Era un tipo blando rodeado de egoísmos y crueles caprichos. Quiso ganar unas alas de ángel y fracasó estrepitosamente desbordado por la hipocresía y la desconfianza.
Recorrió kilómetros y gastó horas y horas; sueño y sueños en busca de amor y amistad. Dio todo su aliento en regalar felicidad y sólo encontró desdicha, y más mentiras y más egoísmo.
El tipo no entendía nada, pero comprendió que no eran ángel, si no un pelele, un instrumento, un pequeño peldaño al que pisotear para que otros ascendieran la escalera de esa falsa felicidad que es el parecer. Al tipo le gustaba más el ser que el parecer en un mundo insensible, en un mundo de imagen, de plástico, un mundo de parecer.
El tipo no cabía en este mundo y, al tiempo, el mundo le venía grande. El tipo no entendía nada. Pensó que el mundo iba ser más feliz sin él. Programó su presencia virtual y..., despacio y sin ruido navegó, por fin navegó, rumbo a esas estrellas que tanto brillan las noches de verano. Y el tipo, dulcemente, empezó a entender...
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