En estos días estamos conmemorando el 75 aniversario
de muchas tragedias. Pero dentro de la desgracia, como una reacción
irrefrenable, también estamos en tiempo de rememorar reacciones al golpismo, a
la intolerancia, con la palabra como única arma, con versos batalladores,
enérgicos como sólo Miguel Hernández era capaz de crear. En estos días
conmemoramos la aparición del libro de poemas Viento del pueblo. Un libro dedicado a Vicente Aleixandre, y cuya
elegía primera es A Federico García Lorca.
Muchos poemas de este libro fueron años después
tremendamente populares gracias a las versiones musicales, como Vientos del pueblo me llevan, El niño
yuntero, Aceituneros…
En esa
dedicatoria, en la que venera a Aleixandre y a Neruda, deja claro Miguel que a
ambos les hizo poetas “la vida junto a todos los hombres”. Es Miguel un poeta
del pueblo con un destino claro: “Nuestro destino es parar en las manos del
pueblo. Sólo esas honradas manos pueden contener lo que la sangre honrada del
poeta derrama vibrante. Aquel se atreve a manchar esas manos, aquellos que se
atreven a deshonrar esa sangre, son los traidores asesinos del pueblo y la
poesía, y nadie los lavará: en su misma suciedad quedarán cegados”, escribirá
en la dedicatoria.
Y en esa
dedicatoria descubrimos el sentido del título del libro: “Los poetas somos
viento del pueblo: nacemos para pasar soplando a través de sus poros y conducir
sus ojos y sus sentimientos hacia las cumbres más hermosas… El pueblo espera a
los poetas con la oreja y el alma tendidas al pie de cada siglo”.
Además de
Lorca, por las páginas de Viento del
pueblo pasan personajes como Rosario
Dinamitera o Pasionaria; y canta
Miguel con épica guerrera a Euzkadi, a Sevilla, a Madrid…, a esa patria de la
que el fascismo se apoderó simbólica y literalmente. Son cantos de heroísmo, de
arenga revolucionaria en los que la juventud cobra protagonismo con poemas como
Nuestra juventud no muere o Llamo a la juventud: “La juventud siempre empuja, /
la juventud siempre vence, / y la juventud de España / de su juventud depende”.
El poeta de
Orihuela se sentía un hombre del pueblo, y ello marcará este Viento del pueblo. Para él, la poesía es
esencia misma del pueblo y tiene su raíz en la tierra; el poeta es el
intérprete de sentimientos colectivos cuya misión es conducir a las personas
hacia las realidades poéticas, reflejo de las realidades vivas. Por ello, el
destino de la poesía es el pueblo mismo.
Miguel Hernández en dibujo de Buero Vallejo |
Poesía de batalla
Los poemas de Pueblo del Viento se fueron escribiendo
desde el verano de 1936 hasta verano de 1937. Aparecieron en diversas
publicaciones periódicas como las revistas El
mono azul, Mediodía, Nueva Cultura y Hora de España, numerosos diarios de distintas ciudades, y otras
hojas impresas de unidades militares y periódicos de los frentes. Muchos de
ellos los recitaba su autor en las trincheras, en los campamentos. A principios
del verano de 1937, fueron recogidos en el volumen que publicó la sección de
ediciones del Socorro Rojo, imprimiéndose en Valencia.
Sin duda, el
mayor patetismo se halla en los poemas de tema social como el desgarrador Niño yuntero, musicado por Serrat. Pero
todos los poemas sociales muestran el dolor compartido y la denuncia expresa
contra la injusticia capitalista y en defensa de las clases oprimidas. Lo vemos
en El sudor, Las manos, Aceituneros,
Jornaleros…
Con Canción del esposo soldado, lo social y
lo amoroso confluyen: “Espejo de mi carne, sustento de mis alas, / te doy vida
en la muerte que me dan y no tomo. / Mujer, mujer, te quiero cercado por las
balas, ansiado por el plomo”.
Son palabras
de un hombre sincero, tan sincero que asegura: “Yo empuño el alma cuando
canto”.
Hay espacio
también en este libro para la increpación al fascismo italiano con Ceniciento
Mussolini: “Dictador de patíbulos, morirás bajo el diente / de tu pueblo y de
miles. / Ya tus mismos cañones van contra tus soldados, / y alargan hacia ti su
hierro los fusiles / que contra España tienes vomitados”.
Desde el poema
que se mire, Viento del pueblo es un
visceral amor a la tierra y a ese pueblo al que se propone defender con la
palabra, con el verso.
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