Elena Martín en una fotografía de Fran Lorente. |
Elena Martín Robledo es madrileña de Argüelles, gata
auténtica, que es hija de madrileño y madrileña. Hasta abril tendrá 59 años,
edad que, desde luego, no aparenta, “por cuestión genética”, asegura. No sé si
también es genética ese alma humanista y crítica, ese espíritu rebelde que
rezuma su discurso y es consciente de que “cuando hablas claro, molestas”.
Lo de dedicarse a la enfermería…, “no fue vocación,
fue equivocación”, explica entre bromas. Ya, en serio y con una sinceridad que
se le desborda a través de la mirada, deja muy claro que después de treinta y
nueve años de profesión le encanta su trabajo. “La enfermería es una profesión
para pelear mucho, con muy poco reconocimiento social”.
A lo largo de
estos años Elena ha pasado por diversos puestos: especializada en la UVI de
pediatría del Clínico; atención primaria… Y recuerda los años que estuvo
dedicada a la gestión como subdirectora de Enfermería del Ramón y Cajal en los 90.
Aquellos años “fueron muy bonitos porque se estaban creando cosas con personas
nuevas. Fue un momento de formación y expansión”, recuerda.
Y, sin
renunciar a la autocrítica, asegura que en estos últimos veinte años ha habido
un cambio radical, “se ha perdido la esencia del modelo, un modelo que se creó
para la prevención y ahora busca resultados en el corto y medio plazo”. Y es
contundente, “hemos perdido la oportunidad para que España tuviera gente sana.
Los objetivos de la salud se han olvidado”.
Recuerda
también los tiempos del Insalud: “nos quejábamos del Insalud, pero… ¡bendito
Insalud! Teníamos más autonomía, lo que redundaba en mayor agilidad, eficacia y
participación. Los gestores eran profesionales que conocían la profesión.
Actualmente los gestores se limitan a obedecer sin criterio de lo que es la
sanidad. Y que nadie les toque nada”.
Luego vinieron
las transferencias a la Comunidad autónoma y los intereses políticos pasaron
por encima de todo, las enfermeras en puestos de gestión fueron vilipendiadas y
se convirtieron en una “amenaza” porque buscaban una sanidad primaria basada en
la prevención y la promoción (generar hábitos saludables en la ciudadanía). Y
el objetivo de los gestores no profesionales es el resultado a corto plazo.
Elena tiene
claro que una población sana ahorra mucho más dinero al erario público que una
población envejecida con enfermedades crónicas, por eso piensa que “hemos
perdido el norte y nos han convertido en meros profesionales de tratamientos de
crónicos”.
Con todo,
asegura nuestra enfermera que “estamos ante un atentado muy grande al sistema”.
Los recortes en la atención primaria y la privatización del 10 por ciento de
los centros de salud son medidas ideológicas. Y tiene claro que es más grave,
si cabe, el ataque a la atención primaria que a los hospitales, “la atención
primaria es la puerta de entrada al sistema sanitario. La gente va a enfermar
más porque los objetivos son a corto plazo y, a muy corto plazo vamos a ver los
resultados de los recortes”.
Es contundente
Elena porque, en lo que está ocurriendo con la sanidad madrileña, pone al mismo
nivel la negligencia y las corruptelas: “esto es una oportunidad de oro para
algunos…”
Problema de toda la sociedad
Frente a ese
futuro que empieza a ser presente, Elena se muestra incapaz de visualizar otro
modelo de sanidad a pesar de “lo crecidos que están los gobernantes”. Ella se
rebela ante la lenta anestesia que nos están introduciendo, “el problema de la
sanidad no es de los profesionales, es de toda la sociedad”.
El sabotaje a
la ley de dependencia es muestra de que el futuro ya está aquí. Ésta, unida a
las altas hospitalarias afectan al trabajo de las enfermeras. “Cuando el
familiar cuidador claudica es cuando el dependiente cae”. Ellas lo viven en el
día a día de las visitas a domicilio. Viven, y también padecen la falta de
ayuda a las personas dependientes: “El maltrato a la gente es indignante”,
proclama Elena.
Y explica que
además de su trabajo en el centro de salud o del domicilio debería darse otro,
fundamental: “deberíamos ir más a los colegios a ofrecer cultura sanitaria;
deberíamos trabajar con asociaciones de vecinos, con marginados…” Todo ello,
lograr una sociedad sana, parece que cada vez es una mayor entelequia.
Estereotipos
Sin duda es
esta una de las profesiones más plagada de estereotipos, más allá del erótico.
En el imaginario colectivo subyace la idea de que la enfermera es la ayudante
del médico en plan “niña tráeme esto, niña tráeme aquello”.
Según Elena,
hay un error de origen y es asimilar la profesión al perfil doméstico de la
mujer cuidadora (de hijos, de esposos, de padres…); por eso considera muy
importante el hecho de que la enfermería se convirtiera en una titulación de
grado medio, aunque “parece que no se ha enterado nadie”.
“Ser diplomada
fue un hito porque empezó a hablarse del cuidado
como objeto de la profesión, aunque –asegura irónica Elena- los médicos ahora
también empiezan a cuidar.”
Entre la
colección de estereotipos también destaca el lenguaje machista generado por
todos. Un lenguaje que no tiene ningún sentido, menos desde que las enfermeras
tienen su cupo propio de pacientes. Y se refiere Elena, por ejemplo, a ese tic
del médico y de los pacientes cuando se refieren a ellas como “la enfermera del
doctor tal”, o cuando el doctor tal habla de “mi enfermera”. “No. Yo no soy la
enfermera del médico, sino del paciente”. O se refiere a la invisibilidad que
padecen, que hasta las desaparece el apellido. Los médicos son “doctores con
apellidos. Nosotras perdemos el apellido. Nos llaman por el nombre de pila.” Y
es que Elena tiene muy claro que las enfermeras tienen que reclamar su espacio.
“Yo no soy la enfermera del médico, sino
del paciente”
“Actualmente los gestores se limitan a
obedecer sin criterio de lo que es la sanidad”
“Estamos ante un atentado muy grande al
sistema”
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