“La causa más justa
se ganó impulsando la corrupción política y con el consentimiento del hombre
más puro que he conocido”. La frase la pronunciaba el radical Thaddeus Stevens,
interpretado magistralmente por Tommy Lee Jones en la película Lincoln, de Steven Spielberg. “La causa
más justa” era la aprobación de la XIII enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que suponía la abolición de la esclavitud poco antes de que
finalizara la Guerra de Secesión. “El hombre más puro” es, evidentemente, Lincoln.
Hace ya días que vi Lincoln y todavía está horneándose en mi
cabeza. La maquiavélica frase de Stevens, pronunciada con cierta retranca una
vez que fue aprobada la enmienda, es resumen de lo que es la cinta. Esto es, la
dura lucha política, el trabajo de fontanería, las corruptelas necesarias para
alcanzar un fin tan noble y loable como la abolición de la esclavitud. Esto es
volvemos al asunto de principios del siglo XVI: ¿El fin justifica los medios?
No es por tanto esta película un biopic sobre el presidente
estadounidense, sino que se reduce al periodo de la aprobación de la enmienda
sobre la abolición de la esclavitud, eso sí, con Lincoln como protagonista. Un
Lincoln político por los cuatro costados: icono del noble arte de la política
es capaz de bajar a la corruptela; populista, compasivo, meditabundo. Es este
Lincoln un tipo que medita, que tiene paciencia porque el tiempo pone todo en
su sitio, contador de anécdotas en los momentos más tensos, con fino sentido
del humor pero también con accesos de ira.
Y también hay lugar para ver al Lincoln padre y esposo., con
su humana vertiente de padre que no quiere que su hijo se aliste,
fundamentalmente arrastrado por su esposa. Una primera dama que interviene
mucho en política, quizá más de lo que en realidad fue, ya que, por ejemplo, su
permanente presencia en los debates de la enmienda son impensables.
Vemos a un Lincoln que llega al abolicionismo porque es un
simple hecho de justicia, ya que asegura no conocer al “pueblo” negro.
Circunstancia que sí se daba en el mencionado Thaddeus Stevens, un hombre de
origen humilde enfrentado siempre a la aristocracia y amante de su ama de
llaves negra. Un visceral político que en un momento dado tiene que atemperar
su desbordante energía para eso, para “hacer política”, que los grises existen.
Pero su irrefrenable retórica hace que espete a su adversario político tras una
pequeña bajada de pantalones: “Incluso un indigno y un mezquino como tú debería
ser tratado con igualdad ante la ley”.
Y vemos a un Lincoln muy afectado por el río de sangre que
supuso la guerra, visitando Petersburg después de la batalla en compañía del
legendario general Grant, su cómplice brazo armado.
Es una película que se va creciendo. Densa al principio
empieza a coger tono para acabar implicado cuando los congresistas entonan el
Battle cry of freeedom. Un 1 de febrero de 1865 arrancó quizá la ley más importante
del siglo XIX.
¿Aprobación o abolición?
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