No puedo ofender a España porque no sé qué es España. España
se ha convertido en un AVE última generación con pasajeros de tercera.
Pasajeros de café caliente en termo y rosquillas caseras. De trozo de queso,
pan y migas sin compartir con el viajero de al lado porque hay que estar en
silencio viendo un video. España es un tren de lujo, frío, triste, en blanco y
negro.
No puedo ofender a España, pero cierta España es la que me
ofende a mí. Si me ofendiera la violencia de los símbolos, me ofendería una
bandera rojigualda del tamaño de un campo de fútbol ondeando en la plaza.
Si España fuera la intolerancia de aquellos que quieren
pasar la página de la historia repleta de muertos españoles en las cunetas. A
mí me ofendería España.
Si España es una empresa privada que negocia con mi salud,
que negocia la educación de nuestros hijos, a mí me ofende España. Y me ofende
si es un casino, un prostíbulo con leyes a medida de su amo.
A mí me ofende esa España intolerante y vocera que busca la
venganza en vez de la justicia. Esa España que alienta el permanente
enfrentamiento y se quiere saltar a la torera los derechos humanos. Esa España
visceral y burra; y esa España de cuchillas en los muros.
Me ofende esa España que piensa que el cuerpo de la mujer es
propiedad de la Iglesia católica o de un Gobierno inquisitorial. O de los hombres.
Me ofende esa España que lleva la bandera en la billetera y
envía al paro a miles cada día. Me ofende esa policía que en vez de ayudarme me
asusta. Y esa policía catalana que asesina en medio de la calle a un hombre; y
esa policía vasca que asesina a un hincha del Athletic.
Me ofenden esos valencianos que cierran televisiones
públicas y tiran mi dinero con aeropuertos sin aviones. Me ofenden los hilillos
del Prestige sin culpables.
Me ofende esa España de Ana Botella, del café relajante,
abrigo de piel y tacones, rodeada de esquiroles con intención de reventar una
huelga de barrenderos por ella provocada.
A mí me ofende esa España inculta que quiere el Gobierno con
una enseñanza de tarima, de religión, sin crítica y sin pensamiento.
Si yo me cago en esa España me sancionan con 30.000 euros,
pero ¿quién me resarce a mí cuando esa España se caga en mí? ¿Cuándo esa España
me roba? ¿Cuándo esa España me insulta? Vivimos en permanente estado de humillación
y ofensa; de engaño. Y también nos quieren narcotizados.
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