En 1936, Madrid,
los madrileños, sirvieron de experimento. Por primera vez en la historia una población civil fue bombardeada. El asesino, ya sabemos, fue Franco. Poco después,
en marzo de 1937, el fascismo italiano aliado de Franco destruyó la localidad vizcaína de Durango. Un mes después, los aliados nazis de Franco arrasaron Guernica bajo la estupefacción del mundo. Luego, bombardear ciudades fue algo
habitual. Literalmente, España fue campo
de pruebas de tecnología militar, pero también para ver la reacción de los
civiles. Para observar si la desmoralización civil podría empujar. Eso sí,
Madrid aguantó tres años.
Recientemente,
Susan George, activista y pensadora estadounidense de nacionalidad francesa,
presidenta de honor de la Asociación para la Tasación de las Transacciones
Financieras y Ayuda a la Ciudadanía (ATTAC) y autora del espeluznante y
profético Informe Lugano, aseguraba
que “los españoles son como ratas de laboratorio para ver qué nivel de castigo
y sufrimiento puede ser aceptado por esta sociedad sin que la gente se rebele.
Eso puede alentar el fascismo”.
España, con Madrid
a la cabeza, se ha convertido en laboratorio para desmantelar el estado de
bienestar atacando por tierra mar y aire a la sanidad y la educación
pública. Los recortes en derechos, el
paro desbordado, han logrado que la pobreza se instale en nuestras vidas como
muestran no sólo los informes de sindicatos como CCOO, sino también de UNICEF o Cáritas.
En paralelo, somos
incapaces de digerir tanta información sobre corrupción y corruptelas. Desde
que Juan Carlos, el Campechano, (qué fue de este hombre, ¿se casó?) se fue a cazar elefantes, esto ha sido un no parar, con ese
paréntesis que ha supuesto el virus del Ébola. Casi todos los que fueron
ministros con José María Aznar están imputados relacionados con casos de
corrupción, al igual que todos los fichajes de Esperanza Aguirre, quien no
olvidemos, llegó al poder tras el golpe del Tamayazo.
De aquellos barros, estos lodos.
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