Madrid
es sinónimo de desgobierno. En los últimos años, Madrid se ha convertido en la
capital del hedor y la suciedad. El hedor, la suciedad, las ramas de árboles
que penden sobre nuestras cabezas son otra forma de robar la calle a la
ciudadanía.
(Foto: Fran Lorente)
El
Partido Popular, con la ya defenestrada Ana Botella a la cabeza, ha trabajado
para que sus amigos poderosos tengan sus cuentas de resultados boyantes una vez
que los pelotazos basados en el ladrillo han dado de sí todo lo que podían
gracias a aquella ley del suelo de la que ya nadie habla y que puso en marcha
José María Aznar.
La
derecha no quiere que la calle sea de la ciudadanía. Con Franco estaba claro
que la calle era de los grises o de Fraga, tal como proclamó en su día siendo
ministro. La democracia devolvió a los vecinos y vecinas las calles y los
parques. Las plazas se convirtieron en lugar de encuentro, en una prolongación
de la propia casa. Porque caminar, pasear, quedar en las plazas, en la vía
pública hacía que la ciudad fuera nuestra casa.
El
PP se ha encargado de que nuestra ciudad ya no sea nuestra casa. Si quedas con
seis personas te arriesgas a que la policía te pida la documentación y te
disuelva. La ciudadanía ya no siente la calle como suya y el Gobierno municipal
alienta que el hedor se apodere de las calles. Aceras pegajosas, basuras
amontonadas, papeleras rebosantes porque la limpieza ya no es responsabilidad
pública sino un negocio privado de las empresas constructoras. Las mismas que
gestionan servicios sanitarios, educativos o sociales. Pobre Madrid.
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