Alicia Puleo en una fría mañana de Valladolid. |
Es doctora en Filosofía y profesora titular de Universidad
en el área de Filosofía Moral y Política. Durante más de una década, y hasta el
pasado año, ha dirigido la cátedra de Estudios de Género de la Universidad de
Valladolid. Nació en 1952, la musicalidad de su habla evidencia que en Buenos
Aires, aunque es española. Rememora que sus abuelos maternos eran españoles: «socialanarquistas y naturistas. Recuerdo una infancia
repleta de libros de naturismo. Mi madre era una gran admiradora de la
naturaleza y los animales». Ese poso, esos orígenes, ese entorno debieron
quedar en su alma aunque creyó olvidarlos, porque al cabo de los años volvió a
esas fuentes: «con nuevas visiones. La situación delicada de los animales y la
naturaleza me conmueve y me preocupa, no por capricho ni una sensibilidad mal
entendida, sino desde un punto de vista filosófico de redefinición del ser
humano».
Y proclama: «tenemos que vivir con la naturaleza y no contra
ella porque es la que nos sustenta. Esto no significa primitivismo, sino
evolución del ser humano para vivir más en armonía con otros seres».
Es feminista y ecologista. Ha fusionado estos dos términos y
se ha convertido en la abanderada e impulsora en España del ecofeminismo. Acaba de organizar el I Congreso
Internacional sobre este asunto con un éxito rotundo de participación e
intercambio de opiniones.
P. Es usted la impulsora del ecofeminismo en España, pero,
¿qué es el ecofeminismo?, ¿de dónde surge?
R. Nació en Francia. La persona que creó la palabra fue una
francesa, hija de madre española, Françoise d’Eaubonne, una mujer del círculo
de Simone de Beauvoire. El ecofeminismo es un diálogo entre feminismo y
ecología. Aunque el primero tiene más tiempo de existencia, son nuevos
movimientos sociales porque plantean la transformación de la calidad de vida.
El feminismo promueve relaciones basadas en la igualdad y el respeto entre los
sexos. Por su parte, el ecologismo busca administrar más racionalmente los
recursos naturales, volver a posiciones dentro de lo que es el mundo, la
naturaleza y entendernos como parte de ella en un ecosistema. Feminismo y
ecología son dos visiones que cambian nuestra percepción del mundo. Son
redefiniciones de la realidad.
P. En un mundo patriarcal, gobernado por hombres, ¿no es
posible la sostenibilidad?
R. El patriarcado es la cultura antigua. Es el antiguo
dominio del varón, incluso del varón viejo sobre el joven. Es una organización,
construida en base al dominio, que genera la bipolarización de sexos. El
patriarcado se ha constituido como una voluntad de dominio y esa voluntad de
dominio se ha aplicado sobre las mujeres y la naturaleza, quizá porque a las
mujeres se las ha considerado durante siglos más naturales, más cercanas a la
naturaleza que a los hombres.
«Ser ecofeminista es pensar en un mundo en el que hombres y
mujeres estemos en pie de igualdad y cambiemos nuestro trato con la naturaleza»
P. No entiendo. ¿Por qué esa consideración?
R. El hombre fue excluyendo a la mujer de las tareas
relacionadas con el espíritu o la razón. El hombre se autodefinió como espíritu
y razón e identificó a la mujer con el cuerpo y las emociones. Hay oposiciones
como razón, emoción; cultura, naturaleza; mente, cuerpo; humano, animal…; son
dualismos que están relacionados con la bipolarización de los sexos. Las
mujeres siempre han estado más vinculadas con la naturaleza, se han convertido
en mediadoras entre la naturaleza y la cultura. El feminismo es eso: luchar por
conseguir el acceso a la cultura, a la política, a la razón…
P. Asegura que la mujer ha estado más vinculada con la
naturaleza…, ¿por ejemplo?
