Fotografiado por @frlorente en el callejón por el que pudo ser lanzado Grimau |
“Las raíces actuales del poder y la corrupción vienen de esos años sesenta. Es la época del boom de la construcción”
Como tengo por costumbre cumplo mi palabra y os presento al autor de la trepidante novela que os contaba el pasado lunes. Un tipo afable y cargado de conocimientos que cuando habla de cine y censura coge carrerilla... Es Alberto Gil.
P. Tus últimos estudios
están centrados en la censura y claro la censura empapa Ocho pingüinos…
R. Uno de los retratos
del régimen franquista está ahí. En ese mundo de la censura en general y la
cinematográfica en particular. Ahí se ven las obsesiones, tanto ideológicas
como eróticas, del franquismo. Es un territorio fascinante. La profundización en
el tema de la censura cinematográfica y concretamente la película El verdugo, me llevó al año 1963, año de
una importancia enorme.
P. ¿Por qué?
R. Esa expectativa que
podía haberse generado hacia un aperturismo con la incorporación de los
tecnócratas del Opus Dei en el Gobierno de Franco, por una parte; y la figura
de Fraga con ese barniz de liberal, se esfumó de repente al decretarse tres
penas de muerte. Ese marco de dureza extrema es el que considero perfecto para
una novela negra. Para mí, 1963 era el año de El verdugo y en el que se manifestó la virulencia del franquismo.
P. Se ha escrito
bastante sobre la Guerra Civil y también sobre la transición, pero de este
periodo, apenas, ¿por qué?
R. Es inexplicable. Lo
que estamos viviendo ahora viene de allí. Viene más de esa época que de la
transición. Las raíces actuales del poder y la corrupción vienen de esos años
sesenta. Es la época del boom de la construcción, la época en la que la gente
empezaba a venir a Madrid y se creaban los asentamientos de la periferia.
Asentamientos que empezaban a ser un problema de salubridad y orden público
para el régimen. Es la época de las grandes constructoras y la banca.
P. No piensa entonces
que la corrupción es un mal endémico de este país…
R. Mal endémico, no.
Hay una serie de factores que se dieron en esa época y que han tenido
continuidad. Estaba la banca, unas empresas constructoras sobredimensionadas en
comparación con cualquier país y la propia corrupción del franquismo. Algo que
me llama la atención es la cantidad de apellidos del poder de aquella época que
se repiten en la actualidad.
P. Hace un instante
mencionaba a Manuel Fraga. También en la novela es uno de los personajes históricos
que aparece. Fraga fue titular de la cartera compartida de Información y Turismo
y posteriormente de Gobernación. Fraga era un personaje…
R. Era un tipo de una
enorme capacidad, otra cosa es para qué la utilizaba. No es casualidad que
Información y Turismo estuvieran unidas en una sola cartera. Era el control de
la información y sus tentáculos en el exterior. Por ejemplo, Fraga tuvo un
encontronazo con el corresponsal de Le
Monde, Novais, que le supuso perder su credencial de prensa en 1965. Se
presionó a Le Monde diciendo que, o
cambiaban de corresponsal, o Le Monde
dejaba de distribuirse en España.
P. Ocho pingüinos es también una novela de periodismo en la que queda
claro que la manipulación franquista contaba una gran maquinaria: a los
corresponsales extranjeros se les engaña, a los periodistas españoles se les
oculta la información y al tiempo el régimen ponía en marcha grandes campañas…
R. La maquinaria de
información del franquismo era extraordinaria. Era muy eficaz, muy continua, no
dejaba resquicio. He visto, por ejemplo, cómo se dio la noticia del asesinato
de Grimau en los distintos periódicos de Madrid, en Pueblo fue una nota escueta dos líneas titulada: “Cumplimiento de
sentencia”. Los diarios Madrid e Informaciones
publicaron la misma información con las mismas palabras. Ni siquiera se decía
que la sentencia fue dictada por un tribunal militar, ni se habla de
fusilamiento. La consigna era directa. Y otro dato, sangrante, es que el Madrid la publicó junto a una publicidad
de la película La casta Susana.
Pillada en plena conversación, pero no por Fran, sino por Javi Cantizani. |
“[El caso Grimau] es un caso lleno de interrogantes, de historias confusas, dudosas”
P. Julián Grimau es una
parte importante de la novela. En un momento dado, uno de los protagonistas que
es corresponsal de un periódico francés, Combat,
dice que lo que siente en este juicio es “vergüenza” y conjetura con otros
corresponsales sobre si en ese 1963 había terminado la guerra civil.
R. Grimau fue el último
muerto asociado a la guerra civil que padeció un proceso totalmente de tiempos
de guerra: tuvo un Consejo de Guerra y a las cuarenta y ocho horas le estaban
fusilando. Sí, el corresponsal de Le
Monde planteaba precisamente la posibilidad de que la guerra en 1963 no
hubiera terminado. Lo que sí he querido subrayar en la novela es que la gente
en Madrid vivía muy ajena a lo que estaba sucediendo.
P. Volviendo a Grimau… Aún
no están claras las circunstancias de lo que rodeó a su muerte.
R. Lo que sucede con
Grimau es que es un caso abierto. Es un caso lleno de interrogantes, de
historias confusas, dudosas. Desde luego, todas apuntan a una dirección: que le
torturaron, que estuvo a punto de morir por torturas, que quisieron montar la
patraña de que intentó huir. Es más, le denunciaron por tentativa de suicidio.
Hubo una denuncia interna que el juez desestimó porque no se sostenía de
ninguna manera.
P. Aparece también en
la novela el nacimiento del TOP (Tribunal de Orden Público) y nos genera la
duda de si surge para endurecer el régimen o viceversa, porque, por ejemplo
supuso la desaparición de los tribunales militares.
R. El TOP tuvo un doble
cometido. Por una parte, desplazó a los militares de la Justicia, a raíz del
caso Grimau; y por otra parte, fue un instrumento para no tolerarnngún problema
de orden público.
P. Aquel Madrid de 1963
es escenario fundamental en tus Ocho
pingüinos. Tú eras pequeño en aquella época, ¿hay muchos recuerdos en la
novela?
R. Hay mucha
documentación y muchos recuerdos. No se trata tanto de una reivindicación
nostálgica como recalcar que la ciudad sufre un proceso de degradación por
motivos puramente especulativos. Es decir, ¿Por qué de repente tenemos el
Palacio de la Música sin tener un destino claro?, ¿por qué el cine Avenida se
convierte en una macrotienda y pierde su propia identidad como edificio?, ¿por
qué pasa lo que está pasando con el Albeniz?, ¿o por qué el edificio de los
ocho pingüinos está abandonado? Todo eso no es nostalgia. La ciudad es un
escenario de proceso especulativo que arrasa con todo. En buena parte, he
querido rendir un homenaje a ese Madrid de 1963, donde se padeció toda la
virulencia del franquismo.
La
novela se puede adquirir con un precio especial para personas afiliadas a CCOO
en la calle Lope de Vega, 38. 5ª planta. Departamento de Publicaciones.
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