Hoy me he dado mi mensual baño de realidad. He ido a la peluquería y allí, gracias a la colección de revistas amontonadas, he visto que a un señor le han echado de un programa de reality show porque en dos meses sólo había "hecho caca" dos veces. He visto que hay gente que sigue haciendo la comunión: la hija de Belén Esteban; la hija del Cordobés (pero el hijo, que en este país hay cosas que no cambian). He visto a los reyes, el príncipe, la princesa, las infantas, los infantes…, o sea la real parentela en distintos lugares y poses. He visto un montón de gente que no sé quién son con novios y novias. Con gafas oscuras y escondiéndose y posando.
Luego me tuve que quitar las gafas para el lavado, el cortado y el no peinado, que el largo del pelo no daba para tanto. Y ya sin gafas he evocado a una pareja que conocí el jueves, creo. Javier y Encarna, que aunque de Madrid, marcharon a vivir a Móstoles porque los pisos eran más baratos. A pesar de su historia, sí se les venía la sonrisa cuando les comentaba que tiene delito llamarse Encarna e irse a vivir a Móstoles.
Encarna tenía 18 años y Javier 25 cuando se casaron, que tomaron la decisión porque eran peleteros, trabajaban en el mismo local y estaban todo el día juntos, y "para estar así", pues se casaron. Y como tantos en esos años, marcharon a una de las ciudades dormitorio que tenía la capital, hoy, ya, ciudades para vivir, no sólo para dormir. Javier era autónomo y unos años después tuvo que buscarse las habichuelas por otra parte. Se hizo planchador en una empresa.
Llevan ya 36 años casados y hace doce la tragedia les vino a visitar en forma de esclerosis múltiple. Una enfermedad que se agarró a Encarna con toda su fuerza y que hoy día la tiene aferrada a una silla de ruedas, completamente inmóvil, viendo pasar el tiempo a través de un televisor y acompañada por Lolo y Ramón, dos gatos orondos con caras de buenas personas.
Javier tiene que estar pendiente de su mujer las 24 horas del día (les vemos en la foto de Fran Lorente). Que Encarna necesita ayuda para absolutamente todo. Hay que cambiarle pañales, darle de comer, de beber, bañarla. Y Encarna, gracias a la rehabilitación, mueve sin coordinación alguna su cabeza buscando con sus ojos, aún brillantes, palabras, gestos. Encarna emite sonidos por su boca entreabierta que sólo Javier es capaz de traducir.
A Javier hace unos años le dieron la incapacidad en su empresa, después de un montón de intervenciones quirúrgicas a cuenta de unas hernias. Lo cual no hizo más que empeorar las cosas, pues la pensión que recibía Encarna por su incapacidad absoluta se vio reducida a menos de 300 euros, ya que Javier también iba a cobrar otra pensión de, ¡nada menos! que 730 euros.
Eso sí, desde entonces se puede ocupar más de su mujer. Que los días en los que trabajaba en la fábrica Encarna se quedaba sola nueve horas al día.
Entre las batallas que llevan Javier y Encarna está aquella en la que se apuntaron a una Asociación de Esclerosis Múltiple de Móstoles, "una ONG", dice con sorna Javier, que les cobraba por la rehabilitación, por el logopeda, por todo. Ahora, la rehabilitación la hace Encarna en una residencia de ancianos, porque otra batalla que aún no han ganado es conseguir aquello a lo que tienen derecho por la Ley de Dependencia. Y esto es así, simplemente por el boicot que Esperanza Aguirre está haciendo a esta Ley emanada del Parlamento Nacional la anterior legislatura. Por una deslealtad política. Por unos celos partidistas.
Javier y Encarna no están para batallas partidistas. Están para que los que tienen el deber de arreglar los problemas, los arreglen. Y Javier se indigna cuando recuerda la llamada que hizo al teléfono 900 pidiendo información a la Comunidad sobre la Ley de Dependencia: "sólo le puedo informar que no le puedo informar de nada", le dijeron.
Javier asegura que sus vidas están rotas, destrozadas. No quiere dinero, No quiere que Encarna ingrese en una residencia, sólo quiere que, como dicta la Ley, se le ayude a seguir con su Encarna. Porque la mirada de ambos expresan que, a pesar de todo, el amor sigue vivo.
