“Hay que alcanzar los objetivos, objetivos, objetivos, pero no hay forma de llegar”
Isabel en su quisco de la ONCE fotografiada por @frlorente, Fran Lorente. |
Isabel Dolores
Bueno Cabrera tiene 54 años.
Hija de andaluces, se considera una “mujer del barrio, de Carabanchel de toda
la vida”, que no en vano lleva veintidós años vendiendo el cupón de la ONCE por
el Paseo de Extremadura. La mitad de estos años en la calle; la otra mitad, en
el quiosco del que se hizo cargo cuando se jubiló el compañero que lo
regentaba.
“¡Háblame
para que te vea!”, le espeta a Fran, el fotógrafo, mientras él intenta hallar
el mejor ángulo entre quiosco, calle, camiseta heterodoxa de Isabel y una
mirada que se ausentó a los 17 años. “Nací malita”, explica, “a los dos años me
diagnosticaron una miopía progresiva. Tras muchas operaciones, no hubo nada que
hacer y a los 17 me quedé ciega. Sólo percibo un rayito de Sol…”, asegura sin
perder la sonrisa. Y recuerda cómo antes de perder la vista totalmente fue,
durante dos años, vendedora de zapatos en la Puerta del Sol, en la castiza
zapatería Marlo.
Claro,
en el barrio tiene clientes y clientas que ya son amistades, gentes que dan
consejos a Isabel, porque a pesar de la experiencia es tan dicharachera como
confiada. “Me insisten en que no suelte el cupón hasta que no hayan pagado
porque me han engañado muchas veces. Me han dado billetes cortados, falsos, de
todo…, y es que el dinero que perdemos los tenemos que poner nosotras”,
asegura. Y recuerda el día en que le encargó a su hijo que fuera a la sede de
la calle General Ricardos a realizar la devolución de los cupones no vendidos y
le robaron. “Tuve que reintegrar todo el dinero porque en la ONCE me dijeron
que no era yo quien los llevaba. Menudo disgusto…”
Inspectores agobiantes
Aunque
ya pasaron los tiempos de terminar las jornadas a las nueve o las diez de la
noche, es muy crítica con los jefes actuales de la ONCE: “Lo único que quieren
son números, dinero y dinero. Nos hacen trabajar siete días a la semana, los
nuevos contratos los hacen por 630 euros y a quien no cumple los objetivos de
venta que marcan desde arriba no le renuevan el contrato”, de hecho, en poco
tiempo, ha habido dos despidos y un expediente.
Pero
nuestra vendedora, afiliada a CCOO, no tiene pelos en la lengua y nos explica
su ejemplo más cercano. “En Carabanchel hay 180 vendedores, dos inspectores
para la calle General Ricardos y un jefe. La presión de vender genera una
competencia enorme entre compañeros. Los que van por la calle parecen árboles
de Navidad porque, además de la maquinita, es obligatorio llevar expuestos
todos los productos, que son más de veinte: el cupón diario, el de fin de
semana, el de los viernes, el de Navidad, los rascas, los de horóscopos…”,
recita Isabel. Para que compruebe el peso, nuestra vendedora me hace coger una
bolsa con todo ese lío y…, efectivamente pesa, no en vano ella, como tantos
padece de hernia discal.
Pero
más allá de “los árboles de Navidad andantes”, Isabel explica cómo en el
quiosco, “se venda o no se venda hay que estar a las siete de la mañana y hasta
las dos, que siempre tienes al inspector agobiando, persiguiendo para vigilar
el horario y, no sólo eso, también para exigir cómo colocar los cupones.
¡Hombre, que yo no veo y si se me caen es dinero que pierdo!”, exclama.
Y
luego está la “competencia desleal” que, asegura Isabel, ahora hacen
gasolineras, quioscos de prensa, centros comerciales… Nos confirma también que
la crisis se ha notado mucho, “se vende mucho menos, la gente ya no compra como
antes, a pesar de lo cual las ratios de venta se han mantenido. Hay que alcanzar
los objetivos, objetivos, objetivos, pero no hay forma de llegar”.
Ahora,
el objetivo de Isabel, a quien nunca ha tocado un cupón, es disfrutar de una
jubilación muy cercana con su pareja, con sus hijos, con las gentes del barrio.
Olvidar los madrugones, el frío, la lluvia y las bronquitis. Olvidar la presión
de inspectores y jefes. Recordar los buenos momentos, como el gordo de fin de
semana que una vez vendió a no sabe quién “que vino hasta la tele a
entrevistarme”. Eso sí, sin poder leer en Braille porque asegura sentirse
incapaz “de entender esa paella de puntitos”, quizá porque un día vio con los
ojos…
Persecución, despidos y sanciones…
La
alta dirección de la ONCE, que percibe cuantiosos y opacos sueldos, se permite
el lujo de sancionar y hasta despedir a personas con discapacidad, sus
vendedores, simplemente por no alcanzar las ventas establecidas. Para ello, la
empresa acusa a su plantilla de no exponer determinados productos, de no
recorrer la zona de influencia, actuar con desgana en el ejercicio de la venta
y que todo ello les sitúa en baja “rentabilidad”.
Isabel ciega y yo manco pillados por... Carmen Manchón. |
CCOO
recuerda que la ONCE dispone, por concesión estatal, de una importante cartera
de productos de juego, exención de cuota patronal de toda su plantilla con
discapacidad, unos 80 millones de euros al año y otros beneficios y
subvenciones, mientras maltrata a su personal vendedor ignorando en sus
exigencias a esta plantilla, la discapacidad que padecen y cometiendo
irregularidades laborales graves como es la de fomentar que vendan 365 días al
año, o que se conviertan en jugadores de sus propios productos y así lo ha constatado
la Inspección de Trabajo.
Sancionan
y despiden y en paralelo, la ONCE da la venta de sus juegos a estancos y
gasolineras, genera competencia desleal entre la propia plantilla permitiendo y
fomentando que unos pisen a los otros vendiendo en sus descansos o vacaciones o
vendiendo fuera de la zona que tienen asignada.
Los
jueces han dictado ya varias sentencias dejando claro que no es ajustado a
derecho la política disciplinaria de la ONCE de sancionar simplemente porque no
se alcancen las ventas fijadas por convenio.
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