Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

miércoles, 3 de enero de 2018

Clavícula, de Marta Sanz

Si se ronda la cincuentena, Clavícula tiene una perspectiva de lectura añadida. Si además ingieres lorazepam (sí, el genérico del Orfidal) con moderada frecuencia, añades otra perspectiva. Y si eres mujer, sumas otra. Evidentemente nada de ello es obligatorio, pero quizá sí surja con más intensidad la sonrisa cómplice que nos provoca en tantas página el último libro de Marta Sanz. 
(Nota: Efectivamente, superé la cincuentena hace un par de años y de vez en cuando una pastillita, arregla el cuerpo).

A juicio de Babelia, Clavícula (Mi clavícula y otro inmensos desajustes), está entre los diez mejores libros del año que acaba de concluir, sólo detrás de Berta Isla, según dictaminan medio centenar de críticos y escritores.

La autora autodefine su libro en el propio libro, a la manera de una ópera verista, como un “proceso”. Es un proceso, un viaje en el que le acompaña “el mal” que se adueña de su cuerpo como una garrapata, el lorazepam, multitud de síntomas sospechosos; un pelotón de médicos, médicas y enfermeras de la sanidad pública; la familia, las amistades, las lecturas, el cine… 

En este proceso que es Clavícula, Marta Sanz, con la menopausia como bandera (esto queda raro, pero me hace gracia) reflexiona tan breve como profundamente sobre el deseo, el dolor, la literatura, internet, la mendicidad, la fragilidad, la vejez, el colesterol… y, evidentemente sobre ser mujer. Las mujeres, “sin darnos cuenta, nos resistimos al neoliberalismo somatizándolo” (pag.135).

Por su puesto es una obra crítica con este neoliberalismo de cuño español, “nos hemos hecho viejos antes de tiempo por culpa de la reforma laboral” (pag.197), que nos está llevando a un permanente estrés basado en mirar los ingresos y gastos domésticos, al pánico al paro o al terror al futuro. Y luego lo arreglas con lorazepam. 

No es Clavícula una confesión, es un desnudarse en público. Sin pudor. O no. Es simplemente, pero nada más y nada menos, un compendio de asuntos para hacernos pensar, algo que no está muy de moda.

Evidentemente no es una sucesión de ocurrencias de Marta Sanz. Son ideas a veces adornadas con personajes muy atractivos (en esta categoría no incluimos a Nietzsche, ni Tagore, ni Lobsang Rampa, ni Bertin Osborne). El libro arranca con una referencia a Lillian Hellman, la escritora izquierdista autora de La calumnia, La loba o Julia. También hay cameos de Elvira Navarro, Philippe Forest, James M. Cain, Harper Lee, Jessica Lange, Fabian Casas, Henry Marsh o David Foster Wallace.

¿Qué algunos no sabéis quién son o no lo recordáis? Pues hacéis como yo y metéis los nombres en Google. Merece la pena. Claro, hay en Clavícula algún guiño a Black, black, black y algún personaje menopáusico que hace que resurja la figura de Simone Signoret. 

Si en un par de días vienen los reyes magos, estamos a tiempo de remitirles una carta, un telegrama, un correo electrónico, un guasap o lo que sea para que nos dejen Clavícula, un libro para saborear.


Lo que sí me gustaría sería encontrarme con Marta Sanz para comentar algunos asuntos de los que trata y/o no trata. Evidentemente, intentaré no preguntarle: “¿qué te mueve a escribir?” Eso sí, os dejo esta escena de El paciente inglés, que guarda relación directa con la historia:






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