Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

sábado, 16 de febrero de 2013

Lincoln, la película. El fin y los medios


“La causa más justa se ganó impulsando la corrupción política y con el consentimiento del hombre más puro que he conocido”. La frase la pronunciaba el radical Thaddeus Stevens, interpretado magistralmente por Tommy Lee Jones en la película Lincoln, de Steven Spielberg. “La causa más justa” era la aprobación de la XIII enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que suponía la abolición de la esclavitud poco antes de que finalizara la Guerra de Secesión. “El hombre más puro” es, evidentemente, Lincoln.

Hace ya días que vi Lincoln y todavía está horneándose en mi cabeza. La maquiavélica frase de Stevens, pronunciada con cierta retranca una vez que fue aprobada la enmienda, es resumen de lo que es la cinta. Esto es, la dura lucha política, el trabajo de fontanería, las corruptelas necesarias para alcanzar un fin tan noble y loable como la abolición de la esclavitud. Esto es volvemos al asunto de principios del siglo XVI: ¿El fin justifica los medios?

No es por tanto esta película un biopic sobre el presidente estadounidense, sino que se reduce al periodo de la aprobación de la enmienda sobre la abolición de la esclavitud, eso sí, con Lincoln como protagonista. Un Lincoln político por los cuatro costados: icono del noble arte de la política es capaz de bajar a la corruptela; populista, compasivo, meditabundo. Es este Lincoln un tipo que medita, que tiene paciencia porque el tiempo pone todo en su sitio, contador de anécdotas en los momentos más tensos, con fino sentido del humor pero también con accesos de ira.

Y también hay lugar para ver al Lincoln padre y esposo., con su humana vertiente de padre que no quiere que su hijo se aliste, fundamentalmente arrastrado por su esposa. Una primera dama que interviene mucho en política, quizá más de lo que en realidad fue, ya que, por ejemplo, su permanente presencia en los debates de la enmienda son impensables.

Vemos a un Lincoln que llega al abolicionismo porque es un simple hecho de justicia, ya que asegura no conocer al “pueblo” negro. Circunstancia que sí se daba en el mencionado Thaddeus Stevens, un hombre de origen humilde enfrentado siempre a la aristocracia y amante de su ama de llaves negra. Un visceral político que en un momento dado tiene que atemperar su desbordante energía para eso, para “hacer política”, que los grises existen. Pero su irrefrenable retórica hace que espete a su adversario político tras una pequeña bajada de pantalones: “Incluso un indigno y un mezquino como tú debería ser tratado con igualdad ante la ley”.

Y vemos a un Lincoln muy afectado por el río de sangre que supuso la guerra, visitando Petersburg después de la batalla en compañía del legendario general Grant, su cómplice brazo armado.

Es una película que se va creciendo. Densa al principio empieza a coger tono para acabar implicado cuando los congresistas entonan el Battle cry of freeedom. Un 1 de febrero de 1865 arrancó quizá la ley más importante del siglo XIX.

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