No es el objetivo de estas líneas analizar
el Crac de 1929, sino recordarlo
ochenta y cinco años después. Recordarlo porque como decía el economista John
Kenneth Galbraith los episodios de euforia especulativa que llevan al desastre
caen en la desmemoria y están condenados a repetirse. Cada veinte años,
aproximadamente, jóvenes ocurrentes, ambiciosos especuladores inventan la rueda
una y otra vez. Actualmente padecemos uno de esos momentos propiciados por el
capitalismo. La ambición humana no aprende. Pero los poderosos algo sí han
aprendido. Aunque haya mucho de leyenda y exageración, en la crisis del 29 eran
los banqueros los que se tiraban por las ventanas; en la actualidad son los
desahuciados, los más débiles, los que se quitan la vida. Los estudiosos sí
coinciden en que una de las consecuencias de la Gran Depresión nacida con el Crac fue la llegada Hitler al poder y la
Segunda Guerra Mundial. Las consecuencias de esta crisis aún no están escritas…
Cuentan
las crónicas que a las diez de la mañana de aquel jueves 24 de octubre de 1929 sonó la campana que abrió la sesión de Wall Street. Aquel día el patio de
operaciones estaba a rebosar. La noche anterior se habían desbocado las ordenes
de venta de acciones y hubo que reforzar personal ante una jornada que se
esperaba movidita. Una hora después el pánico ya estaba instalado en Wall
Street. Según las noticias de lo que estaba ocurriendo traspasaban los muros de
la Bolsa, una multitud se fue concentrando en la intersección de Wall Street
con Broad Street. La policía tuvo que tomar posiciones para evitar posibles
distrubios.
El
viernes 25 y el sábado 26 continuó el pánico, que se desbordó con el inicio de
la semana. El lunes, el presidente Herbert
Hoover hizo una declaración a la que nadie atendió: “Los fundamentos de la
economía, es decir, la producción y la distribución, son sólidos y la
prosperidad continuará…”
El
desastre no tenía fin. La Bolsa siguió su marcha descendente hasta 1932
llegando a perder el 80 por ciento de su valor. A pesar de que “el dejar
hacer”, de que el capitalismo más radical fracasó, desde el poder no se ha
tomado nota y se sigue inventando la rueda.
Tal
como asegura el economista Pablo Martín
Aceña en un articulo sobre el crac
del 29, “los consumidores, temiendo un
descenso de su renta futura, revisaron a la baja sus expectativas y aplazaron o
suspendieron sus compras de bienes de consumo duradero; los productores, ante
el empeoramiento de las condiciones de los mercados y desorientados sobre cuál
podría ser la evolución de los negocios, se replantearon sus planes de
inversión en equipos y nuevas plantas, posponiendo adquisiciones hasta que se
despejasen las incógnitas abiertas por la catástrofe de Wall Street. Familias y
empresas comprobaron que el crac afectaba al funcionamiento normal del sistema
financiero y que se había interrumpido el flujo de crédito bancario”.
Es
decir, la burbuja de los felices años veinte reventó. Nada nuevo bajo el Sol…
Ricos y balconing
La perspectiva
del tiempo ha aclarado que tiene mucho de leyenda urbana, alimentada por la
prensa sensacionalista, esa imagen de banqueros neoyorkinos arrojándose por
balcones.
Como
el sentido del humor no hay que perderlo, en aquellos días contaba el humorista
Will Rogers que una vez estallado el crac,
había que hacer cola para conseguir una ventana de hotel desde la que
suicidarse.
En
esta línea Club de la comedia,
también se decía que era peligroso ir andando por las calles de Nueva York
porque podía caerte el cuerpo de un suicida y herirte gravemente.
En
la semana del Viernes Negro, el morbo suicida traspasó el charco y la prensa
sensacionalista londinense contaba las escenas que se vivían en las calles de
Nueva York: Los especuladores se lanzaban por las ventanas, los peatones tenían
que caminar esquivando cuerpos de financieros…
La
historia de los suicidios es muy jugosa periodísticamente pero no hubo tanto
suicidio tal como posteriormente estudiaría John Kennett Galbraith y expondría en su obra El crac del 29. De hecho concluyó que hubo más suicidios en los
meses anteriores a octubre que en los posteriores.
Y
luego estaba el tipo de suicidio…, lo que menos hubo fue balconing. Una de las
fórmulas más utilizada por los ricos especuladores fue el disparo en la cabeza,
aunque el historiador William K.
Kinglaman asegura que el método más empleado fue la asfixia por gas.
Y
eso sí…, hubo algunos pudientes que se lo pensaron bastante, como el
especulador de Wall Street, Jesse
Livermore, que se quitó la vida en 1940.
Y
aquí os dejo lo más fashion de
aquellos locos años veinte que terminaron por reventar, con un fondo musical de
la época, claro:
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