Blog de Alfonso Roldán Panadero

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En las fronteras hay vida y tuve la suerte de nacer en la frontera que une el verano y el otoño, un 22 de septiembre, casi 23 de un cercano 1965. En la infancia me planteé ser torero, bombero (no bombero torero), futbolista (porque implicaba hacer muchas carreras), cura (porque se dedicaban a vagar por la vida y no sabía lo de la castidad...) Luego, me planteé ser detective privado, pero en realidad lo que me gustaba era ser actor. Por todo ello, acabé haciéndome periodista. Y ahí ando, juntando palabras. Eso sí, perplejo por la evolución o involución de esta profesión. Alfonso Mauricio Roldán Panadero

miércoles, 15 de octubre de 2014

Isabel Dolores Bueno Cabrera, vendedora de la ONCE


“Hay que alcanzar los objetivos, objetivos, objetivos, pero no hay forma de llegar”


Isabel en su quisco de la ONCE fotografiada por @frlorente, Fran Lorente.
Isabel Dolores Bueno Cabrera tiene 54 años. Hija de andaluces, se considera una “mujer del barrio, de Carabanchel de toda la vida”, que no en vano lleva veintidós años vendiendo el cupón de la ONCE por el Paseo de Extremadura. La mitad de estos años en la calle; la otra mitad, en el quiosco del que se hizo cargo cuando se jubiló el compañero que lo regentaba.

 A pesar del frío espantoso, de la lluvia y sus bronquitis, y de la dureza de la calle, prefería patearse ésta a meterse en el quiosco porque “estaba más en contacto con las personas”. Y es que Isabel es muy relaciones públicas, también quizá porque “si eres arisca los jefes de la ONCE nos regañan…”

“¡Háblame para que te vea!”, le espeta a Fran, el fotógrafo, mientras él intenta hallar el mejor ángulo entre quiosco, calle, camiseta heterodoxa de Isabel y una mirada que se ausentó a los 17 años. “Nací malita”, explica, “a los dos años me diagnosticaron una miopía progresiva. Tras muchas operaciones, no hubo nada que hacer y a los 17 me quedé ciega. Sólo percibo un rayito de Sol…”, asegura sin perder la sonrisa. Y recuerda cómo antes de perder la vista totalmente fue, durante dos años, vendedora de zapatos en la Puerta del Sol, en la castiza zapatería Marlo.

Claro, en el barrio tiene clientes y clientas que ya son amistades, gentes que dan consejos a Isabel, porque a pesar de la experiencia es tan dicharachera como confiada. “Me insisten en que no suelte el cupón hasta que no hayan pagado porque me han engañado muchas veces. Me han dado billetes cortados, falsos, de todo…, y es que el dinero que perdemos los tenemos que poner nosotras”, asegura. Y recuerda el día en que le encargó a su hijo que fuera a la sede de la calle General Ricardos a realizar la devolución de los cupones no vendidos y le robaron. “Tuve que reintegrar todo el dinero porque en la ONCE me dijeron que no era yo quien los llevaba. Menudo disgusto…”

Inspectores agobiantes


Aunque ya pasaron los tiempos de terminar las jornadas a las nueve o las diez de la noche, es muy crítica con los jefes actuales de la ONCE: “Lo único que quieren son números, dinero y dinero. Nos hacen trabajar siete días a la semana, los nuevos contratos los hacen por 630 euros y a quien no cumple los objetivos de venta que marcan desde arriba no le renuevan el contrato”, de hecho, en poco tiempo, ha habido dos despidos y un expediente.

Pero nuestra vendedora, afiliada a CCOO, no tiene pelos en la lengua y nos explica su ejemplo más cercano. “En Carabanchel hay 180 vendedores, dos inspectores para la calle General Ricardos y un jefe. La presión de vender genera una competencia enorme entre compañeros. Los que van por la calle parecen árboles de Navidad porque, además de la maquinita, es obligatorio llevar expuestos todos los productos, que son más de veinte: el cupón diario, el de fin de semana, el de los viernes, el de Navidad, los rascas, los de horóscopos…”, recita Isabel. Para que compruebe el peso, nuestra vendedora me hace coger una bolsa con todo ese lío y…, efectivamente pesa, no en vano ella, como tantos padece de hernia discal.

Pero más allá de “los árboles de Navidad andantes”, Isabel explica cómo en el quiosco, “se venda o no se venda hay que estar a las siete de la mañana y hasta las dos, que siempre tienes al inspector agobiando, persiguiendo para vigilar el horario y, no sólo eso, también para exigir cómo colocar los cupones. ¡Hombre, que yo no veo y si se me caen es dinero que pierdo!”, exclama.

Y luego está la “competencia desleal” que, asegura Isabel, ahora hacen gasolineras, quioscos de prensa, centros comerciales… Nos confirma también que la crisis se ha notado mucho, “se vende mucho menos, la gente ya no compra como antes, a pesar de lo cual las ratios de venta se han mantenido. Hay que alcanzar los objetivos, objetivos, objetivos, pero no hay forma de llegar”.

Ahora, el objetivo de Isabel, a quien nunca ha tocado un cupón, es disfrutar de una jubilación muy cercana con su pareja, con sus hijos, con las gentes del barrio. Olvidar los madrugones, el frío, la lluvia y las bronquitis. Olvidar la presión de inspectores y jefes. Recordar los buenos momentos, como el gordo de fin de semana que una vez vendió a no sabe quién “que vino hasta la tele a entrevistarme”. Eso sí, sin poder leer en Braille porque asegura sentirse incapaz “de entender esa paella de puntitos”, quizá porque un día vio con los ojos…

Persecución, despidos y sanciones…


La alta dirección de la ONCE, que percibe cuantiosos y opacos sueldos, se permite el lujo de sancionar y hasta despedir a personas con discapacidad, sus vendedores, simplemente por no alcanzar las ventas establecidas. Para ello, la empresa acusa a su plantilla de no exponer determinados productos, de no recorrer la zona de influencia, actuar con desgana en el ejercicio de la venta y que todo ello les sitúa en baja “rentabilidad”.

Isabel ciega y yo manco pillados por... Carmen Manchón.

CCOO recuerda que la ONCE dispone, por concesión estatal, de una importante cartera de productos de juego, exención de cuota patronal de toda su plantilla con discapacidad, unos 80 millones de euros al año y otros beneficios y subvenciones, mientras maltrata a su personal vendedor ignorando en sus exigencias a esta plantilla, la discapacidad que padecen y cometiendo irregularidades laborales graves como es la de fomentar que vendan 365 días al año, o que se conviertan en jugadores de sus propios productos y así lo ha constatado la Inspección de Trabajo.

Sancionan y despiden y en paralelo, la ONCE da la venta de sus juegos a estancos y gasolineras, genera competencia desleal entre la propia plantilla permitiendo y fomentando que unos pisen a los otros vendiendo en sus descansos o vacaciones o vendiendo fuera de la zona que tienen asignada.
Los jueces han dictado ya varias sentencias dejando claro que no es ajustado a derecho la política disciplinaria de la ONCE de sancionar simplemente porque no se alcancen las ventas fijadas por convenio.

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