Mi infancia son recuerdos del cine
Monumental como fábrica de sueños. En aquella inmensa pantalla recuerdo el jazz
de Los Aristogatos, los puñetazos de Le llamaban Trinidad, la testarudez y
dignidad de El puente sobre el río Kwait.
El Monumental, en la calle Atocha, espejo de la plazuela de Antón Martín, era
también una especie de meeting point
aquellos días en que los grises del franquismo tomaban el centro de Madrid. En
días de miedo, mi padre, con un olfato excelente, iba a buscarme por las tardes
al colegio, en Atocha 45 desde casa, en Atocha 96. Allí la policía pedía
documentaciones y luego la vida seguía: pan con chocolate o bocadillo de
chorizo; jugar a las chapas y pegar cromos de El porqué de las cosas;
hacer los deberes; cenar; el Telediario de “la normal” (que no La 1) y
luego, desde la cama, el murmullo lejano de la Ser o Radio Nacional.
La escultura de El Abrazo, fotografiada por @frlorente. |
El
Monumental Cinema nació con la idea de ser cine y teatro. En Madrid, patio de butacas, narra Nieves
González Torreblanca cómo el 2 de junio de 1935 se fundó el Frente Popular. En
realidad allí empezó a nacer el Frente
Popular gracias al PCE, que hizo su primera aparición pública tras los
hechos de octubre de 1934. Aquel día, en el Monumental, hubo un acto que fue de
“gran importancia política por el momento en que se celebraba y por las
cuestiones en él planteadas, los trabajadores madrileños expresaron su adhesión
a la política y a la conducta del Partido”. (Historia del PCE). Aquel día el Monumental fue testigo de uno de
los principales discursos de José Díaz
clamando por la unidad de todos los partidos de izquierdas contra el fascismo.
Leo también
en el magnífico libro de Leonardo Cohen, (Madrid
1936-1939. Una guía de la capital en guerra) que durante la guerra civil se
realizaron importantes mítines. En uno de las Juventudes Socialistas Unificadas, celebrado en el Monumental, el
joven Santiago Carrillo llamó “milicianos de cabaret” a esos hombres ajenos a
la disciplina militar que paseaban por la ciudad luciendo sus armas y que
apenas aportaban nada a la defensa de la ciudad.
Lógicamente
en mi infancia no sabía lo luchador que fue el Monumental. Un cine que vi
transformarse en Teatro cuando llegué a la adolescencia. En él desembarcó aquel
exitoso musical que finalizaba repartiendo dinero falso: El diluvio que viene. Llegó
el 11 de marzo de 1977 y allí estuvo hasta 1980. Un tiempo clave en la historia
de este país.
Tres
meses antes del estreno de El diluvio que
viene eran asesinados, en el ecuador geográfico entre mi colegio y el
Monumental, los Abogados de Atocha en su despacho laboralista del número 55.
Aquellos días los recuerdo con miedo en
casa y electricidad en mi calle. En Atocha. Mi madre, que padeció lo indecible
en la madrileña guerra civil y su postguerra, era el detector principal del
miedo. Bajaba a la tienda de ultramarinos y compraba latas. Latas de leche
condensada, latas de sardinas, tabletas de chocolate, botellas de aceite… “por
si acaso, que yo sé lo que es pasar hambre”, decía. A mí padre se le cambiaba
el gesto, le aparecían tics por la cara y parecía mantener charlas consigo
mismo.
Aquella
noche del 24 de enero el ruido de
sirenas en la calle de Atocha no se apagaba nunca. Recuerdo levantarme de la
cama y preguntar a mis padres, que estaban en el salón si sabían qué pasaba. Me
dijeron que no. A la mañana siguiente fui al colegio, “porque había que ir”,
dijo mi padre. Lo cierto es que faltaron muchos compañeros y no hubo clase
normal. Recuerdo el gesto de algunos profesores como don Antonio Santos, que
algún comentario valiente hizo. El día siguiente, el 26 de enero, jornada del
entierro, no fui al colegio porque mi padre decretó luto y “no había que ir” en
un ambiente de miedo y silencio desagradable. Recuerdo una calle Atocha
deshabitada.
Después,
pasando los días con mis ojos preadolescentes, en un lento desperezar fue
volviendo el jolgorio a la calle Atocha. Siguieron las manifestaciones, los
botes de humo, los grises, los miedos en casa con los consejos maternales desatendidos:
“no os asoméis a ver si va a entrar una bala perdida”. Vi los tiros que metían señores
de traje y la sangre de cabezas rotas en el portal de casa. Porque evidentemente
yo me asomaba… y con medio cuerpo por fuera de la ventana, hasta que un día se
nos llenó la vivienda de humo de un bote policial. Bronca en la calle y bronca
en casa.
Y en
aquella semana santa de El diluvio que
viene recién estrenado, las banderas rojas y centenares de coches tocando
el claxon. El Mundo Obrero entró en casa a las claras con formato tabloide y
un montón de secciones y, aunque mi madre siguió teniendo momentos de latas de
sardinas y leche condensada, todo fue diferente. Tras El diluvio que viene, en el Monumental creo yo que algo estrenó Nacha Guevara. Curiosamente no recuerdo
qué. Sólo recuerdo unas piernas que me parecieron inacabables en unas medias de
negras. Aún guardo el autógrafo…
El
pasado miércoles acudí al Teatro
Monumental. Comisiones Obreras
organizó un emotivo acto de homenaje en el cuarenta aniversario de los asesinatos
fascistas. Allí estaba Alejandro Ruiz-Huerta, el último superviviente del
atentado; Joaquín Navarro, el sindicalista de CCOO por el que preguntaron los
asesinos; Manuela Carmena, la hoy alcaldesa abogada laboralista de Atocha 55.
Allí estaba Sartorius, el Patri, y
tantos…, allí estaba la historia viva de las Comisiones Obreras y del PCE de
entonces. Un merecidamente homenajeado Juan Genovés, autor del cuadro El Abrazo y el conjunto escultórico que
luce frente al Monumental.
Las
emociones se mezclaron: mi padre conmigo de una mano y el DNI en la otra esperando
órdenes de los grises, las latas de leche condensada del miedo de mi madre, las
sirenas del 24 de enero… Por mi mente y mis ojos desfilaron la buena gente de
siempre y también los “milicianos de
cabaret”, que decía Carrillo, y que siguen paseando su repulsivo postureo. Volvieron
a mi corazón y mis recuerdos El Diluvio que viene y la conquistada
libertad con la cara piernas de Nacha Guevara. Una libertad que este país ganó
a golpe de muerte, bote de humo y mucho miedo.
No.
La Transición no fue un pacto de salón entre las élites. La calle Atocha es
testigo de excepción.
SOBRE EL DISCURSO DE JOSÉ DÍAZ EN EL MONUMENTAL, PINCHA AQUÍ.