Hoy, con Paco Lavado y Fran Lorente, viendo el mundo violeta. |
Hay
muchos hombres machistas, pero quizá el mayor problema son las mujeres-machirulas que han vivido inmersas en
patriarcados, inmersas en el catolicismo. Esas que aplauden a Gallardón; esas
que no empatizan; que no saben perdonar; que no saben dialogar; que tienen
accesos de ira incontrolables; que no saben lo que es la confianza; que no son
cómplices con otras mujeres; que no son generosas, que, insolidarias, se
aprovechan de las peleas del feminismo y no devuelven la pelota. Mujeres machirulas víctimas del machismo y sin
conciencia, caprichosas, egoístas, a las que hay que echar una mano, aunque te
arranquen el brazo, para que comprendan que el mundo puede ser un buen sitio
para vivir en igualdad de derechos aún siendo diferentes. El fracaso no existe.
Hay que seguir tendiendo puentes a pesar de las incomprensiones.
No
sé si fue la casualidad o el destino, pero el hecho es que mi primera
experiencia profesional en lo que es mi oficio me llevó a una redacción
mayoritariamente habitada por mujeres. Era una redacción ruidosa con teléfonos
incansables, voces in crecendo, teclear de máquinas de escribir y cigarros
consumiéndose a su vera.
Allí
había un director, pero el resto, desde la secretaria de redacción, hasta la
redactora jefa, las jefas de sección, una fotógrafa y las maquetadoras eran
mayoritariamente mujeres. Eran jornadas interminables, algunas con tensión,
pero había un humor, una alegría y una complicidad diferentes.
Yo
me encontraba cómodo entre tanta jefa, como en casa, que no en vano soy el
menor de dos hermanas, con una madre criada en el blanco y negro del franquismo
clerical y machista, pero que ya en los sesenta se ponía unos cómodos
pantalones para conducir su Citroen Dos Caballos.
Quizá
fui educado, involuntariamente, con más perspectiva de género de lo que es
habitual y quizá mi paso por aquella redacción, la redacción de Mundo Obrero de
fines de los ochenta, influyeron en que mi respeto y confianza hacia las
mujeres estuvieran por encima de la media. Anduve después por diferentes medios
y gabinetes de comunicación, y el destino, o quizá la casualidad, me llevaron a
dirigir Madrid Sindical, el periódico de las Comisiones Obreras de Madrid.
Desde
el primer momento surgió la complicidad con la Secretaría de Mujer para eso,
para que aquellas personas que son más de la mitad de la humanidad; aquellas
personas que nutren con su presencia decenas de concentraciones y
manifestaciones; aquellas personas, que están en el día a día en defensa de
derechos sociales y laborales, tuvieran presencia o, mejor, visibilidad.
Trabajadoras
que tienen más que contar que los hombres, porque a todos los problemas que
tienen estos, hay que sumar la condición de ser mujer
Y
Madrid Sindical se fue empapando de imágenes de mujeres. Y al tiempo se fue
empapando de opiniones de afiliadas, delegadas o simplemente trabajadoras que
tienen más que contar que los hombres, porque a todos los problemas que tienen
estos, hay que sumar la condición de ser mujer: salarios más bajos,
conciliación, puestos de menor responsabilidad… Médicas, enfermeras, celadoras,
electricistas, bomberas, atletas, bancarias, azafatas, limpiadoras, cocineras,
mecánicas, conductoras, maestras, investigadoras, periodistas…, la ciudadanía,
en definitiva, desfila por nuestras páginas. Sin llamar la atención, porque es
la realidad la que queda reflejada.
Constantemente
recordamos la violencia física, los asesinatos, que escandalosamente padecen
mujeres a manos de sus compañeros. Una lacra que poco a poco se ha logrado que
saltara de las páginas de sucesos.
Y
también empezamos a dar espacio, empezamos a entrevistar a escritoras, a ese
mínimo porcentaje de mujeres directoras de cine, a actrices, a cantantes. Y
Madrid Sindical, sin que nadie se diera cuenta, comenzó a opinar de películas
vistas con ojos de mujer. Y empezamos a desenterrar de la historia mujeres
olvidadas, mujeres anónimas, mujeres cuyos trabajos eran vampirizados por
hombres.
Así,
de puntillas, el periódico mensual de CCOO de Madrid cuenta la vida, y las
mujeres son, no ya parte de la vida, si no creadoras de vida. Sin estridencias
ni extremismos Madrid Sindical tiene alma de mujer.
Talleres
de comunicación utilizan este periódico para explicar cómo llevar la
perspectiva de género a la prensa, en un mundo repleto de redactoras mujeres en
condiciones extremadamente precarias y directores hombres.
Quizá
si yo hubiera sido mujer no habría podido empapar de femenino el periódico. Los
hombres que creen en el progreso tienen una importante responsabilidad:
convertirse en quintacolumnistas, infiltrarse en las parcelas de este mundo
masculinizado para socializar el poder. Por el bien de toda la humanidad, media
humanidad no puede vivir en el silencio, invisible; cuando no humillada y
oprimida.
Los
medios de comunicación tergiversan la realidad, invisibilizan a las mujeres,
incluso involuntariamente. La publicidad sigue empeñada en mostrarnos mujeres
seductoras, modelos irreales. El cine vuelve al amor romántico, a príncipes
azules que ahora son malotes, cabalgan en motos y que hacen soñar a princesas
adolescentes con un ideal de hombre que no existe. Con la violencia por
delante.
Es
tiempo de tomar posiciones y mostrar algo tan simple como la realidad. Es
tiempo de educar en casa, en el cole. Es tiempo de abandonar islas y, aún desde
la diversidad de opiniones, tender puentes para que fluyan las ideas y la
fuerza de la unidad. Mujeres organizadas tienen que hablar con mujeres
organizadas. Empresarias con sindicalistas; artistas con abogadas; actrices con
economistas; investigadoras con limpiadoras...
Y es
tiempo de buscar la complicidad de los hombres, hombres que también quieren
descargar la pesada carga que el patriarcado le colocó sobre las espaldas.
Hombres que sean uno más de nosotras.
Y aquí os dejo con micropoemas de Anabel Verdín. Ya hablé de ella...
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