Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

jueves, 21 de mayo de 2009

La vergüenza y los maduros inmaduros

Después del trauma que padecí con Al final del camino, me he reconciliado con las subvenciones al cine español tras ver La vergüenza, protagonizada por Alberto San Juan y Natalia Mateo. Ópera prima de David Planell. Una película que perfectamente podría ser trasladada a un escenario teatral por su fuerte carga dramática y por los lugares, a veces algo claustrofóbicos en los que se desarrollan, sin apenas exteriores, en el interior de una casa. O mejor, de dos.


Con la excusa del acogimiento y adopción de un niño peruano. Planell nos plantea la eterna cuestión de la sinceridad absoluta y no sólo la vergüenza, sino también los miedos a decir siempre la verdad absoluta. Las consecuencias de decir la verdad, el derecho a la absoluta intimidad en asuntos "confidenciales" y personales. Aprovecha también esa tradicional crisis de los cuarenta, ese momento de cambio, de metamorfosis para que la angustia estalle en la pantalla. Cierto que hay pinceladas de humor, de ironía fina.

Pepe (Alberto San Juan) es ese treintañero largo, inmaduro, con cierto síndrome de Peter Pan, característica que yo creo es especialmente masculina, egoísta, incapaz de afrontar el envejecimiento. Amante de sus madelman, sus juguetes, sus peces. Incapaz de ser responsable incluso de un hijo. Por culpa, o gracias, a una conversación llena de sobresaltos con una trabajadora social descubre cosas que desconocía de su pareja, Lucía (Natalia Mateo), y viceversa. Descubren que no tienen claro por qué son pareja.

Y todo ello con un leit motiv: no soportan al hijo peruano que están en vías de adoptar, lo cual es, ante todo, vergonzante y políticamente incorrecto. Más para una pareja acomodada, pero progre, que, por ejemplo escucha la Ser, a Francino y el desastre de la gestión del Canal de Isabel II. Y eso que en los créditos queda claro que la Comunidad de Madrid ha colaborado, económicamente se supone, con el guión. Eso sí, la primera frase de la película la dice Francino a modo de despertador y se refiere a un accidente laboral, y, como no podía ser de otra manera, con declaraciones de Comisiones Obreras.

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