Aquel agosto de 1974 veraneamos por Huelva, y una jornada la aprovechamos para pasar a Portugal con la excusa de comprar toallas. Las hoces y los martillos surgían en cada cartel propagandístico y mi padre enloqueció haciendo fotos familiares con las herramientas de fondo. El hombre estaba feliz. Era la primera vez desde que tenía ocho o nueve años que veía el alboroto que significaba la libertad en las paredes. Cuatro meses antes, unos capitanes protagonizaron, quizá, la más bella de las revoluciones de la historia, la Revolución de los claveles.
Yo, sinceramente no entendía muy bien el asunto, preguntaba y seguía sin entender muy bien la cosa, pero le cogí cariño a esas herramientas que en España estaban prohibidas. Tanto, que como el miedo atenazó a esa generación anterior a la mía, mi padre llevó las fotos a revelar a "un amigo de confianza", en vez de a la tienda de toda la vida.
Las imágenes de la Revolución de los claveles son la más clara evidencia de lo que fue el clamor de un pueblo y un ejercito al servicio de éste. Nuestra retina mantiene el rojo de los claveles como única munición de un ejército que devolvió la dignidad a la ciudadanía. Y en nuestro corazón resuenan los acordes de Grandola Vila Morena, con esa voz suave y profunda de José Afonso. Luego, como suele ocurrir, cierta desilusión de esperanzas inconclusas.
Las imágenes de la Revolución de los claveles son la más clara evidencia de lo que fue el clamor de un pueblo y un ejercito al servicio de éste. Nuestra retina mantiene el rojo de los claveles como única munición de un ejército que devolvió la dignidad a la ciudadanía. Y en nuestro corazón resuenan los acordes de Grandola Vila Morena, con esa voz suave y profunda de José Afonso. Luego, como suele ocurrir, cierta desilusión de esperanzas inconclusas.
Aquella revolución que nos estalló aquí al lado fue seguida muy de cerca por un puñado de jóvenes militares españoles que se organizaron en la ilegal UMD (Unión Militar Democrática). La organización fue rápidamente descabezada, sus integrantes sometidos a un consejo de guerra, encarcelados y expulsados del ejército. La flaca memoria de este país nunca les ha homenajeado como merecen. Solamente han sido recordados el pasado mes de enero por la Fundación Abogados de Atocha en un emotivo acto.
Y otro bonito fado con bellas imágenes para este 25 de abril:
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