Lo bueno que tiene poseer el título de patrón de
embarcaciones de recreo sin tener barco ni mar en la puerta de casa es que uno
navega en novelas de navegación con un entusiasmo especial y entendiendo los
términos náuticos, claro. Hacía tiempo andaba por casa El cazador de barcos, de Justin Scott, de la Editorial Juventud.
Decía y dice la solapilla que se ha convertido en la segunda novela de tema
náutico más leída después de Moby Dick.
Bueno…, que sea la más leída no significa que esté a la altura, evidentemente.
Hace pocas semanas me vino a la cabeza El
cazador de barcos, que devoré en un par de sentadas veraniegas a cuento de
estos escándalos que aparecen, indignan y desaparecen. Me refiero a la
sentencia del Prestige, el superpetrolero de los “hilillos de plastilinia” que diría Mariano Rajoy, el tipo que actualmente desgobierna España.
Después de diez años de instrucción judicial y nueve meses
de juicio, nadie va a pagar la factura del Prestige.
Viendo lo visto, quizá la solución a una injusticia de estas características
esté escrita en El cazador de barcos. Claro,
no debo destriparlo.
La novela de Scott es la historia de la persecución, tan
persistente como agotadora, por parte de Peter Hardin contra el Leviathan. El Leviathan es un superpetrolero que hunde el velero de nuestro
protagonista y provoca la muerte de su esposa. A partir de ese momento se
inicia la obsesiva caza de David contra Goliat.
Una obsesión que impide a Hardin despistarse con otra cosa
que no sea perseguir por todos los mares del mundo al superpetrolero... La
crítica contra estos barcos ingobernables es permanente, al igual que los
desastres ecológicos que provocan. Son impresionantes los relatos de
navegación, la tensa persecución con todos lo peligros que la mar esconde, las
maniobras de un velero y la dificultad de ciabogar un petrolero, sólo posible
con la intuición de un viejo y cabrón capitán.
Pero hay más: espías que gobiernan el mundo y el amor
desbordado de una mujer: “¡Miénteme! Por favor. Dime que me quieres”. La obra
es redonda. Yo acabé agotado pero satisfecho. La paciencia, la perseverancia
son cualidades imprescindibles para que el talento reviente y se cumplan los
objetivos, o los sueños que queda más romántico.
Y sí. Al ver la sentencia del Prestige, me acordé de El cazador de barcos.
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