Luego, me secaron la cabeza, me volví a poner las gafas, y mientras esperaba que una señora pagara su cuenta me di un último chapuzón de realidad: Ana Obregón dice que Darek no era bueno en la cama.
Luego me tuve que quitar las gafas para el lavado, el cortado y el no peinado, que el largo del pelo no daba para tanto. Y ya sin gafas he evocado a una pareja que conocí el jueves, creo. Javier y Encarna, que aunque de Madrid, marcharon a vivir a Móstoles porque los pisos eran más baratos. A pesar de su historia, sí se les venía la sonrisa cuando les comentaba que tiene delito llamarse Encarna e irse a vivir a Móstoles.
Encarna tenía 18 años y Javier 25 cuando se casaron, que tomaron la decisión porque eran peleteros, trabajaban en el mismo local y estaban todo el día juntos, y "para estar así", pues se casaron. Y como tantos en esos años, marcharon a una de las ciudades dormitorio que tenía la capital, hoy, ya, ciudades para vivir, no sólo para dormir. Javier era autónomo y unos años después tuvo que buscarse las habichuelas por otra parte. Se hizo planchador en una empresa.
Llevan ya 36 años casados y hace doce la tragedia les vino a visitar en forma de esclerosis múltiple. Una enfermedad que se agarró a Encarna con toda su fuerza y que hoy día la tiene aferrada a una silla de ruedas, completamente inmóvil, viendo pasar el tiempo a través de un televisor y acompañada por Lolo y Ramón, dos gatos orondos con caras de buenas personas.
Javier tiene que estar pendiente de su mujer las 24 horas del día (les vemos en la foto de Fran Lorente). Que Encarna necesita ayuda para absolutamente todo. Hay que cambiarle pañales, darle de comer, de beber, bañarla. Y Encarna, gracias a la rehabilitación, mueve sin coordinación alguna su cabeza buscando con sus ojos, aún brillantes, palabras, gestos. Encarna emite sonidos por su boca entreabierta que sólo Javier es capaz de traducir.
A Javier hace unos años le dieron la incapacidad en su empresa, después de un montón de intervenciones quirúrgicas a cuenta de unas hernias. Lo cual no hizo más que empeorar las cosas, pues la pensión que recibía Encarna por su incapacidad absoluta se vio reducida a menos de 300 euros, ya que Javier también iba a cobrar otra pensión de, ¡nada menos! que 730 euros.
Eso sí, desde entonces se puede ocupar más de su mujer. Que los días en los que trabajaba en la fábrica Encarna se quedaba sola nueve horas al día.
Entre las batallas que llevan Javier y Encarna está aquella en la que se apuntaron a una Asociación de Esclerosis Múltiple de Móstoles, "una ONG", dice con sorna Javier, que les cobraba por la rehabilitación, por el logopeda, por todo. Ahora, la rehabilitación la hace Encarna en una residencia de ancianos, porque otra batalla que aún no han ganado es conseguir aquello a lo que tienen derecho por la Ley de Dependencia. Y esto es así, simplemente por el boicot que Esperanza Aguirre está haciendo a esta Ley emanada del Parlamento Nacional la anterior legislatura. Por una deslealtad política. Por unos celos partidistas.
Javier y Encarna no están para batallas partidistas. Están para que los que tienen el deber de arreglar los problemas, los arreglen. Y Javier se indigna cuando recuerda la llamada que hizo al teléfono 900 pidiendo información a la Comunidad sobre la Ley de Dependencia: "sólo le puedo informar que no le puedo informar de nada", le dijeron.
Javier asegura que sus vidas están rotas, destrozadas. No quiere dinero, No quiere que Encarna ingrese en una residencia, sólo quiere que, como dicta la Ley, se le ayude a seguir con su Encarna. Porque la mirada de ambos expresan que, a pesar de todo, el amor sigue vivo.
Luego, me secaron la cabeza, me volví a poner las gafas, y mientras esperaba que una señora pagara su cuenta me di un último chapuzón de realidad: Ana Obregón dice que Darek no era bueno en la cama.
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