Anda
de moda la palabra «reinventarse» a cuento de la crisis. A cuento de la crisis,
lo que durante años hemos ido haciendo, creando, trabajando ya no sirve para
nada. La experiencia se disuelve como un azucarillo.
Ellos
saben hacerlo: Se les ha acabado la gallina de los huevos de oro del pelotazo
urbanístico y ahora toca reinventarse. Toca privatizar educación, sanidad y
hasta el agua que bebemos para buscar nuevos «nichos de pelotazos».
Igual
que se nos olvidó que la vivienda es un derecho, querrán que se nos olvide que
la educación, la sanidad, y hasta el agua que bebemos son derechos.
Aquí,
la Iglesia es
la única que sabe hacerlo. Ahí siguen en la cresta de la ola sin reinventarse
desde que Pedro puso la primera piedra en una organización que cada domingo
sigue dando un mitin obligatorio para sus afiliados por todo el mundo.
Hay
que tener cuajo para dimitir en latín y conseguir ser portada en todos los
periódicos.
Yo,
que miro de reinventarme, me quedo perplejo cuando hasta los medios de
comunicación más ilustrados, en el sentido racional del término, viajan a Roma
y, hora tras hora nos tienen en un sinvivir para ver y transmitir urbi et orbe
si echa humo blanco una chimenea.
Un
humo, que si es blanco, significará que un señor nuevo con un gorro gigantesco
y más anticuado que el tricornio hablará con el cielo.
Eso
sí, conseguirá que todas las propiedades terrenales no tengan que pagar
Impuesto de Bienes Inmuebles a pesar de que cientos de personas de su rebaño sean
desahuciadas de sus viviendas y consideradas «filoterroristas» por
representantes de las fuerzas de orden como proclama la delegada del Gobierno
madrileña. A César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.
En
definitiva, o nos reinventamos, o nos hacemos curas. O monjas.
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