Aunque la muerte es el momento
más solemne de la vida, en mi familia desarrollamos cierto humor negro
alentados quizá por don Mauricio, mi abuelo materno, que era marmolista. Don
Mauricio tuvo que bandear con viudas, viudos, desconsoladas hijas e hijos, con
epitafios del tipo “por un peo aquí
me veo”. Al menos eso contaba él…
Cosas de la vida, o de la muerte,
el otro día me encontré en El Mundo unas fotos y un vídeo con cadáveres
hacinados en un departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina de la
Universidad Complutense. Las imágenes eran de mal gusto y llamaban a eso tan
humano que es el morbo. Yo, que soy humano, miré, y vi las imágenes quizá
especialmente horrorizado porque mi padre al morir, hace tres años, donó su cuerpo a la Universidad Complutense para que los estudiantes de medicina
experimentaran con su cuerpo.
No donó mi padre su cuerpo “a la
ciencia”, como él decía, por ahorrar en el entierro, sino consciente de estaba
prestando un último y solidario servicio a la sociedad. Tenía claro que después
de muerto ese cuerpo ya no era nada. Recuerdo que comentaba la costumbre de los
esquimales. Éstos abandonan a los viejos, aún con vida, entre los hielos para
que los osos los devoren. Luego, el oso es el alimento de los esquimales y así
el espíritu del muerto vuelve al hogar. Así escrito puede resultar hasta
poético, pero si vemos las imágenes de un oso devorando a un esquimal moribundo
pues la cosa cambia.
Eso me ha ocurrido. Ver las
imágenes en las que una de esas piernas podía ser del cuerpo de mi padre no es
agradable, aunque él mismo hablaba de las “perrerías” que con su cuerpo harían. Lo que más me ha molestado de
esta truculenta historia, más que las imágenes, es que al final se ha usado el
cuerpo de mi padre por algún interés espurio. Vendetas políticas entre
departamentos quizá apuntando al rector Carrillo. Eso, también le habría
molestado a mí padre.
También me gustaría saber si
alguno de los periodistas de El Mundo tienen
algún padre entre los cadáveres hacinados. Incluso me gustaría saber si los
padres de los profesores de anatomía, o quien abrió aquella puerta de los
horrores tenían el cadáver de algún familiar. Lo que tengo claro es lo que
decía mi abuelo, el castizo marmolista, y aplicable a todos los órdenes de la vida, incluida la muerte: “Después de burro muerto, la cebada al rabo”.
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