Al final, el 15 de agosto celebré la Paloma y Ferragosto. Como en la escena final de Las vacaciones de Ferragosto, brindé por esta fecha en un restaurante italiano que me gusta, Mamma Juana, donde, además de degustar el más exquisito risoto, se pueden contemplar fotografías de viejos filmes italianos. Inevitable lanzar la mirada sobre una sobrehumana Sofia Loren, jovencísima, cuyos brazos elevados permiten ver sin ningún tapujo unas axilas repletas de vello. Nunca el pelo de la sobaquina fue tan estético.
Y siendo verano, superado por el vino y la calorina, crucé la calle Alcalá. En veinte pasos abandoné la esquina con la señorial calle de Arturo Soria para llegar a la esquina de la popular calle de los Hermanos García Noblejas. Lo bueno de tener hijas, hijos, sobrinas, sobrinos o, en general, gente menuda o medio menuda es que se puede ir sin ningún rubor a ver películas que, a primera vista, son un espanto. Y más si se leen críticas en periódicos serios realizadas por personas que, a todas luces no las ven. Personas, además, incapaces de empatizar con esa gente menuda. Personas que seguramente no han tenido infancia, o no la recuerdan. Personas que, quizá en su infancia no fueron al cine. Y menos en verano.
Iba yo dispuesto a dormitar en la oscuridad y el frescor de la sala mientras la mediática Ashley Tisdale hacía el chorra adolescente en la pantalla. Al final no me dormí. Pequeños invasores no es una obra maestra, no es una película buena, pero es entretenida para una tarde o noche de verano en compañía de peques. Es más, debo reconocer que fui descubierto partiéndome de risa ante una escena de lucha Ninja entre una viejecita y un robusto joven. También es cierto que la Tisdale hace una simple colaboración, un tanto encasillada gracias a High School Musical. Su función es que pasen por taquilla más preadolescentes y adolescentes
El asunto es que una familia va a pasar el verano a una casa en medio del campo y se ven sorprendidos por una invasión alienígena. Mejor, por un intento de invasión. También tiene un puntito de moralina, pero que no molesta.
En fin, que mañana esta peli ya se me habrá olvidado, pero tampoco es para odiarla. Es lo que es.
Y siendo verano, superado por el vino y la calorina, crucé la calle Alcalá. En veinte pasos abandoné la esquina con la señorial calle de Arturo Soria para llegar a la esquina de la popular calle de los Hermanos García Noblejas. Lo bueno de tener hijas, hijos, sobrinas, sobrinos o, en general, gente menuda o medio menuda es que se puede ir sin ningún rubor a ver películas que, a primera vista, son un espanto. Y más si se leen críticas en periódicos serios realizadas por personas que, a todas luces no las ven. Personas, además, incapaces de empatizar con esa gente menuda. Personas que seguramente no han tenido infancia, o no la recuerdan. Personas que, quizá en su infancia no fueron al cine. Y menos en verano.
Iba yo dispuesto a dormitar en la oscuridad y el frescor de la sala mientras la mediática Ashley Tisdale hacía el chorra adolescente en la pantalla. Al final no me dormí. Pequeños invasores no es una obra maestra, no es una película buena, pero es entretenida para una tarde o noche de verano en compañía de peques. Es más, debo reconocer que fui descubierto partiéndome de risa ante una escena de lucha Ninja entre una viejecita y un robusto joven. También es cierto que la Tisdale hace una simple colaboración, un tanto encasillada gracias a High School Musical. Su función es que pasen por taquilla más preadolescentes y adolescentes
El asunto es que una familia va a pasar el verano a una casa en medio del campo y se ven sorprendidos por una invasión alienígena. Mejor, por un intento de invasión. También tiene un puntito de moralina, pero que no molesta.
En fin, que mañana esta peli ya se me habrá olvidado, pero tampoco es para odiarla. Es lo que es.
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