Andaba yo el pasado fin de semana en una de esas escapadas por Bilbao y me encontré
con el Teatro Campos Elíseos y con que Juan Diego actuaba allí con el monólogo
escrito por Juan José Millás, La lengua
madre. Después de una magnífica mañana de paseo por Getxo, y antes de tomar
unos pintxos por el Casco Viejo, no
era mal plan un teatro de poco más de
una hora.
El Arteria Teatro Campos Elíseos Antzokia, anteriormente
Teatro Campos Elíseos y popularmente, El
Campos y La Bombonera de Bertendona,
fue inaugurado en el año 1902 y reinaugurado el 11 de marzo de 2010. El teatro
se rehabilitó a medias entre el Ayuntamiento y la SGAE y veo que la gestión es
de la Fundación Autor de la SGAE, así que si un día veo a la buena de Inés París le diré que en el patio de butacas hace frío. Que el personal, aún siendo
del mismo Bilbao, tiene que estar con el abrigo puesto. Claro, no es cómodo
tener que andar poniéndose abrigos en medio de una representación.
También es cierto que la magistral interpretación y el
genial texto de Millás hacen que el frío no fuera impedimento. El tiempo pasó
volado con un monólogo magnífico, en el que Juan Diego, como un maestro que es
sobre las tablas, para, templa y manda. Nos hace sonreir, reir y llorar. Hace
unos giros magistrales; un par de pasmosos, eternos silencios que lo dicen
todo. Y todo, gracias a las palabras.
El texto, con tintes surrealistas a lo Millás, muy bien
estructurado; va, viene y por el camino no se entretiene; está repleto de
contenido. Imposible asimilarlo en el instante, que queda un tiempo dando
vueltas en nuestra cabeza y nuestro corazón. Es el protagonista un tipo tierno,
bien podría ser un profesor provinciano, que comienza a dar una conferencia
sobre gramática, bien podría ser en el casino de la ciudad…
El Campos, en Bilbao. |
Pero a la primera de cambio se la va el hilo y comienza a
elucubrar sobre las palabras, sobre su uso y manipulación, sobre las palabras
en medio de recuerdos de familiares, de la madre, del padre, del colegio, de la
tía…
Es un texto imprescindible para abrir los ojos a lo que está
ocurriendo. Quieren robarnos las palabras, quieren vaciarlas de contenidos,
quieren marearnos. Surgen nuevos idiomas: el cospedalés, el montorés, el rajoynano, el barcenés …, repletos de giros y circunloquios incomprensibles. Ya
no se privatiza, se externaliza… O como relata el monólogo, nos encontramos con
un test de estrés, una hipoteca subprime, un cashflow, o una prima de riesgo…
Usamos y abusamos de las palabras. Las vaciamos de
contenido. A veces, me da la impresión de que todo el mundo se quiere y
recuerdo ese tema de Aute en la que repetía la palabra “amor”, apenas sin
pensarla.
Hay que pelear por que las palabras no se las lleve el
viento. La única certeza que tenemos son las palabras y, si me apuras, el orden
del abecedario. Sigamos a Blas de Otero porque nos queda la palabra:
Si he perdido la vida, el tiempo, todo
lo que tiré, como un anillo, al agua,
si he perdido la voz en la maleza,
me queda la palabra.
Si he sufrido la sed, el hambre, todo
lo que era mío y resultó ser nada,
si he segado las sombras en silencio,
me queda la palabra.
Si abrí los labios para ver el rostro
puro y terrible de mi patria,
si abrí los labios hasta desgarrármelos,
me queda la palabra.
Y claro, si algún día andáis por alguna ciudad en la que
haya recalado este monólogo, no os lo perdáis, mientras, os dejo el lugar de donde nació este monólogo:
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