa. En realidad había cuatro, pero no iba yo a aumentar la desgracia. No sé qué pasaría con la cuarta bolsa. Se les debió perder con el trajín.
Me dejaron hacer una llamada. Por suerte me acordaba del teléfono de un abogado que me representó cuando me dieron el golpe en el coche. No sé cómo lo hizo el letrado que, después de destrozarme el coche unos borrachos que iban como locos en un Porsche, perdí el juicio. Eso sí, le adelanté 3.000 euros, que todavía me debía. Le llamé y me lo cogió una mujer. La noticia es que el abogado se había muerto la semana anterior. Le reventó el corazón por una sobredosis de, curiosamente, cocaína. Por lo visto se metió dos fabadas y unos cuantos tiros de coca. Ahora estaba sin abogado, sin 3.000 euros, acusado de tráfico de drogas, con un pantalón corto, una camiseta, unas chanclas y con un tipo esperándome en un oscuro calabozo.
Así las cosas, tiré por el camino de en medio: "de drogas no. Yo me acuso de que me cae fatal Esperanza Aguirre. Lo he dicho, lo he escrito y lo reconozco". Los polis que me tomaban declaración me miraban con gesto interrogante. Así que confesé lo peor: "He pecado de pensamiento, y recalqué, de pen-sa-mien-to contra el fichaje de Cristiano Ronaldo. Yo soy del Madrí, hice la mili con Pardeza; no soporto a los ultrasur, pero sí. He pecado de pensamiento contra un gasto tan inmoral, con la que está cayendo. Y he pecado porque también he pensado que es injusto que Caja Madrid conceda un crédito a mi equipo para que haga dispendios así. Yo, que el otro día les pedí un crédito de dos mil euros para un portátil, porque estoy enganchado al facebook y me dijeron que nasti de plasti"…
El que tenía aspecto de mandar más, mandó callar y telefoneó a un tal Agustín por la línea interior. Al rato apareció ¡Agustín!, mi excuñado el médico. Un tipo magnífico con el que había corrido mil y una aventuras. Se divorció de mi hermana gracias a mí. Le abrí los ojos. Le cambié la vida. Estaba estupendo. Nos abrazamos emotivamente, al tiempo de que se sorprendió de verme allí. Los polis le contaron su versión. Yo, la mía, incluido la desaparición de una de las bolsas de cocaína…
En media hora estaba en mi casa, que me acercó Agustín en coche. La vecina del primero allí estaba de guardia, mirándome con odio. Llamé al portero automático y mi mujer me dio la bronca porque se me había enfriado la cena. Evidentemente no le conté la verdad porque no se la habría creído. Le dije que una rubia inglesa de 20 años, una becaria de Erasmus, no encontraba una dirección. Que la acompañé, que me invitó a una cerveza y que cuando la cosa parecía que podía ir a mayores me asusté y me volví. Creo que tampoco me creyó la historia, pero sí era más verosímil.
Y ahora tengo insomnio porque he confesado en una comisaría que he pecado de pensamiento contra el fichaje de Cristiano Ronaldo. Aunque la policía ya no es lo que era. Es más, yo creo que el que mandaba era más de ballet que de fútbol. Como debe ser. Y con tanta policía, me voy a recrear con este video del Sabina…
">
Que buena la historia que acabo de leer,superentretenida y creo que un poco apegada a realidades que no deben estar muy alejadas de ese entorno. Me gustó mucho. De chile libertad joan
ResponderEliminar