Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

viernes, 29 de agosto de 2014

Una cita para el verano, de Philip Seymour Hoffman


Esta tarde he decidido rendir un particular y solemne homenaje a Philip Seymour Hoffman viendo la película Una cita para el verano (Jack goes boating) . Sí. Aunque no seamos grandes cinéfilos le recordamos, como mínimo, por su interpretación en Capote, que le valió el Óscar en 2005. Quizá otro público, y más recientemente, le recuerde por Los juegos del hambre. De hecho, una sobredosis de coca y heroína se lo llevó por delante en febrero, antes de concluir el rodaje de la tercera entrega de esta saga. Grandes, que aún tenían mucho con que hacernos disfrutar, como el propio Hoffman o Robin Williams se nos van. Su genialidad creativa e interpretativa parecen estar relacionadas de forma directamente proporcional a su inestabilidad emocional.

Jack goes boating es una película sobre las relaciones humanas, las esperanzas y los miedos que nos invaden a la hora de abrirnos a otra persona, de regalarle nuestra confianza, así como de todas las barreras que a veces construimos para comprometernos con el otro”. De esta forma se refería el propio Philip Seymour Hoffman a la cinta que no sólo protagoniza, sino que también dirige. Su primera y última incursión como director cinematográfico.

Hoffman era un hombre de teatro. De hecho, la película estaba concebida como obra teatral que se llevó adelante con éxito protagonizada también por nuestro hombre. Poco después interpretaría La muerte de un viajante. Sus allegados aseguran que trabajar en esta obra de Arthur Miller le machacó, que volvió al alcohol después de veintitrés años al acabar el trabajo.

La peli es de 2010, pero, sabiendo como acabó el actor y su caracterización no puede uno dejar de pensar que ya había vuelto a las drogas.

Si alguien alguna vez ha decidido aprender alguna actividad por amor, por seducir a la otra persona, entenderá está película. Jack (el personaje de Hoffman) es un tipo algo rarito, la verdad. Poco sociable, con pocas habilidades y no demasiado sexy. Pero está dispuesto a, diríamos, ser algo más cuando se enamora de Connie (Amy Ryan), una mujer que tampoco desborda habilidades sociales.

Es invierno y deciden quedar en verano para navegar en una barca de remos por un romántico lago. Él decide aprender a nadar, por si acaso…, y no sólo eso; también decide aprender a cocinar porque nunca nadie ha cocinado para su amada. Una relación de timideces, de no querer traspasar fronteras antes de lo permitido. Una relación tierna, casi preadolescente con el verdadero amor como alma en la que surgen situaciones que nos arrancarán alguna sonrisa.

En paralelo a esta relación vivimos la del mejor amigo de Jack y su pareja (Clyde y Lucy). Una relación que se está rompiendo entre infidelidades y celos y que hace reflexionar y replantearse todo a Jack. Pero…, no merece la pena bloquearse. Si se queda para el verano, se queda.

A ver. Es una película íntima. Si vas a verla pensando que te vas a reír mucho y tal, pues no. Pero a mí me ha gustado y, con mis respetos a los actores de doblaje, mejor en versión original. En este caso, sí.

Director: Philip Seymour Hoffman.
Guión: Robert Glaudini.
Reparto: Philip Seymour Hoffman, Amy Ryan, John Ortiz, Daphne Rubin-Vega, Tom Mc Carthy.
País: EEUU.

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