R. Por ejemplo, cocinar, supone una intermediación entre
productos naturales de la naturaleza. O, al cumplir la mujer su rol de
cuidadora es vista como más cercana a la naturaleza. Estadísticamente, las
mujeres, con sus actividades cotidianas tienen una huella ecológica menor: usan
más transporte público, el propio trabajo en el hogar es menos agresivo con el
medio ambiente. Las mujeres hemos sido históricamente cuidadoras de la vida, lo
que significa cuidar psicológicamente del otro, no sólo alimentarle. Estas
tareas basadas en el cuidado deberían ir aprendiéndolas y compartiéndolas los
hombres en una práctica donde se crece con el otro y en el que la
competitividad no es el criterio principal. La idea de cuidar la recupera y
revaloriza el ecofeminismo, pero la recupera para compartir, no para que se la
guarden las mujeres. Ser ecofeminista es pensar en un mundo en el que hombres y
mujeres estemos en pie de igualdad y cambiemos nuestro trato con la naturaleza.
P. ¿Cómo se puede ser en la práctica, en la cotidianeidad
ecofeminista?
R. Hay muchas formas. El ecofeminismo está en formación,
está inventando sus propias formas. Muchas mujeres lo son: jóvenes urbanas
preocupadas por la ecología, el crecimiento, la sostenibilidad, el reciclado…;
o mujeres que intervienen en movimientos en defensa de los animales; o las que
están en movimientos de solidaridad protestando en otras latitudes. En nuestro
día a día podemos ampliar la actitud del cuidado: reciclar, consumir menos,
consumir alimentos equilibrados para nuestro cuerpo y para el medio ambiente.
Sí quiero destacar que las mujeres somos más vulnerables a agrotóxicos y
toxinas y en muchas partes del mundo las mujeres pobres realizan tareas que se
vuelven muy difíciles como recoger leña en zonas en proceso de desforestación.
P. ¿Existe un activismo ecofeminista?
R. Sí lo hay. En España tenemos una red ecofeminista a
través de comunidades virtuales. Muchas mujeres en el mundo, sin autodefinirse
ecofeministas, tienen esta actitud.
«Las mujeres hemos sido históricamente cuidadoras de la
vida, lo que significa cuidar psicológicamente del otro, no sólo alimentarle»
P. ¿Por ejemplo?
R. La actitud de las mujeres en lo que es el llamado «mal
desarrollo», las mujeres del denominado «sur» se rebelan contra las
fumigaciones o el despojo de las tierras, contra el extractivismo, contra
ciertas formas de minería. Hay una gran asociación mundial, «Vía campesina»,
que reúne a millones de campesinos de todo el mundo. Son pequeños productores.
En su seno están organizadas las mujeres, que son muy activas haciendo frente a
las grandes corporaciones. Luchan contra los agrotóxicos en beneficio de la
utilización de la agroecología. Y recuperan algo muy importante: el saber
tradicional al trabajar la tierra. Pelean por una agricultura que no envenene
ni a los campos, ni a sus hijos, y que preserve la independencia de la
agricultura tradicional frente a las grandes corporaciones. No es casualidad
que, a escala mundial, las mujeres sean mayoría en las bases del movimiento
ecologista. Tienen una mayor implicación.
P. Ha fusionado feminismo, un término tildado por algunos
como de anticuado, y otro muy moderno: sostenibilidad…
R. Sostenibilidad está de moda, pero está sufriendo una
degradación en su significado. Se está utilizando en un sentido economicista,
no ecológico. En su sentido original se refería a aquel desarrollo que no
robaría a las generaciones futuras los recursos naturales. Ahora se entiende
por sostenible aquello que pueda mantenerse enómicamente. El feminismo sigue
siendo algo nuevo ya que no se ha producido en la sociedad el cambio para que
deje de usarse. Se ha anunciado su muerte muchas veces, pero es como el Ave
Fénix, que renace de sus cenizas. La historia demuestra que el feminismo se
vuelve a poner en marcha cuando hay movilizaciones sociales.
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