En medio de nuestros egoismos y nuestras prisas. En medio de las calles frías a veces surge el sentimiento. La música callejera puede pasar por nuestros oídos y se puede detener en nuestra alma.
Stephan es un violinista de Transilvanya. "Ya, conozco tu tierra, gracias a Drácula, otra forma de saber sobre Rumanía". Stephan no toca el violín, lo interpreta, lo vive. Muchas personas sólo pueden transmitir sus sentimientos a través de la música. Parece algo tímido pero tiene una mirada transparente.
Stephan habla español y toca en un lugar con buena sonoridad, más allá de los ruidos de Madrid. Más allá de policías y ambulancias; coches, rugir de motores y cláxones. Su música es un oasis en medio del caos y el consumismo.
Sólo el silencio absoluto en la montaña, ese silencio que se puede escuchar y al que sólo se puede acceder caminando; sólo el silencio imponente de la mar, aderezado por viento y olas, al que sólo se puede acceder a vela, son capaces de competir con los acordes de Stephan; competir con esa música sentida en momentos que nos devuelven al vientre de nuestra madre. Cuando no teníamos conciencia porque ni siquiera éramos. A veces apetece no ser.
Stephan, moneda a moneda, vive de tocar en las calles. Y él mismo es su escaparate. En la calle le contratan para tocar en fiestas y para dar clases y para hacer suplencias en orquestas. Y para la BBC (bodas, bautizos, comuniones).
En la calle hace frío, pero los dedos de Stephan bailan increíbles para hacer bailar nuestro ánimo y nuestro corazón.
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