Lo cierto es que la novela es fantástica en todas sus acepciones.
Son casi 300 páginas de aventuras, de risas, sonrisas y reflexiones. Arranca la
historia con un mensaje codificado lanzado en 1974 desde la Tierra para que, sea quien sea, quien esté ahí fuera tenga información sobre el Sistema
Solar, la Tierra y los seres humanos…
Y vaya que si el mensaje llega. Llega, pero claro, hay que
traducir o, quizá interpretar ese mensaje. Esta es una de las reflexiones que
nos lanza Germán Fernández en una historia de ciencia ficción repleta de
alusiones al lenguaje y la comunicación. Claro, si no somos capaces de entendernos
entre los madrileños, como para entendernos con seres de otras galaxias…
Una civilización muy muy lejana capta el mensaje terrícola y envía
a nuestro protagonista y entrañable boreliano a nuestro planeta. Claro, estamos
hablando de un investigador, repentinamente reconvertido en hombre de acción y
se meterá en más de un problema.
Como si de una road movie
intergaláctica se tratara nuestro borealiano pasará por centros comerciales,
centros penitenciarios, procesos más que kafkianos… Situaciones hilarantes con
pinceladas de divulgación científica y algunos motivos para pensar sobre
nosotros mismos, los terrícolas. Más allá de la militancia antitabaco del autor
y de su defensa de los abogados de oficio, nos hace pensar sobre nosotros
mismos. Bueno, y nosotras mismas:
“… parece que el planeta Tierra está eternamente cubierto por una
neblina pálida. Todo está desprovisto de color. Los terrícolas son grisáceos,
aunque unos más oscuros que otros. Si lo que estamos viendo es un reflejo de la
realidad en el planeta Tierra, los terrícolas se pasan la vida divirtiéndose,
haciendo el amor, peleándose, reconciliándose, compitiendo en curiosos
deportes, matándose unos a otros o luchando contra todo tipo de terroríficos monstruos.
Y tan pronto viven en condiciones deplorables carentes de toda tecnología como
recorren la galaxia con armas de potencia inimaginable. Es incomprensible”.
Más allá de este párrafo, el libro merece ser comprado aunque sólo
sea por leer del bíblico capítulo XIX: La
historia de los granjeros grises. Pero además de esta referencia al libro
de libros, Germán Fernández rinde homenaje cinematográfico: Testigo de cargo,
La gran evasión…, son títulos que aparecen. En muchas ocasiones me ha evocado su
infiltrado reticular un montón de series
de la tele, pelis y novelas. Desde Los viajes de Gulliver, El principito, Sin
noticias de Gulp… Porque un poco mendociano, de Eduardo Mendoza, ya es Germán
Fernández.
No os digo que voy a ver si pillo al autor para comentar con él,
porque en esta ocasión ya he quedado. Esta tarde a las siete le voy a presentar
la novela. En el Centro Abogados de Atocha de Madrid. O sea, en la calle Sebastián
Herrera, 14, junto a Embajadores.
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